GREGORIO SALAZAR - Tal Cual
Cuando ya todo está puesto a tono hasta el último detalle, a saber: la ruta triunfal del prócer, la tarima con su gigantografía como fondo, los equipos de sonido, el cargamento de afiches, de agua mineral, franelas, cachuchas y el papelillo rojo, el lavado y engrase del carromato, quien ha tenido que coordinar todo, que por lo general es el gobernador en funciones, tiembla de escalofríos porque sabe que ha llegado el momento de hacer la inevitable pregunta.
Lo piensa una y otra vez, le da largas, se toma un café, silva una vieja canción, ve al cielo, se estruja las manos, se las seca, se muerde una uña, escupe el trocito, se restriega los ojos, se le sale un suspiro, una exhalación, otra cosa, y finalmente se arma de valor, empuña el Black Berry y marca el número del oficial de enlace. Carraspea, pero es inevitable que le asalte a la voz un temblorcillo como de 2.4 en la escala Richter: Compatriota, una preguntita...
Ajá, dígame, compatriota...
Pronuncia la pregunta quedamente, tan quedamente que aquí nos vemos en la obligación de transcribirla a 8 puntos.
Compatriota, ¿yo voy a ir subido al camión o...
o... o...?
Compatriota, yo creo que "o", pero déjeme confirmarlo.
Mientras dura la espera, la respuesta psicogalvánica inunda su frente con gruesas gotas de sudor, tan grandes que media docena de ellas bastaría para rebosar una palangana.
Compatriota, el jefe le recuerda que a esa hora tiene usted su sesión de mancuernas en el gimnasio...
Enhebra cada palabra de su respuesta en un hilillo de voz, casi inaudible: Compatriota, es verdad, pero por favor dígale al
jefe que previendo su venida de mañana ya hice hoy una tanda doble de pesas...
Otra espera y al fin llega la temida respuesta.
El jefe dice que entonces te fajes mañana con la resortera, pero que por nada dejes de ir al gimnasio. Saludos, compatriota.
¿Ni siquiera en la capota, compatriota? No, compatriota, allí van Jorge y Diosdado... por ahora...
No hay más que decir ni qué preguntar.
La decisión ha sido tomada y es terminante. Ser desterrado del balcón del carromato imperial significa que ha sido apartado del cariño del amantísimo corazón de la patria. Terrible. ¿Qué es un rayo de Zeus al lado de esa descarga aniquiladora? Nada, un frustrado chispazo de yesquero desechable. El fulminado siente que la tierra se abre a sus pies. La tronera, por cierto, pasa de inmediato a integrar la colección de huecos en las calles de la entidad bajo responsabilidad del segregado.
Ese pequeño cuadrilátero embarandado en el techo del camión de campaña, siempre abierto para la familia y el entorno del candidato, Jacqueline, Erika, Blanca, Maripili y el compadre Reyes, se ha convertido en el espacio más codiciado por quienes aspiran mantener su cambur o desconchar uno nuevo. Acceder al exclusivo recinto rodante simboliza contar con la bendición del caudillo. Pero si no te dejan trepar, olvídate, "no vas pa’l baile".
Por supuesto, también hay quien no se rinde ante las evidencias y entonces se necesita una intervención suerte de cirugía mayor digitalizada, como lo vimos este domingo en Carabobo, donde a pesar de que el capitán Ameliach fue anunciado como candidato a gobernador y por tanto viajaba encaramado en lo alto del Dedo-móvil, había quienes gritaban: "¡Lacava... Lacava..!", que así se apellida el alcalde de Puerto Cabello, a quien sus seguidores porteños lo quieren como jefe del gobierno en los predios del Cabriales. Lo que sigue es la transcripción libre de lo que se puede ver en youtube sobre el episodio: "Mire, compadrito, sí, el del sombrero de cogollo ¿Usted me está viendo el dedo? ¿Entonces por qué pescuecea? ¡No me diga que no porque sí pescueceó! Miren, aquí está en juego el 7 de octubre. ¿Me está oyendo el camarita que botó la escupía de chimó? Sí, el de la camisa de cuadritos.
Aquí no se trata de Lacava o Ameliach. ¡Ya yo señalé a Ameliach! Lo señalo y lo vuelvo a señalar. ¿O es que ustedes creen que yo me traje este dedo desde Caracas para rascarme la verruga? Repito: para mí el candidato es este gordito de barba (allí le pincha la barriga con el índice y el designado hace una mueca de dolor) y tiene todo mi dedo, digo, mi apoyo..." Como surgen gritos de ¡No.! ¡No..! el jefe sube de tono: "A ver, ¿quién está diciendo que no? ¡Ya yo dije que es Ameliach y pa’l cará! ¿O quieren que con el mismo dedo les dé un lepe o les puye un ojo? ¡Acatan al dedo o la anarquía los devorará...! ¿Dónde está Diosdedo, digo, dado? ¡Que despliegue el tribunal de ética del partido! ¡Aquí nos jugamos la vida! ¿Lo entienden ustedes allá? ¿No? Claro, qué van a entender si lo que tienen es una comedera de empanadas. Ustedes verán, de todos modos aquí todo el mundo es libre para hacer lo que quiera mientras no haga lo contrario de lo que yo diga... Erika, ¡dame un guayoyo...!" Me cuentan la anécdota de un militante del partido rojo de Puerto Cabello que al llegar a casa de vuelta del mitin fue interrogado por su esposa: ¿Y va la candidatura de Lacava, Juancito? La acaba...
¡Lacava! ¡Bravo...! ¡Hurra...! le interrumpió contentísima la señora.
No, mi amor, la acaba... la acaba de despaturrar el dedote del Comandante...