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sábado, 11 de agosto de 2012

El dedazo

ANDRÉS CAÑIZÁLEZ - Tal Cual

En estos días en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se encamina a regresar al poder, en México, con el presidente electo Enrique Peña Nieto, conviene detenerse en un asunto no menor. Será la primera vez en al menos siete décadas que un militante del PRI accede al poder sin que eso sea obra de una designación a dedo por el jefe de Estado en ejercicio. El dedazo, como se le llamaba en México, resultó un método infalible dentro del modelo que Mario Vargas Llosa definió como la dictadura perfecta. El modelo autoritario no sólo asfixiaba las prácticas democráticas en el conjunto de la sociedad, sino que también resultaba sumamente antidemocrático al interior del partido. Durante largos años el candidato designado por el PRI, que en aquellos tiempos de facto tenía asegurada la presidencia, obedecía a los caprichos presidenciales de quien ejercía el poder. El presidente designaba a dedo a su sucesor al ungirlo como candidato presidencial del PRI.

Veamos en Venezuela lo que ha venido ocurriendo. En el punto álgido de la confrontación y polarización política en el período 2002-2004 le escuché a Tulio Hernández una frase que luego convertí en una suerte de mantra personal. Era aquel el período en el cual la propuesta opositora parecía reducirse a un eslogan: Chávez vete ya. Tulio sostenía, y yo me uní a él en varias intervenciones públicas, que en el asunto de derrotar a Hugo Chávez y al chavismo era tan importante el método como el resultado obtenido. Con ello descartaba cualquier salida extra constitucional como las que se movían por aquellos días. Nos parecía, y hoy lo ratifico, que la oposición debía erigirse como alternativa genuinamente democrática ­con métodos que la legitimaran­, aferrarse a la ruta electoral y construir de forma consensuada un proyecto de país. Debo recordar que sostener públicamente aquellas posiciones equivalía a hacerse merecedor de descalificaciones de los más diversos calibres.

Desde entonces mucha agua ha corrido en la vida política del país y de cara a las elecciones del 7 de octubre no sólo contamos con un candidato unitario, que de forma fresca y directa ha salido al encuentro del país, sino que también se ha tejido una suerte de hoja de ruta democrática. Hoy la oposición venezolana tiene, por primera vez en 14 años, posibilidades reales de derrotar al presidente Chávez. La elección de Henrique Capriles Radonski como candidato unitario en unas elecciones primarias con asistencia masiva de los venezolanos es una clara muestra de la importancia del método para alcanzar fines políticos. El aparato de propaganda gubernamental ha iniciado una feroz campaña para descalificar a Capriles Radonski, pero lo cierto del caso es que el ex gobernador de Miranda goza de una legitimidad popular inédita en el terreno opositor.

Tenemos dos hechos que fueron de la mano para presentarse como una genuina alternativa democrática: el proceso de acuerdos y construcción de consensos políticos permitió llegar tanto a la selección de un candidato unitario, como a la elaboración de un plan programático por parte de la Mesa de la Unidad democrática (MUD), en cuya elaboración participaron más de 400 técnicos y que fue respaldado por los aspirantes opositores antes de las primarias del 12 de febrero.

Mientras que el país que adversa al presidente Chávez se ha dotado no sólo de una candidato unitario y un proyecto alternativo de gobierno, y con ello ha reforzado su vigor democrático, en el terreno gubernamental ha venido ocurriendo precisamente lo contrario. El chavismo simboliza hoy una clara regresión en las reglas democráticas, como base de un modelo personalista en el ejercicio del poder. El capítulo vivido en el estado Carabobo semanas atrás representa un claro ejemplo de esta cultura antidemocrática. Se trata nada más y nada menos que el dedazo, lo mismo que hacía el PRI, pero sosteniendo (no sabemos cómo) el discurso de la democracia participativa y protagónica.

El presidente Chávez había designado, meses atrás, al canciller Nicolás Maduro como candidato a la gobernación de Carabobo. Maduro ni es oriundo de allí, no ha vivido en el estado y nunca tuvo un trabajo político específico en la región central del país. Más de un analista comentó tal designación como una suerte de castigo para el canciller, quien ante la enfermedad de Chávez ha tenido un año intenso de representación diplomática, en muchos casos supliendo directamente al jefe de Estado.

Durante el acto en Carabobo, Chávez decidió dar un inesperado golpe de timón y en lugar de Maduro dijo que el candidato del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) sería Francisco Ameliach.

Dejó en claro que la decisión era de él exclusivamente y acalló en pleno acto público las voces disidentes (del pueblo) que le pedían la candidatura a favor de Rafael Lacava, actual alcalde de Puerto Cabello.

Este hecho deja al descubierto el papel accesorio que tiene el PSUV, pues en realidad las decisiones las toma Chávez, sus decisiones no pueden discutirse y no hay canales para disentir de las decisiones del presidente-candidato. Todo esto, por cierto, recuerda mucho al partido Acción Democrática (AD) de los años 90.

En la actualidad se sabe de al menos ocho candidaturas del PSUV para las elecciones de gobernadores, que están previstas para diciembre. En todos los casos se trata de decisiones a dedo por los designios del Presidente.

Tal como ocurrió en Venezuela a fines de los 90, cuando votar por Chávez fue castigar al cogollo adeco, y como sucedió en México por aquellos años, en los cuales a través del voto se derrotó a la dictadura perfecta, el dedazo como método negador de la democracia deberá ser castigado el 7 de octubre, con un voto mayoritario a favor del cambio.

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