Tal Cual
El 27 de junio es día del periodista, así que es hora de reflexionar un poco sobre las características de este rudo oficio. ¿Será verdad que los periodistas van a quedar sin trabajo dentro de poco, o quizás simplemente sus retos cambian?
SEBASTIÁN DE LA NUEZ
El próximo miércoles es el día del periodista y habrá fiesta en algunos puntos de la ciudad. Se entregarán premios, se escucharán enhorabuenas no siempre de buena fe; habrá un tacaño en la movida y un gorrón se hará pasar por reportero para ver si pesca un tequeño; habrá abrazos de gente que no se ha visto en años. En todas partes el poder, cualquier clase de poder, tendrá una palabra de lisonja para el profesional, quizás temiéndole, quizás para curarse en salud.
Es el día del periodista, hoy y siempre en el ojo del huracán. Los periodistas son unos individuos que temen que su chamba desaparezca en la maraña hermafrodita de internet, donde cualquier cosa puede ser noticia. Eso los identifica, la espada de Damocles encima. Pero, ¿qué es el periodismo de verdad, vamos, el que se lleva en las venas y no en el iPad? Un oficio en el cual tenemos la posibilidad de tomar un drama por los cachos y entregárselo, entero y sin anestesia, a quienes hasta entonces han permanecido indiferentes. El periodista tiene la oportunidad, la capacidad y la voz para captar los hechos y colocarlos ante ojos, oídos y nariz del espectador o lector en forma de relato, con lo cual adquiere entidad, coherencia y trascendencia lo hasta entonces fragmentado.
¿Cuál es el punto de vista adecuado para narrar esta multifacética, a veces lacerante, ruda, siempre colorida realidad latinoamericana que nos toca en suerte ya bien comenzado el siglo XXI en una sociedad tan vapuleada moralmente, sus valores en fuga? La sensibilidad. Esa es la respuesta.
Hoy en día, o el periodista escapa del anquilosamiento del "lead, cuerpo y cola" o sucumbe en el magma, porque la gente tiende a leer poco, a leer por encimita, a leer con un ojo en el texto y otro en la TV pero, sobre todo, es un lector que detecta a la distancia una oferta de interés escaso, y acto seguido desecha sin miramientos tal oferta. Y eso sí que es un buen reto.
Cultivando géneros diversos y cruzándolos entre sí uno puede encontrar el camino para conectar con el escurridizo lector.
En todo intento de originalidad y creatividad subyace una consigna: construye historias con afán literario, revela zonas en penumbra, narra más allá de la efímera noticia del día. Ya lo han dicho Martín Barbero y Javier Darío Restrepo: el periodista no es un simple intermediario sino un mediador.
Además se necesitan tres condiciones para ejercer el periodismo moderno, original, sabroso de leer y atado a la realidad (todo a un tiempo): talento, rigor y ética. El talento no lo va a encontrar el aspirante en una Escuela de Periodismo, ni en los libros. No se compra en botica. El rigor es cuestión de cabezonería y método, y su manía, darse golpes contra diferentes piedras a veces hasta altas horas de la noche. La ética te la enseña mejor, si eso se puede enseñar, Fernando Savater. Sin embargo, vaya un adelanto: la virtud es necesaria para usar la libertad y perfeccionarla. Si no, esa libertad se va pareciendo a un pescado podrido.
El periodista venezolano tiene que terminar de comprender que, cualquiera sea el rumbo que tome en la profesión, su herramienta fundamental es la palabra, de modo que es bueno que la aprenda a usar decentemente, y que no sea siempre la misma, que para eso están los diccionarios de sinónimos. La palabra es dúctil si la usamos con propiedad, y si uno se atreve a emprender el alto vuelo del periodismo con creatividad, con rigor y con valentía, cada historia, cada texto, cada podcast o entrada del blog será como echar una cana al aire en el barranco que va del hecho a la escritura. Y cuando digo "hecho" léase proceso, personaje, pueblo. Un buen reportaje puede desnudar la naturaleza de un pueblo mejor que muchos libros de antropología.
En los textos bien hechos se revela una noble cartografía... además de un crimen, una inequidad o la última estupidez que se le ha ocurrido a un jefe de Estado mamarracho.
Que los hay, ¿no? Tal narración, la de la estupidez, alcanzará otra dimensión.
Una dimensión inédita en manos de quien la sepa narrar desde su propio bagaje personal. Las noticias siempre son las mismas, sobre todo en países como Venezuela. Lo que puede cambiar es la manera de contarlas.