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domingo, 8 de enero de 2017

CRÓNICA | Es imposible limpiar con el estómago vacío

El trabajo de los bedeles y conserjes no es fácil. Tienen que manipular basura, cargar las pipotes, cuidar aéreas verdes, mantener todo lo más limpio posible. Pero con la falta de alimentación, a veces no tienen fuerzas para hacerlo

Griselda Acosta | Jhonatan Raúl Segovia l Nadeska Noriega Ávila | El Pitazo
Enero 7, 2017 10:34 Pm


Mantener bien limpios los espacios donde trabaja, siempre ha sido el norte de Cruz de Felicia. Ella es la señora de mantenimiento de algunas oficinas adscritas a la alcaldía del municipio Vargas.

Su trabajo siempre fue reconocido por los jefes. Hacía milagros con los pocos productos de limpieza que recibía. Era una mula trabajando, sacando basura, encaramada en escaleras luchando contra las telarañas. Pero desde hace más de un año la labor se le ha hecho cuesta arriba. Se marea y le da sueño. Siente cansancio de manera constante. Posiblemente es uno de esos días en los que el hambre no le deja completar la faena.

“A mí me gusta trabajar. Siempre ha sido así. Pero se me hace más duro cada día. Es duro trabajar con el estómago vacío. La comida no nos alcanza, pero tampoco puedo dejar de trabajar”, cuenta la mujer de casi 70 años, quien vive con su esposo, hijos y varios nietos, en una suerte de comuna, en donde todos aportan para sobrevivir.

“La comida está muy cara. Carne y pollo no comemos al menos que la vendan en la bolsa del Clap. La comida se acaba y pues pasamos hambre hasta resolver. Yo me alegré cuando subieron el bono de alimentación, pero eso ya no alcanza. Si hay arroz, pues se come sólo arroz. O un plátano o un pedazo de yuca. Más nada. A mí no me gusta dar lástima. Así que no ando pidiendo. Pero en ocasiones mis compañeros de trabajo ven que no tengo casi comida y me piden la vianda para darme un poquito de la de todos. Ese es el día que como mejor”.

Los bedeles y conserjes en Venezuela tienen un ingreso que oscila entre uno o 1,5 salarios mínimos, es decir, de 27.091,00 hasta 39 mil bolívares mensuales. Reciben la compensación por bono de alimentación de Bs. 63.720.

Nelson Navas, es conserje de un bloque ubicado en la parroquia Caricuao de Caracas. Asegura que, agradece a Dios todos los días por tener un trabajo fijo, pero que las horas que debe dedicar a la limpieza del edificio, le roban la oportunidad de conseguir alimentos regulados en las colas.

Sabe que necesita comer mejor por el esfuerzo físico que realiza a sus 61 años. Pero no puede hacerlo.

“El problema de la comida se agudizó más este año y cuando falta la bolsa del Comité Local de Alimentación y Producción (Clap), se pone más crítico. La pregunta que siempre me hago después que boto la basura de la mañana es ¿qué voy a comer hoy?”. La respuesta de Navas en cuanto al menú es sincera: come verduras, sardinas, auyama y pan. “Nunca pensé pasar tanto trabajo. Mi madre tenía razón cuando me decía que estudiara, porque si no me tocaría trabajar con las manos y con sacrificio. Hoy el sacrificio lo hace mi estómago. Mi comida de todo el día será un plátano sancochado, porque no tengo aceite”.

El conserje rememora los días en que tras limpiar las escaleras, o pintar las rejas de la entrada, o revisar los bombillos de los distintos pisos, venía acompañado del ofrecimiento de un cafecito, un jugo o una merienda, de parte de un vecino. Entiende que la crisis ha afectado a todos. Que el hambre no es cosa de pocos.

El trabajo del conserje no es fácil. Le toca manipular basura, cargar las pimpinas, como llama a los pipotes donde dejan los desechos, cuidar las aéreas verdes, mantener todo lo más limpio posible. Pero a veces no tiene fuerzas para hacerlo. Los pipotes los siente más pesados para alzarlos y botar sus desechos en el contenedor grande. No sabe si es por la edad o por el pan sin nada de relleno que le toca comer en ocasiones, cuando no tiene dinero para comprar cualquier tipo de embutido para rellenarlo.


Esto de perder la fuerza para enfrentar la faena también le ha sucedido a María García quien es bedel de la Universidad de Los Andes, núcleo Trujillo.

“Es un trabajo humilde, pero yo era feliz haciéndolo. Ahora venir a la universidad es como un castigo. Sin comida, porque como estoy aquí no puedo comprar los productos regulados cuando llegan y sin poder limpiar, porque como no hay presupuesto, no se compran productos de limpieza. En un mes nos dan dos cloros para que lo usemos en todo el campus, durante un mes, a las diez bedeles que trabajamos aquí”.

García asegura que no puede describir el vacío con que asiste a su jornada laboral cotidiana. Está fatigada y no sabe el porqué, si sólo pasa un trapito con agua y medio barre el área de los sanitarios de los profesores.

“No se come bien, no se duerme bien, no se trabaja bien”, es su análisis parco, mientras el sonido de las tripas le indica que es hora de comer y ella debe esperar regresar a su casa, para hacerse de una de las dos comidas, que en promedio hace en el día. No se puede trabajar sin alimento. Mucho menos con hambre.

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