En un país donde la inseguridad es un tema recurrente, la contratación de empresas de vigilancia privada es cada vez más común. Pero, ¿y si los vigilantes están pasando hambre?
Julio Mendoza | Rossana Batistelli | Nadeska Noriega Ávila | El Pitazo
Enero 7, 2017 11:01 Pm
Cuando se habla de vigilantes privados se asume la presencia de hombres fuertes y recios, que solo con su presencia infundan miedo.
Pero la verdad de estos tiempos de crisis en Venezuela, es que quienes cumplen con el oficio de vigilantes privados están cada día más flacos. Pierden peso, masa muscular y hasta oportunidades de nuevos empleos, porque los ven muy delgados para enfrentar nuevos retos laborales.
De eso da fe Miguel Ángel Domínguez, un joven de 28 años que se desempeña como vigilante desde hace un año, en una urbanización del municipio San Fernando de Apure. Su núcleo familiar está compuesto por sus dos hijos, su esposa y su madre; pero él es el único soporte económico de su hogar. En los últimos seis meses ha perdido un promedio de ocho kilos, por el régimen alimentario forzado.
“Mensualmente cobro 90 mil bolívares, mas el ticket de alimentación que son unos 60 mil. Yo gasto unos 70 mil bolívares en un mercado que dura solo dos semanas, compro arroz, pasta, harina, aceite y un poco de carne o pollo. El dinero restante lo guardo para el transporte y dejo una caleta para cuando llegue la última semana del mes, que es la más ruda, porque no hay casi comida y toca nuevamente salir a tratar de conseguir alimentos regulados para la familia”.
Domínguez asegura que hace milagros para que sus dos hijos puedan comer al menos dos veces al día, pero no siempre es posible. “Siento un dolor desgarrador cuando me toca pensar qué comida del día debo negarle a mis dos hijos, que son niños que no llegan a 10 años. No hay para nosotros y en ocasiones, tampoco para ellos”.
El vigilante apureño dice que ha intentado buscar otro empleo en el ramo, pero que en ocasiones lo ven fuera de forma para asumir el reto de la vigilancia privada.
“Es imposible mantener una dieta que me permita verme más fuerte. En estos días lo común es dormir con hambre”.
Acostarse con el estómago vacío, también se ha vuelto cotidiano para Pedro José Gámez Carrasquel, quien cambió sus hábitos alimenticios, debido a la escasez y al alto costo de la vida.
En turnos de 24×48, este residente de Ocumare del Tuy en el estado Miranda, se gana la vida como vigilante privado en una empresa que presta sus servicios en un conocido centro comercial de Caracas. En los días de descanso de este empleo, trabaja en el mismo ramo, en un edificio comercial en la ciudad donde vive. Ambos ingresos no le alcanzan para cubrir un mes de alimentación.
“Casi siempre como solo dos veces al día, porque el dinero no me rinde como antes, cuando incluso compraba carne y comía cada vez que me daba hambre, sin ganar mucha plata. Ahora opto por ir a casa de mi mamá cuando me quedo sin comida o ayudo a una señora que tiene un puesto de hamburguesas y me gano un perro caliente o una hamburguesa como forma de pago”, comentó el hombre delgado, cuyo rostro estaba pálido. Gámez tiene 50 años, rebajó diez kilos en los últimos seis meses. Se vio obligado a recurrir a una costurera para que le redujera dos tallas a toda su ropa. Hasta el uniforme de vigilante le queda grande.
Sardina con yuca, arroz picado y de vez en cuando pan con queso, en dosis racionadas, son los platos que forman parte de la comida diaria del vigilante privado, que cada dos meses compra una bolsa de comida, a través del Consejo Local de Abastecimiento y Producción (Clap) de su sector, pero ésta solo le alcanza para quince días de alimentación. “La comida no dura nada y aunque uno tenga plata para comprar, es poco lo que se consigue en los abastos y si se recurre a los buhoneros, sale muy caro y no se puede”.
Los vigilantes han perdido la fiereza de la mirada y también peso, consecuencia de los rigores de esta dieta forzada.
ATENCIÓN USUARIOS DE ARAGUA SIN MIEDO
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