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sábado, 7 de enero de 2017

CRÓNICA | Las domésticas valoran más el plato de comida que el pago diario

Rosanna Battistelli | Lorena Bornacelly | Nadeska Noriega Ávila | El Pitazo
Enero 6, 2017 11:06 Pm


Las han llamado señoras de servicio, cachifas, criadas y más recientemente las etiquetan, con elegancia, como asistentes domésticas. Ya sea a destajo o como oficio fijo, las personas que laboran en casas de familia u oficinas, en el mantenimiento y cuido de una vivienda o de un área de trabajo, se vuelven con el tiempo imprescindibles y esto les ha permitido contar con ingresos por encima de otros oficios o del sueldo mínimo establecido en Venezuela. Sin embargo esa posición no las ha salvado de la crisis o del hambre.

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“Yo cobro cinco mil bolívares por el día de trabajo. Eso hace que me redondee con unos cien mil bolívares al mes. Pero he tenido que comenzar a trabajar también los sábados, porque no alcanzan los reales”, cuenta Sol Hernández, quien trabaja a destajo en el estado Vargas, entidad donde tiene su hogar, ubicado en barrio Aeropuerto, justo frente al terminal aéreo más importante del país.

Además del dinero, Hernández valora otro detalle de su trabajo: el plato de comida. “A uno, que trabaja en casas de familia, siempre le han dado su almuerzo y en algunas casas, cuando se llega temprano, el desayuno. Eso es de gran ayuda, porque por lo menos uno se resuelve la papa y a veces, si te sirven bastante, puedes guardar y te llevas (para la casa)”.

Claro, la crisis también ha afectado en muchas de las casas de sus patrones. “Yo tenía patrones en Playa Grande o en las Colinas en Catia La Mar, que me daban para llevar lo que quedaba del almuerzo, porque no comían recalentado. Pero ahora ya no. La comida es a veces más cara que los cinco mil que me dan por la limpieza”.

A pesar de la comida que disfruta en su lugar de trabajo, las porciones también han disminuido, y por ello sabe que ha perdido en el último trimestre unos siete kilos. Lo ratifica señalando la bolsa de tela que le sobra en los bermudas que utiliza para cumplir su faena.

Otra Hernández, pero de nombre Carmen Aurora, residente de los Valles del Tuy en el estado Miranda, vive una realidad parecida a la de la doméstica varguense.

En las casas de familia donde trabaja, ya no tiene seguro el plato de comida. De trabajar de lunes a viernes, debió sumar sábados y domingos. En un mismo día limpia hasta dos residencias para ganar dinero extra que le permita enfrentar la crisis económica y garantizar la comida de su casa.

Ya no recuerda cuándo fue su último día libre, pues ha tenido que trabajar duro, sin descanso, para mantener sola a sus cuatro hijos y no sucumbir en el intento. “Me ha tocado aprender a administrar los alimentos para que en casa todos podamos comer, aunque sea dos veces al día. No siempre es así. En oportunidades yo me quedo sin probar un bocado para que mis hijos se alimenten. A veces saltamos una de las comidas, porque no tenemos nada en casa”, reconoce la trabajadora, quien asegura que el momento más duro del día es cuando, acostada en la cama, repasa que comprará para comer, algo que sea rendidor y llene. Como las patas de pollo, que ha aprendido a hacer guisadas, para estirar el ingreso. “Casi nunca tengo comida suficiente para el día siguiente, por eso salgo a trabajar y con lo que me gano del día compro alimentos. Nunca es suficiente. Nunca alcanza”.


Lo que ocurre en la costa del litoral venezolano y en los valles tuyeros, también sucede en Táchira, donde Yudith Jaimes hace malabares con su ingreso. Cobra 3.500 bolívares diarios y labora en casas de familia seis días de cada semana.

Los casi 90 mil bolívares que gana al mes los destina a dos cosas: comida para sus dos hijos y actividades para alejarlos del malandraje que reina en Santa Ana, una zona que está a 25 minutos de la ciudad de San Cristóbal.

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“Yo vivo en ese barrio. Allí hay puros malandros y yo necesito llevar a mis hijos a otras actividades para que no se interesen en ser choros. Por eso les pago clases de béisbol; el deporte los aleja de los vicios y los malos pasos. Pero lo demás que gano es para pura comida. Yo me levantaba muy temprano a comprar alimentos regulados, pero ahora que ya no existen, es difícil. Me toca comprar todo caro y ahí se me va el sueldo. Yo hago el esfuerzo para que mis hijos coman bien y tengan una alimentación balanceada, pero yo no la tengo”.

Jaimes se conforma con el plato de comida que le ofrecen en algunas de las casas donde trabaja. Y por sus hijos ha aprendido a disimular su hambre. “Ellos comen tres veces al día religiosamente. Ellos necesitan crecer en un ambiente agradable. Si en mi casa falta la comida, ellos se van a ir a robarla y no es lo que quiero, quiero que sean carajitos de bien. La comida de mis hijos jamás falta. Mi mamá, mi padrastro y yo, que vivimos juntos, aguantamos hambre”.

Y así, la crisis convirtió en un bono importante para cada doméstica el plato de comida. Para muchas ha sido el salvavidas que les ha permitido sortear el calvario de ganar un sueldo e intentar vencer el hambre.

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