ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
domingo 10 de marzo de 2013 12:00 AM
No describo estas cosas para que me den una medalla, sino para persistir públicamente en mi posición cuando se ha puesto en marcha un culto del líder desaparecido mediante el cual se pretende acusar de pérfidas intenciones a los ciudadanos que no están de acuerdo con la aventurada manipulación de la personalidad de quien, en lugar de echar las bases del paraíso que prometió, hizo de Venezuela un estrago. Es evidente que, después de catorce años en el poder y gracias al manejo de los recursos del erario, aunque también por sus atributos de caudillo campestre, el presidente desaparecido cuenta con muchedumbres de seguidores que creen en la bondad de su tránsito y tienen la necesidad de llorar su ausencia sin caer en imposturas. Pero también salta a la vista cómo se pretende inflar esos sentimientos mediante una propaganda burda para que se esté ante una especie de deidad capaz de mantener, debido a un supuesto influjo sobrenatural, la revolución que ha quedado sin cabeza y sin reemplazos capaces de emular a quien presentan como redentor señalado por la providencia. Justo en este momento, cuando se estrena el altar del "Cristo de los pobres", cuando apenas cierra su ciclo vital el presidente desaparecido y ya le sobran los pastores y los monaguillos, no huelga el testimonio de un modesto y ordinario republicanismo que únicamente le enciende cirios a las hazañas de las sociedades que buscan la libertad.
Ese modesto y ordinario republicanismo fue convocado por primera vez cuando comenzó la carrera del presidente hoy desaparecido, para tratar de detenerlo, para que lo viera la ciudadanía cómo se vaticinaba que sería si lo dejaban insistir en el vuelo, pero ahora tiene la obligación de manifestarse otra vez sin cortapisas. Lo que empezó con un intento frustrado contra una civilidad maltrecha, partiendo de la fortaleza que ha adquirido busca hoy la desaparición definitiva de la civilidad que ha sido capaz de resistir un acoso de casi dos décadas. Las formas de convivencia ajustadas a la discrepancia civilizada, moldeadas en la pedagogía de las polémicas parlamentarias, aclimatadas en la libre expresión del pensamiento y dispuestas a la alternancia, han menguado por el peso de una aplanadora que ahora busca ejercer presiones mayores en nombre de un paladín dispuesto a seguir en la vanguardia desde el cementerio. Aquello que me obligó a explicarle a un adolescente lo que era un toque de queda porque lo ignoraba debido a que jamás había experimentado situaciones semejantes, se ha vuelto rutina debido a la sofocante presencia de un autoritarismo que parecía enterrado gracias al esfuerzo anterior de la sociedad. El designio, según lo están preparando, parte de la voz de un hombre que ya no puede hablar, pero que dejó una caudalosa agrupación de seguidores convencidos y entusiastas a quienes se convoca a las inmediaciones del cuartel.
Los detalles de la historia postrera del presidente Chávez hablan por sí solos. En su enfermedad no recibió los tratos habituales de todos los jefes de Estado que se han enfermado en Venezuela, sino un cuidado inaccesible y remoto tras los muros de una fortaleza armada hasta los dientes. Las noticias de su dolencia fueron negadas a la sociedad, como si se tratara del negocio exclusivo de las figuras de una logia castrense. Se le presentó hasta hace poco como comandante en funciones ante la tropa, cuando en realidad estaba en la vecindad de la tumba. El cadáver de quien se valió del camino electoral para llegar a la cima no fue velado en los espacios del Parlamento, ni en la casa de un partido ni en plaza expedita, sino en los salones de la Escuela Militar. Pero no me quejo de la incautación de los últimos días y de los restos mortales de un protagonista estelar de la política, sino del secuestro del republicanismo que empezó mientras mi hijo mayor quería jugar fútbol sin advertir el peligro de las militaradas.
eliaspinoitu@hotmail.com


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