Ha surgido una nueva élite de privilegiados que abusa de su poder con soberbia
ARMANDO BRIQUET | EL UNIVERSAL
domingo 10 de marzo de 2013 12:00 AM
La muerte de Hugo Chávez anuncia el inicio de una nueva era. Sus seguidores apostarán a las historias y sus detractores a la realidad. Ese fue el país que nos dejó. Dividido en dos visiones confrontadas sin espacios para la reflexión y el diálogo.
Fueron 20 años de injerencia en la vida nacional. El Presidente que más espacio ha ocupado en nuestras vidas. Lo cual nos obliga a romper la inercia de nuestras posturas preestablecidas (por él mismo) y reflexionar. No repetir los errores ni perder los logros.
Y debemos comenzar por entender en qué condiciones se encontraba el país para que su discurso hiciera eco en una mayoría.
La llegada de Chávez al gobierno fue consecuencia de cinco terremotos que se conjugaron para generar una crisis sin precedentes. Un terremoto político derivado en la crisis de la democracia; uno económico expresado en el viernes negro de 1983 que derivó en menor poder adquisitivo; uno social que reventó en el "Caracazo" del 27 de febrero de 1989; un terremoto militar cuya máxima expresión la vivimos en el año 1992, y el terremoto institucional cuando convocaron a la Constituyente en condiciones no contempladas en la Carta Magna.
Capitalizó la esperanza de quienes reconocieron en él una salida a sentirse invisibles. No lo eran pero identificaron en este militar la posibilidad para hacerse vistosos y partícipes de la historia.
El empoderamiento de las clases más excluidas fue la bandera que utilizó para mantenerse con altos niveles de popularidad durante todo su mandato. Convirtió lo social en una marca que utilizó de propaganda en todos los confines del mundo. Negar lo anterior sería mezquino. Chávez enarboló una bandera, la dignidad de los pobres, y eso se mantendrá como una demanda permanente para quien aspire obtener el poder en este país. Debemos comprometernos en mantener siempre como prioridad a los más necesitados de educación, salud, vivienda y trabajo.
Pero cuando traspasamos las consignas nos damos cuenta que la realidad es otra. Mientras pregonaba el cierre de la brecha entre los "ricos y pobres" se encargó personalmente de ampliar las diferencias entre quienes estaban con él y quienes no estábamos de acuerdo con su manera de hacer las cosas. La distancia social no se ha acortado. Se maniató la cultura al trabajo y nuestro pueblo vive en situación extrema. Ha surgido una nueva élite de privilegiados que abusa de su poder con soberbia.
El odio y la división no nos permitirá progresar. El futuro se encuentra en nuestras narices y sólo construyendo juntos podremos superar las diferencias políticas que hoy nos carcomen. Seamos un todo, una comunidad, sin colas ni cabezas.
armando.briquet@gmail.com
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