JOAQUÍN MARTA SOSA - Tal Cual
Un programa para gobernar es mucho más útil para conocer la naturaleza e intenciones de quien lo propone que para informarnos de aquello que está dispuesto a realizar. Visto en esa perspectiva el proyecto del candidato oficialista es revelador como una radiografía de altísima resolución.
Se trata de un texto enmarañado, tejido a la manera de aquella indigerible pedagogía que obligaba a los maestros a tenerlo todo sobre el papel, sin fisura ninguna, de tal manera que el plan de asignatura asfixiaba cualquier vital de circunstancias, días, personas y acontecimientos. La consigna implícita era la de que si la realidad no encaja en el plan peor para la realidad porque el plan le va a retorcer el cuello.
Así, tras alimentarnos de una vasta paciencia para leerlo sin extinguirnos en el intento, sólo se puede asomar una conclusión básica, estamos frente a uno más de los planes de "ingeniería social" propios de una concepción reaccionaria y atrasada de la vida que, paradójicamente, se mercadea como anclada en el marxismo revolucionario (si es que esto existe o alguna vez existió). En la mesa de los tecnócratas en reforma social se preparó el traje donde va a ser embutida la sociedad venezolana, no uno hecho para ella desde ella sino a pesar de ella si fuese necesario.
Se liquida, pese a un cierto verbalismo que finge admitirlo, toda posibilidad creadora que desborde las celdillas y parámetros de la petrificadora enumeración de grandes, pequeños, medianos y minúsculos objetivos hacia los que se debe empujar a la gente mediante miles de operaciones minuciosamente transcritas a lo largo de 39 páginas de apretada, reseca y estéril escritura.
Como se trata de entresacar de ese entramado espeso lo que nos informa sobre sus intenciones con la cultura, no es posible pasar por alto ese texto uniformemente burocrático, carente hasta los tuétanos de cualquier asomo creativo, ahíto de respuestas y absolutamente indispuesto ante cualquier pregunta o incertidumbre o duda, que deviene en rastro inmejorable para darnos cuenta de que el gran objetivo cultural del programa es que no exista cultura. O, "cultura" sí, siempre que esté con el comandante, lema implícito que tan bien expresó ese poeta al desdeñar su propia calidad cuando dijo, sin que le castañetearan los dientes, "el Gran Poeta de Venezuela es el presidente" (cavilación que ni en la más rigurosa etapa del estalinismo o del castrismo nadie se atreviera a formular).
Cuando nos adentramos en el yerbazal damos con otras pistas. Por ejemplo, se afirma que el proyecto "socialista" va a garantizar el acceso a la cultura. No la creación de cultura sino, es lo implícito como "acto fallido", el abrevar de aquella que de modo preferente se haga o autorice en las instancias de quienes obtengan la "patente de creación", que será, ya es, más bien de acatamiento y repetición.
Unos pasos más allá la proposición se lanza por "una nueva hegemonía ética, moral y espiritual", no por la de una creatividad libremente original, plural, abierta, donde se cimiente el necesario enraizamiento espiritual de toda cultura perdurable, enriquecedora y vibrante. No, esto no, se trata de hegemonía, y ya tenemos noticia de los barrotes que suele traer consigo.
Y para desplegar el horizonte final, llegan las cantidades. Nada menos que 15 millones de ejemplares de revistas y un salto del 200% en los libros a difundir. Si tal mecánica ocurriera (y la eficiencia de gobierno está muy lejos de auspiciarla) nos colocaría ante un terrible empantanamiento, el de vernos emparedados por olas y olas de papel impreso cuya virtud principal sería la de pasar bajo las horcas caudinas de la censura y el sello de "autorizado", un nuevo nihil obstat (lo sabemos, la "revolución" deriva casi siempre hacia las alcantarillas del fanatismo religioso). Las revoluciones ideológicas del siglo pasado liquidaban el analfabetismo pero para que todos leyeran lo que se permitía leer no lo que la libertad les impulsaba a descubrir.
Masiva creación de analfabetos culturales en nombre la liberación popular.
Y para que no quedase todo como anime burocrático, allá por el punto 2.2.1.11 (sic) se transcribe la meta de "consolidar el protagonismo popular en las manifestaciones culturales" que tiene su corolario en "potenciar las Expresiones Culturales Liberadoras" (así, en mayúscula). Acerca de lo primero desde hace años los mejores teóricos de la cultura ubicados en y hacia la izquierda, coinciden en que la cultura popular es una manifestación más dentro de muchas. Así que privilegiarla por sobre cualquier otra es, de nuevo, imponerle bridas demagógicas al verdadero y variado discurrir de la vida. Cada manifestación de la cultura tiene que valer por sí misma y más allá de cualquier burocrático ensañamiento en adular unas obras y despreciar otras. Y sobre lo de "liberadoras" el tiempo nos ha enseñado que no implica libertad sino, casi siempre, sometimiento, es liberar de un yugo para atar a otro normalmente más vesánico y censurador. Un ejemplo práctico y palmario: "liberador" es el diario del Ernesto Guevara (que mitifica una opción única) y "libertaria" es la obra de Cadenas y Gabriela Montero pues no ejercitan la reverencia frente al poder sino ante la soberanía de la creación y el esplendor múltiple del ser humano. Por ello mismo resulta anticultural "la liberadora", en la medida en que cultura es cambio y renovación sin freno, combate incondicional en contra de todo aquello que anticipe el destino fósil.
En suma, un programa para la cultura que niega la naturaleza cuestionadora y renovante de ella, que postula el diseño de redes y convenios donde creadores y artesanos deben encuadrarse para que, negándose a sí mismo su poder libertario, la cultura devenga en un "encadenamiento" infinito de consignas que torpedean el libre discurrir y se van devorando las unas a las otras (a punta de operativos y artefactos para fabricar placebos de cultura), para concluir con una obstinada negación de la vida real, la de las gentes que andan por las calles con sus sentimientos a cuestas y que suele decirse, aunque no siempre de manera del todo explícita, lo de aquella novelista: "si vienen a liberarme, díganles que no estoy". Cultura como andadura burocrática de la hegemonía, no para que las personas se liberen con y desde ella sino para que el poder transcurra libre de cuestionamientos y de preguntas que si deja que se las hagan se desmorona. Cultura, en suma, como si se tratase de un pert de ingeniería del hormigón. Cultura para comernos mejor y jamás para encender fiestas de liberación.
ATENCIÓN USUARIOS DE ARAGUA SIN MIEDO
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