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miércoles, 8 de agosto de 2012

¿Imparcialidad?

Tal Cual

Una República se constituye con la finalidad de incorporar a la totalidad de los sujetos que están en el ámbito de su soberanía. Y entendamos que la función pública tiene la responsabilidad de proveer bienestar de la manera más equitativa posible
   
MIGUEL ÁNGEL LATOUCHE

¿Qué hacemos con la polémica gorrita? Será necesaria la quema pública de ese adminículo del mal. A los sacerdotes de la Revolución les parece ofensivo que alguien que no sea el Presidente de la República utilice los Símbolos Patrios para hacer campaña. Seamos sinceros, la verdad es que la Ley prohíbe de manera expresa que los elementos representativos de nuestra construcción republicana sean utilizados en el fragor de una campaña electoral. Se trata de salvaguardar los símbolos de nuestra identidad nacional para garantizar que nos representan a todos por igual sin que exista alguna posibilidad de discriminación de carácter partidista.

Una República, después de todo, se constituye con la finalidad de incorporar a la totalidad de los sujetos que se encuentran dentro del ámbito de funcionamiento de la soberanía. Al conformarse la república se genera una identidad referida a la lógica de asociación a la cual se incorporan los sujetos. De allí deriva la definición de los derechos y las garantías de los ciudadanos, tanto como los deberes que les son exigibles en tanto que miembros plenos del contrato colectivo.

Esto hace que todos seamos iguales ante la Ley, que se nos reconozca una identidad, que se nos proporcione una cédula de identidad y un pasaporte.

¿Recuerdan el dilema de la Terminal, aquella película en la cual un hombre, interpretado por Tom Hanks, perdía su capacidad para ser reconocido como ciudadano, con lo cual pierde sus derechos civiles, porque su país desaparece en medio de un conflicto armado? Nuestra identidad esta en gran medida asociada a la lógica de funcionamiento del Estado Nacional. De allí que sea imprescindible que en los términos de nuestro reconocimiento como ciudadanos seamos tratados en un plano de igualdad.

Puesto en otros términos, se trata de que existan garantías para que las instituciones funcionen con imparcialidad, que los casos que se les presenten sean tratados por los responsables sin considerar los intereses particulares de las partes. Los que administran lo público tienen la responsabilidad de hacerlo de manera tal que sus decisiones no sean el reflejo ciego de intereses partidistas. Los funcionarios públicos, después de todo, quedan investidos de una calidad que los diferencia de los individuos privados.

A ellos les corresponde representar, en los términos de sus capacidades funcionariales, la totalidad de los intereses que se juegan en la sociedad en un momento determinado.

De allí que los funcionarios no hablen por sí mismos, sino que hablen en los términos de la representación que les corresponda asumir. De allí que entendamos que la función pública tiene la responsabilidad de proveer bienestar para todos de la manera más equitativa que sea posible. Entonces si la Soberanía reside en el Pueblo y el pueblo es constituido por todos y cada uno de nosotros, uno no podría aceptar esa diferenciación que entre unos y otros hace de manera permanente el Gobierno Nacional. Entonces, decía, quienes ejercen el gobierno deben hacerlo para todos.

¿Qué hacer cuando un candidato, contraviniendo los preceptos legales que regulan la materia utiliza los colores de nuestra bandera dentro de la construcción del mensaje electoral? La respuesta es clara: quien esto haga debe ser sancionado con todo el peso de la Ley. Lo mismo debe suceder con quien utiliza los recursos públicos para posicionar una propuesta electoral, con quienes hacen cadenas con fines proselitistas, con quienes no dejan clara la diferenciación entre su identidad como candidato y su identidad como funcionario, entre quienes utilizan mensajes subliminales, y a veces no tanto, construidos dentro de la publicidad oficial de los organismos públicos (digo no parece haber mucha diferencia entre el corazón de la patria que utiliza el candidato oficialista y ese corazón de Venezuela que cierra un número importante de anuncios de la publicidad gubernamental).

A nuestros monjes medievales les molesta la gorrita, pero no les molesta que el tricolor patrio sea utilizado en actos electorales por el candidato presidente. La cosa es, como mínimo perversa. La situación tiene un tono Orwelliano: hay unos que son más iguales que otros. Una elección competitiva requiere igualdad de condiciones para las partes. Se trata de que la institucionalidad no le pertenezca a los actores políticos y si eso es mucho pedir, uno esperaría que al menos tengan el pudor para guardar las formas, para parecer serios, para lucir ecuánimes.

Nos movemos en tono inquisitorial. Todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario. Se trata de un proceso kafkiano donde nadie sabe de que se le acusa, lo cual no lo exime de culpabilidad.

Este árbitro nos lleva por el camino de la amargura.

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