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miércoles, 1 de agosto de 2012

Esta semblanza

CARLOS J. SOUCRE - Tal Cual

Un ser que desprecia aún a los suyos, adiposo, enfermo, enfermas también sus palabras de odiosos acentos declamatorios, inflado también de sabidurías, nutrido de Marx, Nietzsche, Heidegger y esa extensa vanidad de pavorreal con la que cubre a todo el país. Habla sólo para sí mismo, ignora a los que le rodean y no importa que los necesite, después los arrojará al degredo. Es el predestinado. Se dice que esas conductas y poses repulsivas derivan de trastornos congénitos; eso podría corregirse, pero esos aliados que lo lamen le han agravado allí las cosas haciéndole creer que es el supremo conductor de esta América, de lo cual ellos, en privado, ríen. Toda Ley es también materia de sus caprichos, se complace, así como por distracción, en hacerlas, en deshacerlas o echarlas al cesto si eso le gusta más. Siempre que habla ante los que le secundan vemos que desde éstos se difunde un vasto miedo, un temor opresivo se apodera de ellos; si alguien le hace una pregunta o se permite alguna tímida objeción lo hace temblando. ¿Y cuando perora ante esas masas mercenarias que lo aclaman? Vive allí una voluptuosidad, diría yo que neroniana, se mueve y sonríe con amplitud, pero de repente al pensar en lo que le viene el 7-O se ofusca, se enardece, y luego como aquel déspota con la lira, toma un cuatro y se ve (él sí, con toda justicia) incendiando el país como a una Roma si gana la oposición. Se apacigua,(el siempre oscila entre la guerra y la paz), la da en cantar; baila un joropo, un arpa melosa, adulanta, le marca el ritmo y luego descansa para que acudan los recuerdos, mas irrumpe de nuevo, se disgusta de esta situación en que lo han colocado, expresa: Yo no deseo ser Presidente, nunca lo hube deseado, pero el pueblo me ha tenido atado y no me suelta, y más aún, me siento como un prisionero de la patria, no te puedes ir ­me ruega ella­. Mira luego hacia sus lejanías y exclama: Que feliz era cuando por allá en mi aldea yo vendía "cuquitas", "cafungas" y me vestía con telas de sacos de harina, y ahora estos serviles me obligan a llevar trajes que obtienen, los muy burgueses, en las más selectas tiendas de París; feliz cuando yo viajaba en burro por esos campos, y ahora me hacen viajar, contra mi voluntad, en aviones de 80 millones de dólares, ¡qué vergüenza! Y cuando, como mis campesinos, yo sabía y veía las horas por la situación del sol, y ahora estos adulantes me obsequian relojes también millonarios, desean capitalizarme, pero no lo conseguirán. (Aplausos).

Ahora esta batalla que libro, y que no es como lo de Bolívar, qué va, que si la Naturaleza se opone, ¡no!, porque en mi caso ya se opuso y la tengo derrotada, ya la he hecho obedecer. En fin, por allí molestaba un mosquito, pero ordené fumigarlo y ya no es nada, sí, un carajito y que retándome, que sólo está para que lo amamanten. Ve el reloj... ¡Caramba, debo irme, me espera Fidel! agueda_soucre@hotmail.com

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