RAQUEL GAMUS - Tal Cual
A comienzos de la década de los 60, cuando era aún una liceísta, una pareja de señores judíos cubanos que llegaron a Venezuela huyendo del socialismo visitaron nuestra casa acompañados de un joven sobrino en quien mi abuelo, casamentero de vocación, vio un potencial marido para cualquiera de sus tres nietas solteras; no pudo suponer que por formar parte del contingente de jóvenes que en Venezuela y el mundo entero caímos hipnotizados por la heroica gesta de los barbudos de la Sierra Maestra y de su líder Fidel Castro, la visita culminaría en una acalorada discusión que terminó con la amistad de las familias, además de avergonzarlo al igual que a mis padres, mientras las jóvenes hermanas nos sentíamos orgullosas de haber defendido nuestros principios.
Cuando la arrogancia adolescente había desaparecido comencé a percatarme del irrespeto que habíamos cometido con nuestros padres, abuelos y con la invitada familia, sentimiento que creció junto a mi progresiva decepción hacia la revolución cubana al comprender su verdadera naturaleza tiránica. Nunca pude atenuar mi culpa, no teníamos rastros de la familia Behar y mi padre y abuelos ya habían muerto.
Pero cuando mejor entendí la soledad de esta familia, como la de los miles de cubanos que alegremente fueron catalogados como gusanos por quienes desde extranjeros y cómodos lugares nos creímos con derecho a poner en duda sus razones para adversar la tiranía castrista, fue cuando como venezolana me tocó vivir el encantamiento que la retórica del caudillo que nos gobierna causó fuera de nuestras fronteras, que lo hizo más creíble hasta para amigos cercanos que trayectorias y argumentos ofrecidos.
Estos recuerdos reviven en mí con la lectura de la conmovedora carta del novelista sirio Khaled Califa, escrita para hacer conocer a amigos, ciudadanos, escritores y periodistas del mundo entero, y especialmente los de China y Rusia, el horror que vive el pueblo sirio ante la arremetida genocida del régimen de Al Assad.
Afligido por la certidumbre de que su escritura será inerme ante los cañones que acechan a su pueblo, denuncia el apoyo de Rusia, China, Irán y algunos países latinoamericanos, unido a la tibieza del resto del mundo, que han facilitado esa larga campaña de exterminio.
Avergüenza e indigna que entre los gobiernos que apoyan ese genocidio se encuentre el venezolano, encubierto de una falsa ideología antiimperialista que le ha servido para asociarse con las peores tiranías del mundo. Cómo hacerle saber a Khaled Khalifa que estos regímenes alcahuetes de Al Asad no expresan el sentimiento de sus pueblos y que hay un contingente de ciudadanos del mundo que aun cuando no tengamos el poder de detener el genocidio lloramos la tragedia que viven y que hacemos nuestro el lema de la organización Avaaz: Todos somos sirios ahora.
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