AMÉRICO MARTÍN - Tal Cual
"En la política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el viento; jamás quien pretende que sople el viento donde pone la vela" Juan de Mairena (Antonio Machado)
1 "Mi desocupado lector" (así llamaba Cervantes al suyo y con buen juicio también Manuel Caballero) permitirá que me aleje un poco de los graves y palpitantes temas del día, para ver si puedo explicar y explicarme por qué ni los partidos socialistas mejor organizados y más brillantemente dirigidos pudieron asentar su sistema en ninguna parte del planeta. No me refiero a aquellos que asumiéndose socialistas pudieron gobernar válidamente usando modelos de mercado, sean los casos de China de Denxiaoping, Alemania de Willy Brandt, Suecia de Olof Palme, Austria de Bruno Kreisky, España de Felipe González, Chile de Lagos y Bachelet, Brasil de Lula y Rousseff, por tomar varios de los más notables. El mayor o menor éxito que hayan tenido más bien fortaleció el sistema que originalmente querían abolir, y ellos estuvieron muy conscientes de eso.
De lo que quiero hablar es del socialismo mondo y desnudo cuya misión era construir sobre los escombros del capitalismo una sociedad de hombres nuevos, libres del egoísmo burgués, inmensamente rica y variada, en la que desapareciera la propiedad privada y apenas subsistiera la personal. Vamos, que si el cepillo de dientes, los interiores y cosas así.
Despejaré dos cuestiones para que no dejen de leerme. Primera, que no me iré por los caminos de una rebuscada complejidad, afortunadamente innecesaria. Segundo, que esta incursión dará una vuelta completa para terminar en los "temas graves y palpitantes del día" de los que supuestamente me alejaría. Capriles y el Gato Briceño incluidos.
2 El drama se le presentó a los primeros socialistas que llegaron al poder con una sed de ilusiones infinita. Debían subsistir en el sistema que al mismo tiempo se proponían destruir. Algunos se aislaron pero muy a medias. Debían comer, desplazarse, leer la prensa, asistir a su trabajo, mandar a los hijos a la escuela. Para conciliar su vida normal con el sueño revolucionario, tuvieron que aprovechar las ventajas materiales de la sociedad así fuera por razones tácticas, pero esa fatal decisión los enfrentó a otros menos inclinados a hacer concesiones, dando origen a la escisión entre reformistas y leninistas, duros y blandos, conciliadores e intransigentes.
Cuando unos y otros ejercieron el mando descubrieron que su sofisticado arsenal teórico no le daba de comer a la gente.
Las elásticas de la sobrevivencia los jalaron al abominable mercado. Fue otra fatalidad que disparó la revolución dentro de la revolución. Cada radicalismo daba lugar a otro más intransigente, en una espiral descendente que al final derrumbó el Muro o dio lugar a la astuta ficción del socialismo de mercado; de ahí en más ocurrió el deslave de los socialistas de todas las congregaciones. Quisieron (quisimos) transformar el mundo y el mundo nos transformó a nosotros. Al separar una a una las hojas de la cebolla quedó un horrendo vacío.
Del anillo de acero no se escaparon los marxistas más creativos, cultos y fecundos. ¿Cómo podrían escabullirse los más ruidosos y chapuceros?
3 El ya inocultable fracaso del presidente Chávez repite el de otros y otros más. Los del PSUV no aprenden ni rectifican pero para que no se evidencie la falencia del sedicente proyecto han entrado en otra espiral aún más perniciosa: culpar a los demás, eludir responsabilidades, apoyarse en la arbitrariedad y la violencia a medida que la realidad les resulta arisca. Pero todo eso solo sirve para ilusionarse con una fuerza que ya no tienen. Como los feroces leones de piedra asirios emplazados para ahuyentar enemigos, lo del proceso bolivariano va reduciéndose a lo mismo: amenazas sin sustancia, gritos y juramentos que terminan en ecos vacíos, humo, oquedad, aire, nada.
Daño siempre causan. Los sicarios de Cotiza, los que impidieron la jornada de paz de Ledezma y Muchacho, los burdos pelotones que caen sobre las Universidades. El cerco a los medios, el asedio a los líderes opositores. El problema es que la disidencia ya no se asusta y más bien se fortalece con los gárrulos manotazos. Pero entendamos: esos desplantes son directamente proporcionales a la pérdida de fuerza real. El 12 de febrero hubo una clamorosa afirmación contra el miedo. Sintiendo que sus provocaciones no ralentizan la marcha opositora, el gobierno dobla la mano infructuosamente.
Lo de Capriles es el mejor de los ejemplos. Lo retaron a un torneo de insultos, juego favorito del Presidente, asaltaron a tiro limpio su recorrido por Cotiza, pero nada: el hombre no se sale de cauce, no menciona a su debilitado rival, no gasta un minuto en nada distinto a oír a la gente. El otro trató de alterarlo con el clamoroso anuncio de que "tiene pruebas" de un atentado criminal en su contra. Fue un fogonazo revelador de la impotencia del presidente. Ni su AN, ni su MP, ni su Sebin se dieron por enterados de aquel intento desgarrador que transfirió iniciativa política y visibilidad al imperturbable Capriles.
Caso similar el del Gato Briceño, quien con Henri Falcón era el gobernador más popular del gobierno. Quieren masacrarlo pero mientras más le dan más fuerza cobra porque olvidaron lo esencial: en cualquier disputa la legitimidad y popularidad de la causa es lo decisivo. ¡Y mire cuán decisiva es la cuestión que enfrenta a Briceño con Diosdado! Defender la pureza del agua siempre será mejor que multiplicar los pozos sépticos.
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