ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ - Tal Cual
No hay dudas de que cuando, en 1998, Hugo Chávez gana por primera vez las elecciones presidenciales, el país atravesaba una profunda crisis. Esta, precisamente, fue uno de los factores decisivos en su triunfo. Los partidos que se alternaron en el poder después de la caída de la dictadura pérezjimenista, AD y COPEI, no supieron mantener y mejorar el sentido democrático del régimen que se había instaurado en 1958, y a partir de cierto momento se impusieron los procedimientos dolosos que históricamente se han conocido como la negación de la democracia.
Particularmente grave fue el ejercicio de la corrupción, que se generalizó a todos los niveles de la administración pública. No en balde la lucha contra la corrupción fue consigna electoral principalísima de Chávez, una de las que más impacto causó en las masas electoras.
No fue, por ello mismo, una sorpresa que Chávez ganara aquellas elecciones. La imagen de un joven militar, que llevaba tras de sí la aureola ganada desde el fallido golpe del 4 de febrero, en especial con su "por ahora" que se hizo tan famoso, conquistó fácilmente el apoyo de grandes sectores de la población votante, de todas las clases sociales, pero en particular de la gente de abajo, la misma que tradicionalmente había venido votando por AD y COPEI, pero que estaba decepcionada de sus gobiernos, por el incumplimiento de sus promesas y por la práctica contumaz de la corrupción.
De ahí que no tenga sentido la condena que mucha gente hace de aquellos que con su voto llevaron a Chávez a Miraflores, porque, en el mejor de los casos, se dejaron engañar por el ex golpista, sin entender que aquel engaño era más que explicable, incluso inevitable. Había que ser demasiado experto en política, y aun en psicología aplicada a la política, para no caer en el engaño. A menos que se fuese adivino.
Otra cosa es lo que ha sucedido después. Que Chávez haya jugado sucio a sus electores, y de hecho haya traicionado su propio ideario y los principios sobre los cuales edificó su imagen, violando de manera descarada y sistemática todo cuanto ofreció en su inicial campaña electoral, no es algo imputable a los electores que, si se quiere ingenuamente, creyeron en él.
En 1998, y aun en los primeros años del gobierno chavista, había razones demás para confiar en lo que se vislumbraba como un cambio radical, que corrigiese drásticamente los errores y vicios de los cuarenta años de democracia postpérezjimenista.
Pero esa confianza, que, repito, podría ser tenida por ingenua, no puede ser considerada como la culpable de que se haya perdido la gran oportunidad histórica que se abrió a nuestro país a partir de 1999.
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