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sábado, 31 de marzo de 2012

¿Hombre nuevo? el mecánico cubano


ELÍAS TORO - Tal Cual

Hace poco más de siglo y medio que Marx y sus epígonos pretendieron advertir a la humanidad sobre el carácter inexorable de la revolución y, como consecuencia, el inevitable nacimiento de un nuevo hombre, poseedor de una nueva catadura moral, del todo distinta a la que prevalecía en el mundo en que les tocó vivir, inmerso en las relaciones propias del naciente capitalismo industrial.

Ninguna de las dos cosas ha sucedido y, aún más, no parece estar próximo a suceder en ninguna parte. Las experiencias políticas de inspiración marxista en curso se han venido muy a menos en un corto período histórico, y su conclusión, ese nuevo hombre tan intensamente esperado como fin último de aquellas, no termina de aparecer.

Si juzgamos por la revolución bolchevique, víctima de aquel repentino y aparatoso derrumbe provocado por sus terribles contradicciones y carencias internas luego de ochenta años de un régimen tanto o más totalitario que el propio fascismo alemán, hay que concluir que a pesar de tal vez dos generaciones nacidas y formadas en régimen dicho "socialista", un nuevo hombre no se avizoró durante aquella experiencia ni se percibe ahora en la Rusia renacida de la extinción de aquella experiencia.

Si a ver vamos la del camarada Mao, con revolución cultural y demás hierbas, tal parece que la idea se les extravió en el camino ya que los nuevos chinos, los chinos jóvenes y cada vez más ricos, más se parecen a los ya viejos y conocidos yuppies norteamericanos o japoneses que a cualquier otro espécimen humano de algún laboratorio revolucionario. Y si consideráramos la "gloriosa" revolución norcoreana de Kim Il Sung y a juzgar por cómo vimos a miles de norcoreanos llorar "desesperadamente" durante las exequias, por el hombre fuerte que los sometió durante tantos años, si fuera cierto que ellos representan al nuevo hombre, se diría que este parece más un infortunado híbrido entre ciudadano común y una histérica plañidera.

Pero llegados a Cuba nos encontramos, esta vez sí, con un nuevo y competentísimo hombre surgido en los ya 50 largos años que va durando la sumisión castrista.

Lo paradójico del asunto es que este nuevo tipo humano no está dónde ni es cómo lo querían los jerarcas de la revolución. En realidad, lo que lo distingue no es propiamente su catadura moral como la suponen los filósofos revolucionarios, que no juzgamos porque admitimos que debe ser la de todas las víctimas de un régimen político policial como aquel, sino por la extrema competencia profesional adquirida justamente a contrapelo de todo lo cacareado por la revolución.

En otras palabras, se trata no de cualesquiera representantes de la sociedad cubana, sino de un gremio profesional no reconocido que se consolida y aprende su oficio dentro del miserable ambiente revolucionario: y que construye una brillante realidad a pesar de las enormes dificultades no solo políticas asociadas al régimen desde 1959, como la acción delatora de los famosos CDR, sino de los terribles problemas económicos que derivan de aquellas políticas que el megalómano Fidel impuso al país a sangre y fuego.

Cuando la clase media cubana, en efecto, emigra masivamente a Florida huyendo de la persecución, a partir de los primeros años sesenta, deja en Cuba un parque automotor, importado desde luego de los Estados Unidos, que nunca más pudo ser renovado. Establecido el cerco económico y gravemente falto de divisas por la crisis económica instalada muy pronto en la isla, nunca más se importaron automóviles de modo que quienes fueron desde entonces herederos de los que quedaron, todos fabricados en los cincuenta, tuvieron forzosamente que devenir en mecánicos para salvar esos, sus únicos medios de movilización.

Pero más importante aún y por las mismas razones, nunca más pudieron entrar al país los repuestos necesarios para sustituir aquellas partes que el natural desgaste ponía fuera de servicio. De modo que la disyuntiva terminaba siendo la de reparar a como diera lugar o mandar tan precioso bien al cementerio.

Así se formó una legión de propietarios-mecánicos de primera línea que no podía cambiar partes, sino producir y reparar con sus propios medios y en donde podían, principalmente en sus propias casas, todo aquello que en sus automóviles se dañaba. Desde las partes de la carrocería cuyas componentes había que reconstruir repujando a golpe de martillo láminas planas en su mayor parte recuperadas, hasta las componentes mecánicas más sofisticadas que había que reparar o hacerlas ex-novo, localmente, si se quería mantener operativa la flota de vehículos.

Esa experiencia cubana recuerda sugestivamente otra muy notoria que por razones muy distintas ha caracterizado siempre la vida de la denostada clase media norteamericana. Me refiero a la economía de garaje, sitio que no falta en ninguna vivienda de los cientos de miles de suburbios de las miles de ciudades, donde se gestan muchas de las mejores ideas y productos que hoy forman parte de la realidad económica e industrial del planeta.

No hay probablemente en Latinoamérica un gremio mecánico automotor mejor preparado que el cubano. Ha logrado mantener en estado operativo la extraordinaria colección de automóviles de los años cincuenta que exhibe actualmente Cuba, que probablemente no tenga parangón en ninguna parte. Quizá ni siquiera dentro de los Estados Unidos donde una vez fue fabricada.

Poco importa averiguar de cuántos automóviles se trata; lo importante es que forman ya parte importantísima e indisoluble del paisaje urbano de Cuba, cuyo lamentable telón de fondo lo constituyen los miles de edificios abandonados y semi derruidos, como consecuencia del limbo en que el fidelismo colocó el derecho a la propiedad.

Este gremio profesional es muy discretamente uno de los mejor formados que posea país alguno, acostumbrado como está a trabajar apoyado solo en su creatividad, sin un mínimo razonable de recursos materiales. Con él podrá la Cuba que pronto emergerá a la libertad y la vida democrática desde los escombros de la absurda experiencia dizque socialista, crear una industria automotriz como no sueña en tener país latinoamericano alguno, salvo quizá Brasil.

¿Pensó alguna vez Fidel en medio de su delirio ideológico del que parece por fin reponerse, que el único representante de la tan cacareada nueva humanidad que surgiría con el triunfo de su revolución sería el mecánico? Comparemos aquel gremio con nuestro equivalente local, absolutamente inútil, ignorante y parásito de una estúpida economía rentista, responsable del más grande derroche de recursos públicos y privados que pueda concebirse.

¿Se imagina el lector lo que habría pasado si en vez de médicos Fidel nos hubiera enviado mecánicos?

www.eliastoro.net
@toroelia

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