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sábado, 31 de marzo de 2012

El político que amaba los libros


MOISÉS MOLEIRO - Tal Cual


Este es un recordatorio del líder político honesto, bravío e incansable. Y, además dotado de un cerebro, una sensibilidad y una cultura extraordinarios. Fruto conmovedor de ello fue que, además de sus libros políticos e históricos, ya muy entrada la tarde, se puso a hacer una columna periódica llamada Los libros de antes en el diario El Universal . Allí reflexionó muy densamente sobre los grandes clásicos de la literatura de todos los tiempos. Este inédito pertenece a esa época y lo publicamos para que no se olvide su ejemplo de guerrero y humanista. FR.

LA LEYENDA DEL 98 ESPAÑOL

Este trabajo está dedicado a mi amigo Juan Verde Mijares. No solamente por su fina comprensión, sino porque ambos recibimos ­en aquella Caracas distinta y en parte añorada­ el impacto residual del 98 español.

Poco importa el origen del nombre: si Azorín lo inventó agrupando elementos disímiles ­como dicen algunos­ o que el presunto año fundacional se haga coincidir con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, y las Filipinas a manos de EEUU, con el sacudimiento consecuencial. El hecho realmente importante en que así se asumió y así la trataron críticos, comentaristas y exégetas: "La Generación del 98".

Por haber llamado la atención sobre las carencias y el atraso de España, por haber barrido el ruralismo literario (la Pardo Bazán, Pereda, Blasco Ibáñez), por retornar a valores de algún modo permanentes; pero con aire renovador, fueron venerados y llegó a creérseles algo así como "la conciencia y espejo de España". Una tupida red de anécdotas y relatos de sus andanzas los rodea. Se les tiene como escritores por excelencia, dueños del oficio, trasunto de una nueva manera de concebir a su país y al mundo, desbaratando prejuicios y haciendo caer el peso de la crítica sobre usos, costumbres y modos consagrados.

Si respondieron a una influencia literaria inmediata y más o menos permanente, viene dada por el "modernismo" rubendariano. Intento de hacer caer aire puro sobre una literatura ­la del idioma­ agotada, ajena al entorno, giros impensados, colores y palabras introducidas con tino. No en balde Don Federico de Onís considera la "Generación" como subproducto de las posturas de Rubén y sus incontables discípulos.

Pues bien, como en otras ocasiones, "no es oro todo lo que reluce", como diría Luis Cernuda. Al lado de méritos indudables hay debilidades y carencias.

Comencemos por Ramiro de Maeztu, reaccionario a más no poder y sostén de las más extrañas posturas. Todas basadas en la idea de "reconstruir" un imperio imposible, dada la postración del presunto sujeto histórico de tan descocada y anacrónica empresa.

Pero los tres más emblemáticos ­al menos de la primera hornada de la "Generación"­ son Unamuno, Azorín y Baroja.

Del primero podemos señalar algunos ensayos de calidad, jugosos en la prosa con la cual son construidos (El sentimiento trágico de la vida, En torno al casticismo, La agonía del Cristianismo, Recuerdos de niñez y mocedad). De lectura amena y valiosa factura. Contrabalancean sus insípidas novelas ­si acaso con la excepción de San Manuel Bueno, Mártir. O su poesía plena de angulosidad, con muy poca gracia. Poeta al que se le ve el tenso esfuerzo muscular que está llevando a cabo.

Empeñado hasta extremos que llegan al desafuero de hablar de sí mismo y ofrecerse como espectáculo. Empeño que lo lleva a conceptos inanes, que nada significan ("la intrahistoria") o a boutades carentes de toda seriedad: "¡Que inventen ellos!", llegó a decir vanagloriándose del atraso científico y cultural de España. O a crear vocablos diferenciadores carentes de sustancia, como llamar "nivolas" a sus novelas.

Todos conocemos las brillantes frases dirigidas al psicópata de Millán Astray en Salamanca, cuando el jefe del "tercio" profirió su célebre grito, ebrio de victoria.

Mucho menos conocen que Unamuno apoyó el "lanzamiento nacional" casi desde sus inicios.

De Azorín podemos decir que logró construirse un estilo literario eficaz, límpido, opuesto a la campanada retórica tradicional española. En él tiene pequeñas obras maestras: Los pueblos, Ensayos sobre la vida, Al margen de los clásicos, Los clásicos redivivos. En cuanto a representar una nueva España sólo podemos constatar que cambió tantas veces de casaca que mueve al asombro. Al final, aduló descaradamente al "Caudillo", quien recibió tales parabienes con la más absoluta indiferencia.

Está el caso Baroja. Escritor desaliñado; pero con fuerza. Que lo hace producir grandes novelas en medio de una extensísima obra: Zalacaín el aventurero, Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, Los últimos románticos. Las tres llenas de una honda y compleja tristeza tras tu aparente sencillez. O la trilogía que recorre con mirada dura los bajos fondos madrileños: La busca, Mala hierba, Aurora roja. Autor inconcluso ­fuera de su orbe novelesco extenso­ de un desafiante "Manifiesto" individual de sus años mozos: Juventud, egolatría, que llamara la atención a escritores ajenos por completo a las letras españolas.

A los arrestos retadores de Juventud, egolatría, le sucedieron unas memorias ­Desde la última vuelta del camino­ ruines y pedestres. Muestrario de chismes que aprovecha la muy menguada ventaja de estar vivo para arremeter con recursos no siempre de buena ley contra contemporáneos suyos en afanes y trajines literarios.

Y es que la obra de Baroja se fue llenando de prejuicios (racismo, antisemitismo, envidias apenas disfrazadas), de manías de viejo malhumorado, de simplificaciones que a veces rozan la mentecatez.

Tampoco esquivó el "Nuevo orden" y se plegó a él, cuando más discretamente que Azorín. Guardó silencio en aquella España sepulcral y se inhibió de emitir opiniones; pero hizo suyo el lenguaje y la adjetivación de los vencedores.

Ninguno de los tres, apartando sus méritos literarios, fue "conciencia y espejo" de un nuevo país. Y cuando comienza la acción de fuerzas emergentes reales, se abroquelaron en lo consabido, la "España eterna" que habían criticado y se propusieron renovar años atrás.

LOS EPÍGONOS

Después vendrán lo que algunos llamarán "epígonos" con notoria imprecisión, ya que muchos de ellos son superiores en calidad. Sin ignorar que en parte encontraron el camino desbrozado. Entre tantos hay quienes de no haber escrito no hubiesen originado pérdida sustancial para la literatura española (Pérez de Ayala, Gabriel Miró, Ramón Gómez de la Serna).

Este último animó las manifestaciones de vanguardia, hizo un libro-recopilación de los principales "ismos" en boga, mantuvo una tertulia por años en el "Café de Pombo", dio una conferencia sobre un elefante. Hizo y deshizo; dijo y redijo; pero no escribió una sola obra realmente importante. Salvo las "greguerías", de las cuales habrían bastado dos docenas como muestra de ingenio. Son, por tanto, excesivas.

Entre los "epígonos" suele enrolarse a los hermanos Machado. Antonio límpido y grande, en incesante exploración lírica de sí mismo. Y Manuel, simplemente pinturero.

También se menciona a Juan Ramón Jiménez, alto poeta asordinado y melancólico, triste y hondo, fino y tenue como algunos paisajes del sur de España.

Y se incluye a Ortega, quien, pese a los custodios de su obra, no es un filósofo original en el sentido estricto del término. Introdujo en el país el pensamiento contemporáneo, cumpliendo con ello valiosísima tarea. Tiene además páginas de importancia: El tema de nuestro tiempo, En torno a Galileo, un penetrante ensayo sobre Dilthey y algunas consideraciones históricas (cuando no lo obnubilan el afán de originalidad a toda costa y sus caprichos). Su mayúscula pedantería y la propensión retórica le hicieron daño. Como pensador y aun como escritor.

Y está el más contemporáneo de todos: Valle Inclán. Que comenzó con un tributo al Modernismo en las páginas "decadentes" ­como se decía entonces­ de sus Sonatas y terminó radiografiando de mano maestra la "España negra", la de Goya y Buñuel, en esa riquísima creación de los Esperpentos, llenos de matices y recovecos, de pasión y fuerza. También emana contemporaneidad de su teatro, de alta calidad y sorprendentemente vivo hoy día.

EL MEDIO SIGLO DE ORO, LA DICTADURA Y EL HOY

Con todo y sus debilidades, las estéticas y las otras, la "Generación", sus "epígonos" y algunos que vinieron después, crearon las bases de lo que se llamó "Medio Siglo de Oro". Una constelación de poetas grandes como España no había tenido desde mucho tiempo atrás y que resulta difícil vuelva a tener: García Lorca (culto y popular, simple y complejo, renovador y eco de antiguas e imperecederas voces); Alberti (juvenil, certero y desenfadado en lo mejor de su obra); Jorge Guillén (hermético y grande, exquisito y profundo); Alexandre (el poeta que integra múltiples determinaciones y nos dice, de modo recatado, su desconsuelo metafísico); Cernuda (dramático y doliente, lleno a veces de rabia y tristeza); Pedro Salinas (notable y conceptual, elegante como un inglés) y hasta el mismo Gerardo Diego, quien después de haber oficiado ­furibundo­ en la vanguardia ultraísta se redujo a ser un andaluz garboso.

Todos se lo llevó la trágica Guerra Civil, Algunos sobrevivieron en el "exilio interior", otros fueron asesinados o desterrados. Y se inauguró una España mezquina, de ridícula mentalidad "imperial" sin imperio alguno, llena de tabúes y censuras que la colocaron al margen.

Las tupidas mallas de la escasez prepotente y segura de sí misma que conformaba el "país oficial", terminaron haciendo que algunos peces de variado peso y calidad se deslizaran en medio del triunfalismo rencoroso, la vaciedad agresiva, la estupidez.

En prosa, Cela fue el primero. Pese a no ser santo de mi devoción, admito que La familia de Pascual Duarte es una obra maestra, enraizada en las mejores tradiciones hispánicas. Y que el más cabal retrato de aquel país sórdido viene inscrito en las páginas de La colmena. En poesía habrá que esperar a los años 50 y a Gil de Biedma para que logre convertir el menester en algo públicamente respetado.

Aun cuando nunca oficial.

Hoy existe otra situación, en parte como continuidad de los últimos años de franquismo, ya cadavérico. Quizás recogiendo la leyenda del 98, quizás por haberse ejercido durante decenios una implacable censura, la sociedad española actual premia con creces a sus escritores. Hay varios premios nacionales e internacionales, de las "autonomías", de las diversas regiones. Edilicios, de medios de comunicación, de distintas academias, de editoriales duchas en el manejo de lo que ha dado en llamarse "el negocio del libro".

Esto hace nacer la sospecha de si se tratará de una literatura "inflada". Se está seguro de pocos nombres: Vásquez Montalbán, pese a su extraña fecundidad, Javier Marías, Torrente Ballester y algunos más. El tiempo dirá, como terminó diciendo (y desnudando), al "98".

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