Oscura celebración

Tal Cual Digital

Plagadas esas naciones de monarcas, tiranos vitalicios y demócratas tortuosos el desfile del 4F suele ser en honor del Amo, en el caso del héroe del Museo Militar y ahora gerente de nuestros despeñaderos y, de paso, un recordatorio y una advertencia a los conciudadanos de que también les toca a los uniformados defender el orden establecido, como dice el general Rangel Silva verbigracia

FERNANDO RODRIGUEZ

Los desfiles militares suelen ser una de esas costumbres inevitables de todas las modalidades de gobierno, salvo los pocos sabios que en el mundo han sido. Son deleznables por muchas razones.

La mayor es que se exhiben hombres y máquinas destinadas a matar hombres y sus creaciones. Otra es que es un juego de poder global, especie de ajedrez sangriento.

Todo ello ante un público arrobado, excitada su pulsión de muerte por la violencia virtual del espectáculo. Si el matarnos en grandes cantidades ha sido, es y probablemente será, Freud dixit, consustancial a la especie, no sería mucho pedir que se fuese más discreto con los agentes y los instrumentos de esa siniestra tara.

En el llamado tercer mundo, y no pocas veces en el primerísimo, las cosas empeoran. Primero porque esas armas y esas armas-hombre que cada día cuestan más podrían ser escuelas y hospitales para los menesterosos.

Luego, plagadas esas naciones de monarcas, tiranos vitalicios y demócratas tortuosos el desfile suele ser en honor del Amo, en el caso del héroe del Museo Militar y ahora gerente de nuestros despeñaderos y, de paso, un recordatorio y una advertencia a los conciudadanos de que también les toca a los uniformados defender el orden establecido, como dice el general Rangel Silva verbigracia.

Es pues un acto para atemorizar, inseparable ése del acto electoral del próximo domingo. Ya sabrá el lector cuán aficionados son tales mandatarios a los apoteósicos despliegues de “su” fuerza militar, siendo la mayoría de ellos integrantes de ese aparato represivo esencial del Estado. Por lo demás, son un poco hilarantes los pigmeos jactándose de ser gigantes.

En este desfile del 4F del sábado hay un ingrediente adicional, ya por muchos señalado: a la Fuerzas Armada de hoy se les ordena celebrar un golpe de Estado fallido de hace veinte larguísimos años. Es decir, a convalidar un hecho absolutamente contrario a lo que pautan la Constitución y las leyes como su obligante naturaleza. Una suerte de complicidad a posteriori de un delito retroactivo, de una sórdida felonía, de la simiente del terrible mal que azota hoy al país.

Lo que hace imaginar que no todos los oficiales y tropas deben estar muy contentos de reverenciar desafueros en los cuales, para empezar, no tuvieron ni arte ni parte y que contradice juramentos que una vez hicieron ante Dios y la Patria que demandarán o premiarán algún día sus conductas, se dice.

Sobre todo, esta vez en que se han superado todos los límites, ya bastante atropellados en estos años, convirtiendo a la Fuerza Armada explícitamente en militante activa e inequívoca del proceso, no sólo por boca de un Chávez desaforado sino por esa famosa locución que acompañó el desfile, portavoz institucional, siempre inigualablemente cursi, melosa y vulgarmente patriotera pero en la ocasión contando la gloria eterna de nuestros ejércitos, bolivarianos y también gomecistas, a partir de ese gran parto de la libertad que fue el 4F.

Nunca tanta mentira, tanta violación de la democracia, tanto falseamiento de la historia, tanto culto a la personalidad y tanta adulancia se juntaron en un solo evento.

Por supuesto lo sucedido es trascendente y deberá analizarse muy seriamente. Todas las posibilidades. Incluso la de que hayamos saltado a una militarización extrema del país, puesto en manos de unos cuantos altos oficiales decididos a todo. A lo mejor hasta es algo bastante parecido a otro 4 de febrero, no a su celebración.