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viernes, 2 de diciembre de 2011

ESA VELETA, la opinión pública

Tal Cual

El vicio de la "denuncia" puede convertirse en un bumerán para la propia oposición. En Venezuela hace falta una opinión pública más consolidada, que sepa distinguir el grano de la paja

SEBASTIÁN DE LA NUEZ
FOTOS SAÚL UZCÁTEGUI/ARCHIVO


Ahora resulta que Miguel Ángel Rodríguez es un experto en finanzas y especialista en convenios internacionales que puede satisfacer los requerimientos de un fin de semana en materia noticiosa. Todo porque dio un tubazo, que es lo que sabe hacer como buen reportero. Pero él no quiso seguir siendo periodista sino reconvertirse en político. Y sus colegas lo han convalidado como experto. Porque sin ser experto no podría haber dado las declaraciones que improvisó el fin de semana. O sea, ahora Miguel Ángel Rodríguez no es el inquisidor mañanero de antes, sino El Especialista, una voz de autoridad capaz de determinar las implicaciones legales aguas abajo del documento firmado por Rafael Ramírez. Sin duda, un doble tubazo: el documento mismo y El Especialista abordando asignaturas que jamás estudió.

Ahora promete unos documentos sobre el uso del hierro "como si fuera moneda de circulación internacional". ¿No recuerda un poco a aquellas grandes denuncias de la época de oro de gente como Leopoldo Tablante, Vladimir Gessen y Paciano Padrón, ex asesores ad honorem de las jefaturas de Información de algunos periódicos? Hay algo que sigue sin funcionar en el seno de la clase media venezolana, esa laxitud mental que nutre la mensajería de texto en los programas de Globovisión o que ha hecho de Alberto Federico Ravell un líder de la oposición desde las sombras de Lapatilla.com. ¿Por qué nadie pregunta qué hace un buen animador de un programa mañanero desempeñado, de buenas a primeras, el rol de experto en una materia que merecería más cuidado, si es que alguien quiere que la "denuncia" llegue a alguna parte? Hay algo que sigue sin funcionar en este país. Es esa radicalidad frente al gobierno de Chávez, esa cosa visceral como si el Presidente fuera una excrecencia de otro planeta.

Pues no. Fue, en buena medida, producto de nuestra hoy escaldada clase media.

La letra impresa en este país goza de prestigio. Si sale en el periódico, debe ser verdad. Ahora la Iglesia, los estudiantes y las universidades mantienen el liderazgo como instituciones o grupos de prestigio, pero antes era la Prensa, así, con mayúscula, la que lideraba. Qué casualidad. Fue la época en que Hugo Chávez agarró vuelo como líder.

El prestigio de la Prensa se catapultó en los ochenta y noventa, cuando varios periódicos asumieron la denuncia como una fuente inagotable de titulación en primera página.

La denuncia era un producto de consumo masivo que la gente digería con entusiasmo junto con el café y el cachito de jamón cada mañana. La denuncia fue el pan de cada día durante la época de Carlos Andrés Pérez II y convirtió al ama de casa, al chofer de taxi o al ejecutivo en juez, con licencia para linchar públicamente al acusado antes de que el sistema judicial tuviese tiempo de instruir un expediente.

Quien denunciaba obtenía la alianza automática del medio y aparecía como un luchador social, alguien que merece reconocimiento y cuya palabra no se cuestiona. Así se fabricaron nuevas reputaciones políticas. Así se cimentó la llamada antipolítica.

En Venezuela la opinión pública es una veleta.

Nadie pregunta qué demonios hace Miguel Ángel Rodríguez hablando de cosas sobre las cuales no tiene soberana idea. Hay que formar al ciudadano lector. Un lector con sensibilidad, que arme un escándalo ante el epíteto "narcomula" adjudicado a una pobre mujer colombiana a quien se le reventó un dedil de coca en un avión; que deje de comprar un diario ante un reportaje titulado "No hay mujer fea sino sin biyuyo". Después podríamos comenzar a hablar de temas tan profundos como participación de lectores, auditabilidad editorial y media watchers.

Antes, lo dudo.

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