Óscar Arias Sánchez / El Pais
26 FEB 2015 - 00:42 CET
La situación en Venezuela se está precipitando. El arresto del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, a manos de agentes de inteligencia –aparentemente sin orden de arresto y con la delirante justificación de un supuesto intento golpista- confirma lo que muchos hemos temido durante los últimos meses: el gobierno de Nicolás Maduro está dispuesto a dejar que arda Troya antes de procurar un diálogo democrático.
Arrinconado contra la pared, ha incrementado sus niveles de violencia, represión e intimidación. El irrespeto a los derechos humanos es patente. La comunidad internacional debe exhibir más que un apoyo pasajero al pueblo venezolano. Este debe ser el inicio de una vigilia por Venezuela, una vigilia incesante y contundente: es necesario que todos, líderes mundiales, activistas, profesores, periodistas, ejerzan presión para que el gobierno de Maduro libere a los presos políticos y respete el Estado de Derecho.
No podemos ser libres, en ningún lugar, si permanecemos impasibles ante la opresión, en cualquier lugar.
Hago también un llamado a la comunidad internacional para que vuelque sus ojos sobre Venezuela. Conozco bien la dinámica de las relaciones internacionales. Sé que existe una competencia por la atención a nivel global, y que Venezuela comparte el escenario con regímenes que presentan un riesgo más cercano para las potencias mundiales.
No es la división ni la venganza lo que llevará a Venezuela a un mejor futuro
Sin embargo, quiero subrayar que estamos en un punto de inflexión: en una Venezuela postrada económicamente, y aislada políticamente, la presión internacional puede generar resultados positivos. La primera condición debe ser, como lo he dicho muchas veces, la liberación de todos los presos políticos. Cada día que se arrestan oficiales electos o estudiantes es una violación a los derechos humanos, a la Carta de las Naciones Unidas y a la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos.
La liberación de los presos políticos debe ser el primer paso de una estrategia que lleve a un pleno restablecimiento de la democracia en Venezuela.
Es innegable que dos piedras angulares de la supervivencia del régimen chavista han sido el desempeño económico, sustentado sobre el comercio del petróleo, y la popularidad de su líder (en su momento Hugo Chávez y después, en menor medida, Nicolás Maduro). Creo que todos podemos coincidir en que estas dos fuerzas se encuentran hoy en el peor estado registrado desde 1999.
No es la división ni la venganza lo que llevará a Venezuela a un mejor futuro, sino la inclusión pacífica e inteligente. Yo confío en que ha llegado la hora. Confío en que los venezolanos sabrán reconocer que el régimen chavista pudo haber tenido, en sus inicios, intenciones nobles, pero su fracaso es indiscutible. Una democracia canaliza el descontento popular con eficacia. Una democracia rectifica errores con prontitud. Chávez y Maduro se encargaron de ahogar esa capacidad de respuesta.
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