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viernes, 8 de marzo de 2013

El Concilio Cadavérico

Tal Cual

Hoy, que comprendemos de pronto que lo que damos por sentado no siempre estará ahí; que la democracia y las instituciones se desvanecen en el aire; que un país a medio construir puede desaparecer en un segundo...

MARIANELA LAFUENTE

Lo absurdo es algo disparatado, inconcebible, contrario a la lógica. Algo que escapa a la razón humana. Especialmente en momentos turbulentos, en épocas de guerras o tiranías, en tiempos de cambios y crisis, es cuando el absurdo florece y se convierte en una forma de vida.

Esto podría parecer trágico si lo contemplamos desde el sitio donde hemos entronizado a la razón y al Hombre (como si fuera algo más con H mayúscula), pero no hay que olvidar que éstos son sólo modernos supuestos occidentales, que confundimos con verdades absolutas y eternas.

La muerte del papa Formoso, en el año 896, dio inicio a uno de los episodios más terribles y absurdos de la historia de la Iglesia. Su acceso al pontificado se puso en tela de juicio, así como sus alianzas y la validez de su ordenación.

Tenía ya diez meses muerto, cuando su sucesor, Esteban VI, decidió exhumar su cuerpo y vestirlo de nuevo con los hábitos pontificios. El cadáver fue sentado en un trono en el centro de la basílica de San Pedro, para ser juzgado por ambición y perjurio. A su lado, un diácono respondía a las preguntas y acusaciones del tribunal. Los jueces, que apenas soportaban el hedor que invadía el recinto, rápidamente lo declararon culpable.

El difunto, despojado de sus hábitos (se dice que sólo un cilicio quedó adherido a sus carnes putrefactas), fue entregado al odio del pueblo, que lo arrastró por las calles de Roma y lo arrojó al Tíber.

Algún tiempo después, una crecida arrojó el cuerpo de Formoso en alguna orilla y el papa Teodoro II pudo enterrarlo de nuevo. O eso dice la Iglesia, porque las actas del macabro proceso conocido como "el concilio cadavérico", fueron destruidas y sólo se conocen los relatos de los testigos.

En esa época, el papado era el centro de las disputas de ricas familias romanas que ansiaban el poder. De 904 a 1046 D.C., hubo 44 Papas o antipapas (ilegítimos), de los cuales fueron asesinados, expulsados o exilados, más de la mitad. Hubo Papas tiranos, desalmados, ambiciosos y pornográficos. De Juan XI (931 a 935) se decía que era hijo del papa Sergio III con una mujer adúltera; Juan XII (955 a 964) murió en el lecho de una mujer casada.

Benedicto XI (1032 a 1045) vendió el pontificado a su padrino Gregorio VI (1045 a 1046) por 1.000 talentos de plata. Sólo para resaltar algunos casos de ese sombrío período.

Diez siglos después, el Papa renuncia en medio de escándalos de sacerdotes pederastas y finanzas corruptas. No hay nada nuevo bajo el sol, salvo la experiencia trágica del absurdo, que siempre nos acompaña.

Hoy, que comprendemos de pronto que lo que damos por sentado no siempre estará ahí; que la democracia y las instituciones se desvanecen en el aire; que un país a medio construir puede desaparecer en un segundo...

¿qué hacemos? Hacemos algo o nada... Seguimos viviendo. Y esa es la experiencia del absurdo. Como dijo Nietzsche en El Nacimiento de la Tragedia: "en el fondo de las cosas, y pese a toda la mudanza de las apariencias, la vida es indestructiblemente poderosa y placentera". Murió Chávez. Que descanse en paz.

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