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miércoles, 13 de febrero de 2013

El clamor de Ivana

Tal Cual

El rostro atormentado de Ivana Simonovis, que se siente presa, de la Ivana de familia rasgada, de la Ivana que está cansada de sufrir, debería ser representado en medio de una lluvia de colores, los que correspondan, en los anales de la historia patria

MIGUEL ÁNGEL LATOUCHE

Durante sus últimos años Oswaldo Guayasamín estuvo dedicado a construir la Capilla del Hombre, se trata de un cuerpo arquitectónico de tres niveles ubicado al norte del Quito de sus amores.

Allí se encuentran representadas las tres etapas fundamentales de su pintura: La primera de ellas: Huacayñan que en quichua traduce “El camino del llanto; “La edad de la ira”, que es la segunda, y “La edad de la ternura”, la tercera.

Se trató de uno de los pintores fundamentales de la América Latina del siglo pasado. El pintor de los rostros y de las manos, que intentó transmitir los sentimientos de unos rostros mestizos e indígenas rasgados por los sentimientos y en una búsqueda constante por la felicidad que aparecía como esquiva en medio de una sociedad caracterizada por la guerra, por los abusos del poder, por la incomprensión y por las diferencias sociales.

Desde una visión indigenista que nos muestra en “Los trabajadores”, una obra de 1942, evoluciona en una búsqueda que lo lleva a explorar una combinación del cubismo y el modernismo incorporando una lluvia de colores que busca transmitir emociones, las emociones que lo atrapan, las emociones que encuentra en la humanidad.

Guayasamín es un pintor de la esperanza que sabe que las cosas no son tan buenas como deberían ser, que entiende que el egoísmo, las ansias de poder, la incomprensión nos colocan frente a situaciones terribles, como esa que dibuja en “Playa Girón”, en la cual unos padres recogen el cuerpo de su hijo muerto en combate, o en “Tiempos de angustia”, en el cual un rostro adolorido intenta cubrir con sus manos la mirada agonizante, llena de miedo, vacía de tanto llorar. Un cuadro que transmite el dolor que el pintor encontró desbordado en el tiempo en el cual le tocó vivir.

Lo que más me impresionó de la obra de Guayasamín es su capacidad para jugar con los colores. A veces nos encontramos con fondo negro que cubre sus figuras, se trata del halo de la muerte artera y terrible; a veces un rojo intenso representa la sangre de los mutilados o de los torturados.

Es extraordinaria la manera como nos transmite el dolor en la representación del rostro de una pequeña niña indígena que llora lágrimas de sangre, o la manera como encarna el dolor de una mujer que ha visto a su marido ser torturado.

Ese cuadro, por cierto, es genial aunque profundamente doloroso, transmite el desasosiego de quienes se ven impotentes ante la adversidad representada por demás, en los que golpean, en los que no entienden que ya es suficiente.

El hombre se encuentra atado, sin poder liberarse de sus amarras, ella se encuentra arrodillada a su lado, ya no le quedan lágrimas para llorar, se encuentra con la cabeza gacha, transmite un dolor que la ha doblado, que nace desde sus entrañas.

LA BÚSQUEDA DE LA ESPERANZA

La Capilla del Hombre es un homenaje a la humanidad, un canto a la esperanza que nace desde la desesperanza, por eso en la cúpula se muestran los cuerpos de hombres y mujeres famélicos que se encuentran atrapados dentro del “Potosí, en busca de la luz y la libertad”.

Si Guayasamín estuviese vivo, permítaseme la especulación, quizás hubiese podido recoger, de esa manera genial como lo hacía, el dolor de una niña de 15 años que escribe una carta pidiéndole al Estado venezolano clemencia para su padre.

Para su padre preso, para su padre enfermo, para su padre con el espinazo a punto de ser reventado bajo el peso de la cárcel dolorosa.

Yo creo que el rostro atormentado de Ivana Simonovis, de la Ivana que se siente presa, de la Ivana de familia rasgada, de la Ivana que está cansada de sufrir, debería ser representado en medio de una lluvia de colores, los que correspondan, en los anales de la historia patria, en la cúpula del museo de lo inhumano que hemos venido construyendo en los últimos años, en medio de consignas militantes y militaristas.

Negarse a proporcionar una medida humanitaria a un adversario vencido, a un adversario quebrado, a un adversario humillado, es un gesto que nos habla de la deshumanización de lo político y de los políticos. Es descorazonador darse cuenta de la manera como quienes nos gobiernan han perdido la capacidad de conmoverse con el dolor ajeno.

Qué triste que la felicidad de una niña de quince años, que quiere ver a su padre, a su padre enfermo, a su padre envejecido, a su padre vencido, nuevamente a su lado penda de un hilo tan delgado. ¿En qué quedó aquello de “endurecerse sin perder la ternura”? Mientras tanto nos quedamos con ese rostro de quince años, con ese rostro sin sonrisas, ese rostro agotado, ese rostro que grita silenciosamente, ese rostro digno de una obra de Guayasamín. Ojalá Ivana no pierda la esperanza.

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