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viernes, 18 de enero de 2013

Un delfín y medio

Tal Cual

Al parecer el delfín fue convencido de posponer la búsqueda del relevo vía electoral: bajo nivel de conocimiento y necesidad de alcanzar un mejor endoso Chávez/Maduro

SIMÓN GARCÍA

El Pacto de La Habana desaceleró el choque de trenes en el PSUV a costa de ignorar las tajantes instrucciones presidenciales sobre la vía constitucional ante una hipotética inhabilitación física.

En cadena nacional, acompañado por los dos personajes indispensables para cumplir sus deseos, el Presidente pidió, de corazón, que ante la realización de nuevas elecciones se votara, en ese nuevo proceso, por Maduro. Nada está ocurriendo como el Presidente lo propuso: no hubo sucesión porque se discute el sucesor.

Al parecer el delfín fue convencido de posponer la búsqueda del relevo vía electoral: bajo nivel de conocimiento y necesidad de alcanzar un mejor endoso Chávez/Maduro. Renuente a admitir una sucesión que no se corresponde con su cuenta de tanques, el medio delfín se contentó con ganar tiempo.

El pacto entre los dos sectores pesuvistas consagró un reparto de poder que implica que ningún sucesor pueda llegar a concentrar el mando que monopolizó Chávez. Dentro de la burocrática fusión entre partido y Estado se reprodujo internamente un "equilibrio" de poderes: el Legislativo predominantemente para uno, el Judicial para el otro y por ese camino se fue extendiendo una nueva perversión institucional. Nació el poder bicéfalo.

Lo más relevante es que la exigencia cubana de buscar una tregua se llevó por los cachos un aspecto característico de la estrategia de Chávez: refrendar con votos los grandes giros destinados a remachar un dominio de larga duración.

La desobediencia ratificó que el conjunto del Estado, reconfigurado con contenidos autocráticos, se ha convertido en piezas de una dura tecnología de dominación. Todas las instituciones del Estado están subordinadas al interés de la revolución como máxima fuente de legitimación: es imposible impugnar una sin desconocer a la totalidad.

Desde esa perspectiva la Corte, usando el texto constitucional, realizó la función que en última instancia le corresponde en el engranaje autocrático: generar la cobertura constitucional necesaria para mantener la percepción de legalidad del proceso.

Los episodios de enero revelan que la resistencia no debe conceder espacio a inútiles radicalismos, vivezas para el aprovechamiento parcial o posturas torpes. La esperanza de éxito pasa por aprender a librar una lucha alternativa: pelear democráticamente en un contexto autoritario. Pero, demasiado dependientes de los demonios rojos, no estamos amarrando bien los nuestros.

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