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jueves, 17 de enero de 2013

Frente a la aberración, enamorar al pueblo

Vicente Díaz - El Nacional
17 de enero 2013 - 00:01


El 9 de enero el TSJ toma una decisión con miras a ofrecer una respuesta institucional a una situación no prevista en la Constitución: la ausencia temporal del Presidente electo. La decisión fue consistente con su tradición, origen y naturaleza.

Es tradición que el TSJ actual jamás ha sentenciado contra el Gobierno; su origen estuvo en una Asamblea Nacional absolutamente controlada por el éste y su naturaleza es el resultado de integrantes que exhiben con orgullo sus inclinaciones cromáticas.

Era imposible que el TSJ aplicara la decisión que cabía, la interpretación analógica: una ausencia temporal; darle al Presidente electo el mismo tratamiento que a uno en ejercicio. Eso hubiese preservado la voluntad del pueblo expresada el 7-O y hubiese sido constitucionalmente impecable.

El TSJ se decantó por una aberración. Dejar en el poder a un grupo de funcionarios de un gobierno cuya finalización obligatoria generaba la necesidad de las elecciones del 7-O. Hoy en Venezuela mandan personas que no fueron elegidas por el pueblo.

Frente a esta aberración no hay instancia jurídica alguna. Sólo cabe el legítimo derecho a la lucha política democrática y a la protesta. En política la lucha es para lograr algunos de estos objetivos: cambiar las cosas, dejar testimonio o acumular fuerza.

Cambiar las cosas requiere que quienes las desean mantener iguales ya no puedan más y quienes las adversan tengan con qué. Dejar testimonio es válido. Sobre todo de cara a observadores futuros o eventuales aliados en el presente. Supone conciencia íntima de que en lo inmediato sólo queda el pataleo. Acumular fuerza es diferente. Implica un adecuado manejo de estrategia y táctica. Presupone tener un objetivo supremo, una ruta para llegar y preguntarse en cada bifurcación si la decisión de lucha y protesta, tanto en su contenido como en su forma, contribuirán a acercarnos a ese objetivo mayor.

Y en política cualquier objetivo supremo pasa por lograr que el pueblo (no la sociedad civil) ayude a definir y asuma para sí ese propósito, que se enamore de él y que esté dispuesto a trabajar para lograrlo.

La mejor táctica con esta aberración es aprovecharla para debatir con el pueblo más humilde la importancia de la separación de poderes, el por qué una justicia que no es independiente no es justicia, cómo eso impacta en la vida cotidiana, cómo en el mundo entero se relaciona prosperidad con independencia de poderes.

Pero el prerrequisito para hacer eso es entender que los pobres no por humildes son idiotas que lo único que quieren es que les regalen una lavadora. Los más humildes prefieren respeto que regalos. En regalos no se puede competir con el poder, pero en respeto, consideración y participación, sí. Si la protesta ayuda con esto se acumula fuerza; si no, es puro testimonio.

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