El 7 de octubre se produjo una ausencia de misión que permitió que el evento fuera sufrido pero no explicado. Ese inusitado descuido contribuyó a que cundiera el desconcierto, la rabia y la desesperanza
SIMÓN GARCÍA
Seguramente las urgencias de la inminente confrontación por las gobernaciones y los Parlamentos regionales llamaron a otras tareas, sin considerar que ayudar a asimilar el mazazo formaba parte de la preparación para esa nueva batalla.
Hubo cambio de planes desplegados instrumentalmente ante millones de venezolanos que tuvieron el coraje de soportar la más feroz embestida del Estado y el orgullo de haberse colocado a cinco puntos de ser mayoría.
También las fuerzas conservadoras y autoritarias, apoderadas de una retórica revolucionaria, pagaron por su victoria. Todos los venezolanos, incluidos los que observaban desde la otra acera, comprobaron que uno de los mejores sistemas de votación del mundo encubría a uno de los peores sistemas electorales del planeta. Fue evidente que el organismo que organiza y dictamina sobre la legitimidad de los procesos electores tiene vicios de ilegitimidad por su constitución y por su desempeño como institución malandra.
El país presenció estupefacto al Estado sustituyendo al candidato. Una andanada de tropelías, que buena parte de los seguidores de Chávez no aplaudió, cuajó un triunfo opaco. Los sentimientos encontrados del chavismo frente a aquel ogro aplastador también revelaron un mal sabor en quienes se llevaron el triunfo a su casa.
El 7 constatamos que la estrategia autoritaria es superior a la nuestra en su diseño y en los recursos disponibles.
También que su maquinaria, emanada de la estructura del Estado, les aporta una brutal capacidad de movilización y control sobre casi todo el proceso. Y por último, que tendremos que jugar en el terreno y con el árbitro proporcionados por el adversario hasta que la resistencia social se convierta en una clara mayoría electoral.
Forma parte de las rutinas mentales que instala una larga militancia el cliché de que no hay balance sin perspectivas.
Al analizar las causas externas e internas, el peso de los acumulados previos y del desempeño de campaña en los resultados negativos y positivos, hay que terminar mirando hacia dónde dirigir los nuevos pasos. Nos hace falta academia y barro para resistir y avanzar.
Sin definir el papel y la integración de los sectores económicamente más débiles y de los pequeños y medianos propietarios urbanos y rurales no habrá una estrategia capaz de promover la transición del autoritarismo a la democracia.
Para comenzar hay que preservar a la MUD para reiventarla como espacio de encuentro de partidos, movimientos de ciudadanos y personalidades democráticas. Y hay que ponerle coto a la termita de la antipolítica ayudando a relegitimar social, ética y programáticamente a los partidos. Dos puntos apenas para abrir el debate que nos debemos.
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