Vladimiro Mujica
TalCual / ND
29 Noviembre, 2012
Intrigado por su originalidad, he buscado en cuanto recoveco de Internet conozco algún antecedente sobre la creativa metáfora de Aristóbulo Istúriz que describe el poder en analogía con un queso. Según Aristóbulo, la única manera de conservar el queso, es decir el poder, es rallándolo, para que todo hombre y toda mujer del pueblo tenga una hilachita. Ello supuestamente impediría que algún “avispado” se llevara el trozo entero o inclusive la bandeja si se lo pica en trocitos “como en velorio”. Debo confesar que a pesar de mis sospechas iniciales sobre la autoría de la considerablemente ramplona teoría del “queso rallado”, no encontré ninguna referencia previa a la misma. De modo que para todos los efectos su autor es en verdad el maestro Istúriz.
A pesar de su chatura, uno no puede dejar de admirar la efectividad de la metáfora del queso rallado en la gente. Ello se combina con todo un lenguaje muy elaborado sobre el Poder Popular, la democracia protagónica y participativa y, más recientemente, el Estado Comunal. Un lenguaje concebido para enmascarar el hecho de que en los últimos años se ha producido una concentración monumental del poder en Venezuela en las manos de una nueva oligarquía que se nutre a través de sus vínculos con Miraflores. En verdad mucho más adaptada a la realidad venezolana es la metáfora del Leviatán: una figura bíblica, un monstruo enorme y escamoso con forma de serpiente (Isaías 27,1) cuya imagen fue transformada en la ilustración de la portada de un libro de Thomas Hobbes, escrito en 1605, en la figura de un rey gigante que representa plásticamente la concepción del Estado como un único individuo que detenta el poder absoluto. Mientras el Leviatán de la revolución acumula todo el poder, sus súbditos más dilectos crean imágenes y lenguaje para persuadir a la gente de lo contrario.
Pero la realidad tiene vida propia y a pesar de que el “empoderamiento” del pueblo fue concebido como una patraña del Leviatán, lo cierto es que en Venezuela se ha ido lentamente creando una cultura de participación de la gente que será muy difícil de revertir. Una de las manifestaciones inusuales de esta cultura es que buena parte de las manifestaciones de protesta que ocurren en el país son orquestadas por los propios chavistas que expresan su inconformidad por el hecho de que el gobierno no cumple sus promesas. La relación que opera en una sociedad democrática entre los ciudadanos y las instituciones del Estado ha sido reemplazada en Venezuela por una suerte de relación de dependencia entre la oligarquía y el individuo: entre quienes tienen el poder para distribuir bienes y recursos y quienes los reciben. Es difícil imaginar una relación más perversa y contraria a la idea de una sociedad regida por el Estado de Derecho y con claras limitaciones a los deberes y derechos de gobernados y gobernantes.
Al mismo creador de la teoría del queso rallado se le debe una serie de declaraciones sobre la importancia del supuesto diálogo que Chávez anunció después de su victoria del 7 de octubre. Para la alternativa democrática constituye un asunto de la mayor importancia el tomarse en serio el asunto del diálogo pero sin caer en una más de las trampas comunicacionales y políticas en las que el gobierno ha resultado extraordinariamente experto. Por ejemplo, si el diálogo se traduce en la liberación de los presos políticos y el retorno de los exilados, así como algún tipo de acercamiento medianamente civilizado entre las dos mitades en que el gobierno ha divido al país, bienvenido sea. Lo mismo puede decirse del tema de la reconciliación, que constituye un mensaje fundamental al país y del cual han hecho el tema central de su política partidos como el MAS y AD.
La reconciliación es sin duda un objetivo central, pero hay que dotarla de un sentido de combatividad sin la cual no tiene valor alguno como herramienta política. En otras palabras, los proponentes de la reconciliación tienen que resolver una compleja ecuación política que conjuga unidad nacional con protesta social y acción electoral. Proceder con ingenuidad con gente que ha demostrado una falta de escrúpulos democráticos en innumerables oportunidades puede ser un nuevo acto suicida de la oposición.
Es difícil imaginarse a una Venezuela reconciliada sin traumas o sin que el precio sea bajar la cerviz frente al pensamiento único del chavismo. La oferta de diálogo del gobierno hasta ahora ha consistido solamente de palabras y no hay ningún motivo para confiar en ella. Pero a pesar de la desconfianza es necesario aceptar la invitación a explorarla porque incluso si fracasa es importante que se sepa porqué fracasó.
En la disputa por el queso de la metáfora de Aristóbulo es muy importante no prestarse mansamente a ser rallado, sobre todo si el verdadero queso no está nunca al alcance de los mecanismos democráticos de sustitución en el poder. Reconciliación y nuevo diálogo son instrumentos para hacer política que deben ser discutidos con la gente como parte de la estrategia de la alternativa democrática.
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jueves, 29 de noviembre de 2012
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