Fernando Rodríguez - Tal Cual
Si todavía fuese posible que el arte y el pensamiento humanista ocuparan un lugar privilegiado en la actividad humana; cosa que no es segura, como sí lo son los lugares de la acción política o los aportes de la ciencia y la tecnología; no podría ser de otra manera que influyendo decididamente en la vida de la especie. Es decir, saliendo de sí, para inmiscuirse en la ética, la vida cotidiana de los hombres, la salud de las sociedades, el mundo. Para decirlo en una palabra, no ha mucho proscripta, comprometiéndose.
Vivimos una Venezuela traumatizada, escarnecida, la de la era chavista. Y no es que fuimos expulsados del Edén por las cachuchas y el espíritu despótico, el país anterior era también torvo y cruel en muchos sentidos, pero sí es evidente que en este presente opaco los derechos individuales, la tolerancia, la democracia han sido pateados y puteados y que la perversión ideológica y la incapacidad manifiesta nos pueden cerrar por mucho tiempo la posibilidad de alcanzar alguna salida, restituir la salud, la esperanza de ser mejores. Bien, en ese país del estiércol y a punto de colapsar históricamente creo que todos hemos sentido la necesidad cultural de volver a poner los pies sobre la tierra, ensuciarnos las manos, abofetear la belleza pura o el regodeo con las esencias aéreas, dejar de considerarnos videntes o trasmisores del mensaje de las musas y los cielos platónicos. No se trata de teorías sino de vida vivida.
El búho de Minerva es un animal lento, nocturno, decía Hegel. Y nadie puede ufanarse de que estemos a la vanguardia de esta inesperada celada de la historia. Para muestra basta fijarse en el limitado papel que la cultura nacional ha jugado en estos años tan largos y penosos y, más concretamente aún, en el proceso electoral que atravesamos y cuyos resultados desconozco en esta madrugada del domingo crucial. Y sin embargo el animal espiritual se ha movido, ha sentido el remezón cívico, el dolor de la vida degradada. Ahora todos somos políticos, integralmente, con ardor, así sea en nuestros aislamientos e inmovilidades, esa actividad no ha tanto más bien lejana, inmediatista y algo bastarda y sabemos que en ella nos va nuestro destino.
Sería injusto no reconocer que hemos dado pasos, vuelvo con el animal parsimonioso, para asumir un sitio en la gesta colectiva. Hay muchos libros de política y de historia en los anaqueles de las librerías. Y artículos y declaraciones y gestos que indican una voluntad de estar presentes como ciudadanos. O pesar y cierto rubor por las impotencias y silencios públicos de nuestros saberes académicos.
Nuestro más reconocido poeta difunde poemas hechos con la materia más candente de la contienda. Otros dejan traslucir en el entramado lírico sus angustias y rechazos.
Los temas del barranco entran en la narrativa.
Tiempos de dictadura hace insólitas cifras de taquilla para un documental, género repudiado en las pantallas grandes desde que Mélies le ganó la partida a Lumiére.
El chavismo ha causado un vuelco en una cultura venezolana largamente encapsulada en su propia república, prepotente, con la mirada puesta lejos, en un abstracto universalismo de parises y nuevayores, academicista o esteticista.
No parece negativa esa contaminación con la polis y el reconocimiento de la necesidad de tener un espacio propio y amplio en la vida verdadera.
ATENCIÓN USUARIOS DE ARAGUA SIN MIEDO
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