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jueves, 13 de septiembre de 2012

Sin su última crítica

Tal Cual

Una breve historia sobre un venezolano notable. Siempre se sintió un hombre social y político, profundamente comprometido con el destino de su país. Cuando se corta el hilo de la vida de alguien que nos es cercano, es inevitable la reflexión sobre nuestra propia mortalidad

VLADIMIRO MUJICA


A la memoria de Fernando González Jiménez

Según la mitología griega, existían tres deidades hermanas, hijas de Zeus y Temis, que para cada mortal regulaban la duración de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Con la ayuda de un hilo, las Parcas, Cloto, Láquesis y Átropos, llevaban a cabo su tarea interminable: la primera hilaba, la segunda devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida del hombre. La imagen de nuestro destino en manos de las hilanderas es casi poética y ha permeado profundamente nuestra cultura.

Cuando se corta el hilo de la vida de alguien que nos es cercano, es inevitable la reflexión sobre nuestra propia mortalidad y lo que hemos hecho o pensamos que podemos hacer con nuestras propias vidas. De la nostalgia por la ausencia surgen muchas y dolorosas imágenes y memorias que poco a poco se van integrando con nuestras rutinas hasta hacerse nuevamente soportables.

Fue aparentemente Norbert Elias en su obra The loneliness of the dying, quien primero formuló la idea de que lo seres humanos son las únicas criaturas que saben que morirán y pueden anticipar su propio fin. La otra cara de esta reflexión es otra del mismo autor cuando afirma que la muerte es un problema de quienes quedamos con vida, no de quienes ya murieron.

Toda esta sombría introducción no puede sino ser a propósito de que alguien muy querido y cercano ya sólo es un habitante de nuestras memorias. Un notable caballero de la vida se ha ido como siempre vivió, estirando su existencia hasta el extremo, en la víspera de comenzar una caminata un sábado en el Parque del Este. Fue mi amigo un hombre de múltiples dimensiones, un ciudadano del mundo que vivió una existencia muy rica, cargada de afectos y vivencias que a mucha gente le son negados.

Tuvo además el inmenso privilegio de una muerte discreta y silenciosa, al aire libre, sin tener que soportar la injuria de quedar atrapado en vida bajo la tortura de los artilugios médicos que a veces sólo prolongan una existencia sin destino. Se desplomó como El Principito, dejando un cuerpo pesado que no podía llevar a donde iba y quiero pensar que a pesar del miedo se ha de haber marchado agradecido.

Cómo viene a parar una reflexión íntima y personal a un artículo de opinión es un asunto que quizás exige respuesta. La única que corresponde dar es que Fernando González Jiménez siempre se sintió un hombre social y político, profundamente comprometido con el destino de su país, y es precisamente esa circunstancia la que quiero destacar más allá del dolor que me produce su ausencia.

Su acción en Venezuela tuvo que ver con sus grandes pasiones intelectuales y vitales: la ciencia y la política. En unos tiempos en que la física experimental era prácticamente inexistente y considerada la hermana pobre de la física teórica, Fernando se embarcó en la difícil travesía de constituir un grupo de magnetismo en la UCV. Al talento y creatividad, este hombre unía una capacidad memorable de improvisación, al punto de que llegó a utilizar condones como parte de un instrumento científico. Su reputación científica internacional y el considerable número de discípulos es tributo a que su visión de un laboratorio de magnetismo de primera línea en Venezuela era posible.

El capítulo de su militancia política es igualmente abultado. Comunista por crianza y luego socialista democrático por convicción, fue la suya una existencia de compromiso constante que combinaba su misión universitaria con el activismo político, primero en el Partido Comunista, luego en el MAS y en los últimos años desde los espacios de la sociedad civil. La aventura chavista lo encontró diametralmente enfrentado.

Fernando exhibía con orgullo el no haberse visto nunca atraído por la imagen del militar fuerte disfrazado de líder izquierdista. En ese sentido compartía las tesis cada vez más constatadas de Manuel Caballero y de Luis Castro Leiva, dos grandes ausentes, advirtiendo sobre los riesgos de la tentación autoritaria disfrazada de proyecto bolivariano. Del mismo modo se enfrentó a la mediocridad y al- deanismo de las políticas científicas y culturales del régimen que han empobrecido profundamente el alma de nuestra nación.

Quiso la mala fortuna, y la arbitraria biología de nuestros frágiles cuerpos que transportan a almas muy complejas, que Fernando se haya marchado antes de ver la derrota electoral de la aventura autoritaria chavista. Una causa a la que dedicó la misma energía y el entusiasmo contagioso que le puso a todas las tareas que emprendió.

Se marcha sin poder votar por Capriles, un voto perdido por razones de causa mayor y del cual quiero dejar constancia. Un voto que hubiese expresado de manera muy profunda y cabal la convicción de alguien que creía en la unidad democrática de una sociedad para sacudirse la tara del atraso.

De pasada, dejó constancia también de que para quienes tanto lo quisimos nuestro mundo es un lugar menos grato sin su presencia y que extrañaré en estos escritos la presencia de uno de mis más implacables críticos.

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