GREGORIO SALAZAR - Tal Cual
Desde los egipcios y muchísimo más atrás, la humanidad permanece desconcertada frente a grandes arcanos que miles de años después no ha podido descifrar. Contra ellos se han estrellado la filosofía, las religiones, las ciencias fácticas y las formales, las cultas y las ocultas, los magos, los quirománticos, los astrólogos, los santeros, las Tres Potencias, los lectores del Tarot, del tabaco y de la borra del café, los barberos y las señoras que tomaban la tensión en la avenida Urdaneta, la famosa Sala Situacional (SS) de Miraflores y, como consecuencia de todo ello, también se estrella Google que, lógicamente, se alimenta de ese universo anterior.
Si se estrella Google, también nos estrellamos nosotros, qué más da. Como excepción que confirma la regla tenemos a Pastor que, por lo que dice la prensa, ha colisionado con todo lo que encuentra a su paso, menos con un arcano. Cariño para Pastor y éxitos, de todo corazón.
No pretendo y mucho menos pretendan ustedes que haga una relación pormenorizada de esos grandes misterios que la humanidad arrastra, karmáticamente, dolorosamente, eso, muy dolorosamente, con infinita pena y en ocasiones hasta con rabia y frustración. Son misterios como envasados al vacío y que, para abrirlos, lo mejor de la inteligencia terrícola (nombremos a este Dream Team: Platón, Descartes, Confucio, Einstein y Einsteban) no ha sido capaz de encontrar, digamos, un portentoso y racional abrelatas, el lúcido destapador, que nos permita ver diáfanamente su interior.
El arcano al cual me quiero referir no es de aquellos cuya solución vaya a cambiar el rumbo de la humanidad, pero mientras tanto la hace sufrir. Mucho, pero mucho.
Usted a lo mejor se lo ha topado. No tiene ninguna explicación racional. Le digo: usted se ha cortado, se ha rasguñado, se ha golpeado, le duele una muela, tiene un cachete hinchado, un fresco hematoma, le salió un granito y resulta que allí, justamente allí, exacta y milimétricamente allí, se da o le dan un tremendo taparazo.
¿Le ha pasado? Claro. ¿Vio que no miento ni exagero? Se repite con harta frecuencia. Lo acabo de vivir más que en carne propia en carne viva. Esa noche andaba buscando un destapador. No el mismo del Dream Team que mencioné arriba. Un elemental destapador de botellas. El caso es que cuando hay una mínima reunión social la gente se sirve de esos indispensables instrumentos para abrir un refresco, una cerveza, y en el bululú lo deja en cualquier lado.
Estaba seguro de haberlo visto por última vez en uno de los peldaños de la biblioteca. Pero no estaba a la vista. ¿Sería que cayó detrás de la fila de libros? Comencé por meter la mano, tanteando a la derecha, a la izquierda, a la derecha, a la izquierda, como el merenguito dominicano.
No sé cómo pudo ser, no sé cómo pudo pasar (¡Qué bellos sonaban Los Dart esa noche!), y en eso vi venirse en caída libre un grueso volumen, un libraco azul y beige, girando sobre sí mismo, escena que rememoro como en cámara lenta, rumbo y de punta a mi pie derecho...
Yo no padezco de gota, Dios me libre, y pongo a mi cómplice mascota Sukuri por testigo. Pero admito que andaba con el dedo gordo (el mío no es tan gordo, para que sepan) del pie derecho algo hinchado y enrojecido. Casi no me lo podía tocar. Y... Ajá. Jejé. Umjú. Allí. Jajá. Sí... ¡Ñooó, justo allí...! Hago memoria y me recuerdo doblemente paralizado. Primero, por el dolor.
Luego, los mensajes sensoriales llevados por impulsos eléctricos llegan inmediatamente a las circunvoluciones cerebrales, se enredan con los chicharrones de las dendritas y ellas automática e inteligentemente ubican al ser del cual uno tiene alguna queja, dos o tres, nada del otro mundo, e inmediatamente se proyecta hacia el espacio una mala palabra.
La segunda paralización vino al observar al biblos, boca abajo y despatillado, de cara al piso. Increíblemente surge un sentimiento de compasión por el amigo. Pero más que eso: una incontrolable convicción de que el episodio encierra un, hasta ese momento, ignoto trance cabalístico. La cábala. ¿Usted no tiene una cábala? No es que me quiera justificar pero, ¡el que no tenga una cábala es mojón de perro! Me inclino, aguzo la puntería del globo ocular y leo en el lomo: Erasmo. Elogio de la Locura. Ay, papá.
Eso no era casual, amigos. Que Erasmo de Rotterdam apareciera de improviso, aunque fuera de cara al piso, cuando justo uno empuñaba una Heineken, orgullo de todos los orgullos holandeses, era para poner los sentidos en alerta máxima.
¿Quería el Maestro de irónica sabiduría hacer llegar de tan aparatosa (y dolorosa) forma algún trascendental mensaje? Allí estaba el libro abierto de frente al granito. Lo tomé, cuidadosamente, por las páginas abiertas: "Aquel que recibe la misión de gobernar los pueblos debe ocuparse de los intereses comunes, no de los suyos; ha de pensar exclusivamente en la utilidad general; debe no apartarse en absoluto de las leyes, de las que él mismo es autor y ejecutor; debe responder de la integridad de los magistrados y oficiales, y que puede, como un astro benéfico, hacer la dicha del género humano por sus virtudes y costumbres, o como un siniestro cometa, causar las mayores calamidades".
No recuerdo cómo destapé esa cerveza.
La gran catarsis no fue saborearla, sino celebrar con ella la convicción de que un siniestro cometa se va lo vamos entre todos alejando.
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sábado, 1 de septiembre de 2012
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