SIXTO MEDINA - Tal Cual
Toda sociedad necesita conocerse a sí misma, explorar sus movimientos interiores, saber qué fuerzas y qué tendencias gravitan en su seno.
De ahí la importante función que cumplen las encuestas y los sondeos de opinión, que en los últimos años han alcanzado, en el mundo, un perfeccionamiento técnico muy notable.
La democracia, a diferencia de otras formas de gobierno, es un sistema político que está sometido a un diario escrutinio, no solo porque sea capaz de decir lo que piensa y expresar lo que siente un ciudadano o por lo que informen los medios de comunicación, sino también por las encuestas de opinión pública. Las encuestas permiten medir la aceptación de un gobierno; que la sociedad se mire a sí misma por dentro. Son, fuera de toda duda, buenas herramientas para muchas de las decisiones que las personas y las organizaciones de todo tipo adoptan, en el orden cultural, empresarial, productivo o comercial, o en otra función de interés comunitario.
Ahora bien, este valioso instrumento cultural e informativo que son las encuestas y los sondeos de opinión suelen producir consecuencias altamente negativas y distorsionantes cuando son utilizadas en el plano político o institucional con una clara finalidad demagógica. Nos estamos refiriendo a esa lamentable desviación en que incurren frecuentemente hombres de gobierno y los políticos que pierden el sentido de las proporciones cuando adoptan sus decisiones o sus propuestas con el fin exclusivo de halagar los deseos y las preferencias de la opinión pública, tal como aparecen registrados en las encuestas opinión.
Esa "encuestodependencia" en que suelen caer los dirigentes políticos alcanza, en algunos casos, extremos lamentables. Cuando los gobernantes y demás actores de la política adoptan sus decisiones puestas en las encuestas, terminan siendo prisioneros de los vuelcos emocionales a veces azarosos de la opinión ciudadana y desatienden su responsabilidad esencial, que es gobernar en función del bien común, de la paz social y del progreso.
Por otra parte las encuestas proporcionan una visión "congelada" en un momento dado de la vida social.
Brindan, como muchas veces se ha dicho, una "fotografía" del estado de la opinión pública en un instante determinado. Dejan afuera lo fundamental de la política, que es la percepción clara y lúcida de lo que habrá de ocurrir en el mediano y largo plazos.
Los políticos que se sujetan a las encuestas no arriesgan nada o casi nada. Y la conducción política es, fundamentalmente, decisión, riesgo y coraje para invitar a la sociedad a caminar en una dirección. Cuando los gobernantes se obnubilan por los mensajes que creen interpretar de las encuestas pierden de vista algo esencial y es que la herramienta estadística sólo es válida para medir un estado de ánimo circunstancial de la sociedad o de un sector de ella.
La misión del estadista es instrumentar en cada caso la decisión más conveniente para los intereses del país, aun cuando esa decisión pueda resultar desagradable o antipática a cierto sector.
El gobernante auténtico gobierna con un repertorio de principios, no con un barómetro que mide o refleja la emoción de los ciudadanos. Eso es lo que separa a la democracia de la demagogia.
sxmed@hotmail.com
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