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sábado, 4 de agosto de 2012

Mercosur: con qué se sienta la cucaracha

ALONSO MOLEIRO - Tal Cual

Una y otra vez Henrique Capriles Radonski fustiga la comprobada ineficacia del gobierno nacional para reactivar el aparato productivo del país. Pone con mucho acierto el candidato de la Unidad el dedo en la llaga en torno a unos de los fracasos más completos de la actual administración en materia de gestión de proyectos.

Con una continuidad en el tiempo que no deja de asombrar, los voceros oficiales ­esos que cada dos por tres se encrespan ante los presuntos "montajes mediáticos" de sus adversarios­ guardan un circunspecto silencio, cubierto apenas con consignas y generalidades en torno a la importancia de la independencia nacional y la disminución de la dependencia petrolera.

No deja de segregar la historia reciente, al respecto, pasajes cargados de una enorme ironía. En la prolongada entrevista que le concediera al comandante sandinista Tomás Borge en 1992, publicada en un volumen titulado Un grano de maíz, Fidel Castro se lamentaría en torno a la suerte que ya entonces corría Venezuela, nación gobernada por su entonces amigo Carlos Andrés Pérez. Castro, que todavía no conocía a Chávez, evaluaba las dificultades del país a raíz de las convulsiones políticas que estaban creando los pronunciamientos militares de aquel año. El dictador cubano elaboraba un recuento de aquella escenografía en llamas y reconocía la existencia de un aparato industrial de relativa relevancia, expresado en sus acerías e inversiones en aluminio y petroquímica.

La entrada de Venezuela a Mercosur nos puede servir de excusa para echarle una nueva mirada al desolado panorama que en materia de proyectos productivos ofrece hoy la nación en manos de este gobierno. Probablemente se trate del fracaso más completo y millonario de la historia reciente, gestado en décadas en materia de inversiones, cifras y obras acabadas.

Pasemos por alto los proyectos mineros extractivos, eternamente pospuestos entre fórmulas de concesiones con sus relativas posposiciones. Algunos rubros de la producción nacional, en rubros donde existe una vocación natural, como el café y la caña de azúcar, apenas cubren la mitad de la demanda nacional. Puede decirse lo mismo de la leche. Al menos cuarenta por ciento de la carne que consumen los venezolanos diariamente es importada.

El alguna vez pujante polígono industrial de Guayana es una realidad dolorosa y en ruinas. Con lo que ahí se registra hay suficiente material como para solicitar averiguaciones administrativas con demandas ulteriores. Sidor, una de las más grandes acerías de Latinoamérica, no puede hoy abastecer el mercado nacional. Venalum, la empresa de aluminio que hasta hace seis años ofrecía márgenes de rentabilidad, ha caído en el mismo foso que habita históricamente Alcasa. Lo mismo vale para Bauxilum, Carbonorca y Ferrominera. También para Edelca, aquel modelo de gerencia pública que tanto enorgullecía a los guayaneses hace unos 20 años.

Siempre fue la nuestra la nación que más energía eléctrica producía en toda la subregión: en este momento los apagones en el país tienen una frecuencia de dos y tres horas diarias.

Los proyectos gasíferos, así como la expansión petroquímica, caminan con exasperante lentitud. Cemento, acero, textiles, plásticos, vidrios, autopartes; buena parte de los productos semiterminados de la industria. Todos subsisten boqueando, bien acosados, en caso de ser empresas privadas, por organismos administrativos especializados en la matraca y el chantaje; o, en caso de ser estatales, parapléjicos, sobregirados en el aumento desproporcionados de las nóminas, el despilfarro y la corrupción.

El gobierno nacional sigue empeñado en tener maniatados y enanizados a todos los factores de producción con un probadamente ineficaz esquema cambiario y de precios. Como sucede con todas las administraciones marxistas del pasado, está peleado con la noción de rentabilidad, la cual considera un pecado capital, y tampoco tiene, en contrapartida, recursos humanos calificados para emprender proyectos de desarrollo viables en el sector público.

Pero lo peor de todo es que no quiere rendirle cuentas a nadie sobre las ingentes cantidades de dinero despilfarradas en una estrategia de desarrollo completamente equivocada.

La misma producción petrolera, el exigente negocio que genera las divisas suficientes como para disimular todas las taras que estamos describiendo, ofrece en estos momentos resultados contestados: cifras de producción que no aumentan y resultados administrativos decepcionantes: una deuda gigantesca y sus circuitos operativos severamente lesionados. Siendo, aproximadamente, el octavo productor de petróleo del mundo, es esta la nación que menos barriles exporta en relación a su volumen total de reservas.

La entrada a Mercosur no es, necesariamente, una mala noticia. La integración subregional de mercados; la formación de bloques geopolíticos que ejerzan un contrapeso al norte industrializado: son nortes que deberían formar parte del horizonte de cualquier gobierno responsable, coherente y moderno.

Más allá de las comprobadas muestras de estancamiento que ha ofrecido este bloque de integración ­que tiene hundidos en el escepticismo a densos sectores de opinión en el Cono Sur­; más allá del oscuro episodio administrativo gestado en contra de los paraguayos; lo que el país tiene que discutir es eso: con qué cara el presidente Chávez va a explicarle al país que ahora sí vamos a comenzar a exportar bienes de consumo. Con qué se sienta la cucaracha.

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