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miércoles, 22 de agosto de 2012

La ruta sorprendente

La gente anhela un gobierno y siente que esa tarea requiere a otro, no al mismo de siempre...

ANTONIO COVA MADURO |  EL UNIVERSAL
miércoles 22 de agosto de 2012  12:00 AM


Cuarenta años de democracia venezolana acostumbraron a los partidos que fueron su "columna vertebral" a imponer las vías que marcarían el paso del país. Fue, en una palabra, una democracia dirigida, una que imponía lo que había que hacer desde arriba. Claro que esto no es tan simple como podría pensarse; después de todo los partidos se cuidaban muy bien de no emprender caminos que la gente no quisiese. Podría decirse que la democracia venezolana tenía los líderes que ella quería, y que los partidos contaban con su beneplácito porque terminaban haciendo lo que todos querían.

Y así fue hasta que llegó Chávez. Él nos hizo un inmenso favor: liquidó a los partidos y con esa hazaña nos dejó sin ellos. Tiempo nos tomó el aprender a caminar solos, pero lo hicimos con mayor prisa de lo que nunca hubiésemos podido imaginar. A tientas, pero sin desmayar, fuimos encontrando el camino, y al hacerlo fuimos dándole sentido a la democracia, a "nuestra" democracia.

Por fortuna, Chávez ni cuenta se dio de ello, tan envanecido estaba de sus aparentes logros. Había logrado lo que nadie imaginaba posible: liquidar a AD y Copei, y arrogarse él solito la reencarnación de la izquierda, apartando de un manotazo a cuanta sectica izquierdosa languidecía en la comarca. ¡Vaya logro!

Cuando se irguió triunfante no se percató de que se le venía encima el mayor desafío: gobernar. Y allí comenzó su derrumbe. Ni sabía siquiera por dónde empezar, y nunca entendió realmente que iba a tener un severo problema de elenco. En efecto, con el elenco que se empecinó en escoger no hay revolución que aguante un mes siquiera, ¡mucho menos 14 años encadenados al cuello!

Confundió, para su desgracia, recursos abundantes con posibilidades sin fin, y por eso le dio la espalda a planes serios, proyectos viables y, sobre todo, gente competente. No, bastaba con "tener voluntad", mucha voluntad, y gente que fuese "revolucionaria" de boquilla. Ya se exprimiría a Pdvsa para que financiase cuanto plan suicida le pasase por la mente.

Chávez creyó, asombrosamente, que no haría falta una burocracia competente, convencida y dedicada a llevar adelante el mayor cambio que nunca se había pretendido en Venezuela. De allí su Presidencia por cadenas, su verdadero y letal talón de Aquiles.

Y en eso pasó 13 años, hasta que le llegó su 12 de febrero, fecha inmortal para la democracia, en la misma medida que ha sido letal para la autocracia. Ese día apareció el primer fruto estelar, aunque tardío, de la prístina proeza de Chávez: el pueblo, no las "cúpulas podridas", escogió por un alud de votos, como nadie imaginó, a quien sería su abanderado. Y fue tan contundente que nadie pudo dudar de su triunfo. Strike cantado para el chavismo, que ni la pelota vio.

Desde los comienzos se notó que el tipo traía algo distinto. Sus primeras visitas: a la Virgen del Valle y al único sitio donde perdió de calle, a devolverle el abrazo y mostrar su absoluta confianza a su principal contendor. Y Zulia entendió el gesto. Faltaba, sin embargo, que produjese algo que a todos asombraría.

Escogido ya, un extraño silencio le envolvió durante semanas. Fue como una "vida oculta en Nazareth", que disparó propuestas insólitas, como aquella de que había que "buscarse otro, porque éste no era el hombre"; y cuando tan peligrosa idea comenzaba a coger fuerza, Capriles resucita y comienza su "vida pública", que por lo que parece terminará en Miraflores.

Consciente de lo magro de los recursos disponibles -frente al descarado uso de los dineros públicos del candidato oficial- concluye que él es el único recurso que la democracia tiene para vencer al derrochador. Lanzado a la batalla, todos rápido descubrimos algo sorprendente: la gente anhela un gobierno y siente que esa tarea requiere a otro, no al mismo de siempre, el que nos llevó al hartazgo.

Y como él es el gran recurso, debe mostrarse a cada venezolano en cada rincón de esta tierra expoliada. Y comienza el trajín que parece no parará hasta ponerlo en Miraflores. Y la gente respondió: comienzan a esperarlo, mientras él se deja conducir por el asombroso fervor popular, justo cuando el marchito líder de otrora languidece encaramado en un camión que funge de carroza.

No es un cantante, ni un pelotero ni un galán de TV, es un hombre que quiere gobernar a un país dejado de su cuenta en medio de una borrachera de gasto y blablablá; que no cree tener la exclusiva del micrófono, sino que lo ofrece a la gente común para que digan lo que esperan de él y de los suyos.

antave38@yahoo.com

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