ATENCIÓN USUARIOS DE ARAGUA SIN MIEDO

La computadora desde donde actualizamos la página web de la organización y publicamos los anuncios de los eventos está dañada desde la mañana del domingo 12 de marzo de 2017, por lo que les informamos que haremos una pausa técnica en la actualización mientras resolvemos los inconvenientes. Gracias por su atención!!!

jueves, 2 de agosto de 2012

La falacia de la felicidad perdida

Tal Cual

Asumir nuestras responsabilidades históricas por el advenimiento del chavismo nos puede ayudar a derrotar al autoritarismo. El pasado tuvo cosas buenas, como el fortalecimiento de la democracia, pero también fue responsable del presente
   
VLADIMIRO MUJICA

Hay frases que tienen el poder de sublevarnos con tan sólo oírlas. Una expresión que nos toca de cerca el corazón y la razón varía con quienes somos y con nuestra historia personal y compartida. En mi caso, una frase que me solivianta el espíritu es una que se escucha con frecuencia en círculos opositores para referirse a una especie de Venezuela idílica, donde vivíamos tranquilos y felices hasta que llegara el hombre de Sabaneta a robarse nuestra felicidad, y a transformar a nuestra patria en un país dividido y fracturado donde ya no se puede vivir. "Éramos felices y no lo sabíamos" es la frase proferida por quienes añoran la Venezuela pre-Chávez.

Lo que más me perturba de la frase de marras es lo que ella revela en relación a nuestra propia incomprensión de las fuerzas sociales y políticas que eventualmente se tradujeron en el movimiento que llevó a Chávez a la presidencia.

Si la felicidad es aceptada como la línea divisoria, entonces la misma debe ser adoptada para separar a los felices de los infelices y esa reflexión nos lleva a la pregunta inevitable: ¿Quiénes éramos felices en la Venezuela pre-Chávez? La respuesta es muy complicada, porque la felicidad es un concepto relativo a las condiciones en que vivimos, pero en la medida en que la frase se refiere a la comparación de nuestro pasado con nuestro presente la respuesta simple es: eran felices quienes tenían las oportunidades para serlo.

El asunto de las oportunidades para construir la felicidad propia tiene implicaciones dramáticas. Una gran profusión de los así llamados libros de "autoayuda" pretenden convencernos de que los humanos tenemos siempre en nosotros mismos la fuerza interna para cambiar nuestro destino y hacernos mejores. Esta idea está expresada de muchos modos en principios como "el universo conspira para ayudarte", o la así llamada "ley de atracción" según la cual uno atrae las cosas positivas hacia uno mismo pensando en ellas e imaginándoselas ocurriendo. Debo aclarar de entrada que yo soy un firme creyente en el valor del esfuerzo personal, y en el poder de la imaginación y el pensamiento creativo, y en ese sentido comparto los valores de la filosofía del crecimiento individual. Pero no puedo aceptar que el discurso sobre la autoayuda pretenda convertirse en una explicación adecuada sobre la historia y las sociedades. Según esta interpretación los pobres son pobres porque no tienen fuerza interna para salir de la pobreza, una frase que por supuesto la profieren quienes han crecido con oportunidades y que miran a la pobreza como un fenómeno exterior a la propia existencia rica y protegida. La verdad del asunto es que si se crece en condiciones dramáticas de miseria, la posibilidad de "autoayudarse" es prácticamente nula. Los manuales de autoayuda y la filosofía que los acompaña, adoptados como criterio universal, terminan por contribuir a crear individuos mezquinos y muy poco solidarios que consolidan el criterio de que existen "perdedores" y "ganadores" que dominan la propaganda del éxito como meta social.

¿Qué tienen que ver nuestra frase "éramos felices y no lo sabíamos" con los libros de autoayuda? Todo, porque en ambos casos se deja de lado que los únicos individuos para quienes esto tiene sentido es para quienes crecieron teniendo oportunidades. Nuestra Venezuela pre-Chávez era en realidad varios países en uno, un drama que lejos de resolverse se ha consolidado en la última década. Un país ignoraba al otro, en el uno se vivía razonablemente bien, en el otro crecía un resentimiento oscuro y profundo que eventualmente adquirió vocería pública y personalidad política y que hoy gobierna a Venezuela. En este sentido, Chávez y el chavismo no solamente no son un accidente sino que son uno de los productos más genuinos y tóxicos de nuestra historia reciente.

Entender que no vivíamos en ningún paraíso idílico del cual fuimos expulsados por las prácticas del chavismo no es solamente un acto de aceptación de las responsabilidades que le corresponden al liderazgo del país y las que nos corresponden como sociedad. Es un acto de profundo realismo político porque solamente cuando logremos entender a cabalidad las causas del resentimiento y la conexión emocional que hace que muchos compatriotas vean a Chávez como una deidad viviente, es que podremos actuar para desmontar el entramado de uno de los sistemas de dominación cultural y mental más sofisticados que se hayan puesto en práctica en la historia reciente. Chávez es un fenómeno político y social pero ni es invencible ni es eterno. Y a derrotarlo no ayuda la prédica restauradora de que el pasado era mejor. Como muchas verdades complejas, nuestro pasado tuvo muchas cosas buenas, entre otras el fortalecimiento de la democracia y, al mismo tiempo, fue responsable de traernos el presente.

Decía Dickens que "cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender". Y parafraseando al gran escritor inglés uno podría decir: y a las sociedades también. El fracaso estruendoso de la revolución chavista, su destrucción de nuestras propias oportunidades como nación, la fractura que ha producido entre venezolanos, debería enseñarnos algo muy profundo sobre nosotros mismos porque esa revolución es hija de nuestras carencias como sociedad, aunque sea una hija tóxica y profundamente destructiva. Como darle cabida al lenguaje y la cultura de la reconciliación entre venezolanos, cuando mucha gente sigue llamando a zafarrancho de combate, es la pregunta a la que el liderazgo de Capriles y la unidad democrática tendrá finalmente que atender.

No hay comentarios:

Publicar un comentario