Tal Cual
Chávez no podía seguir evadiendo la situación en Guayana. Asistió al acto en el que se suponía debía proporcionar un auditorio favorable al mismo discurso de siempre sobre las industrias básicas y allí le estalló en la cara la política antiobrera y antisindical, así como la horrenda negligencia que literalmente ha puesto en estado de coma a las grandes industrias básicas. Fue confrontado con sus mentiras
TEODORO PETKOFF
Ya no era posible para Chávez continuar evadiendo a los trabajadores de Guayana. Desde aquella vez, hace años, que los siderúrgicos le trancaron toda la ciudad en una de sus pocas visitas a la región, Chacumbele no había vuelto en plan de contacto personal con los trabajadores.
Pero, ahora tuvo que ir. La protesta de los obreros de Guayana llega ya hasta a oídos muy lejanos de esa región. Así que prepararon un acto cuidadosamente controlado. Fuera de Ciudad Guayana, a treinta kilómetros de esta ciudad, en Caruachi, con invitados cuidadosamente filtrados entre los sindicalistas y otros trabajadores amigos de la causa. Y, sin embargo.
El acto que se suponía debía proporcionar un auditorio favorable al mismo discurso de siempre sobre las industrias básicas (Ciudad del Acero, Ciudad del Aluminio, ahora Petro Aluminio y otra paja más que hace años ya suena a aguacerito blanco en Guayana) se transformó en un memorial de agravios públicos, voceados por los sindicalistas y los trabajadores.
A Chávez le estalló en la cara la política antiobrera y antisindical, así como la horrenda negligencia que literalmente ha puesto en estado de coma a las grandes industrias básicas. Fue confrontado con sus mentiras.
Cuando mencionó a la fábrica de tubos "Tavsa" un sindicalista le recordó, en medio de los vítores de los trabajadores, que esa empresa tiene cuatro años cerrada.
Allí se destapó la Caja de Pandora de Guayana. Obreros y sindicalistas reclamaron que en sus empresas no se discuten contratos colectivos desde hace tres a cinco años, por órdenes de él mismo a través de memorandos firmados por Jaua y María Cristina Iglesias. El cazador cazado. En un momento dado, Chávez perdió la chaveta.
Se irritó y comenzó a insultar a los trabajadores y a responsabilizarlos del desastre. Esa noche los llamó "peseteros", pero se le escapó la mención de que los trabajadores petroleros ganan mucho más que ellos, en una burda maniobra para provocar fricciones entre los obreros.
Lo de Guayana se veía venir. Demasiada acumulación de gases explosivos. Las derrotas sindicales sucesivas en Alcasa, Carbonorca y Ferrominera. En Venalum y Bauxilum fueron triunfos pírricos, apoyándose en un personal chimbo, metido de contrabando, sólo para votar. El reciente mitin de Chávez, que más escuálido no pudo ser, sobre todo si se lo compara con el gigantesco mitin de Capriles en Ciudad Bolívar. El reclamo permanente, en las calles de la ciudad, los paros en las empresas: todo habla de una clase obrera que no está dispuesta a dejarse engañar nuevamente por el Gran Estafador de la comarca. Tuvo que comprometerse a dar inicio a las discusiones de la contratación colectiva y a pagar las deudas. Ya está avisado sobre lo que podría pasar de ocurrir un nuevo engaño.
Los dioses se apiadaron de los trabajadores asistentes porque de repente se dañó el equipo de sonido (dijeron que fue un "apagón" en la planta de Caruachi, ¡qué ironía!) y tras un corre-corre extraño tras bastidores, la cadena fue abruptamente suspendida. Fue el triste final de la enésima tentativa de Chacumbele de caerle a cobas a los trabajadores de Guayana. Pero lo que revela el acto en Caruachi es que a Chacumbele ya no le creen. No le dijeron embustero pero le mostraron el tramojo.
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