Fernando Rodríguez - Tal Cual
Cuando esto pase habrá que celebrar a no pocos venezolanos que no callaron ante el proyecto de destruir este país en el que hemos malvivido ya por casi tres lustros. Entre ellos habrá que resaltar a muchos valientes y apostólicos defensores de los derechos humanos que, casi en solitarios a veces, no dejaron de denunciar el atropello sistemático contra la civilidad y trataron de evitarlo o hacer justicia por todos los medios, aun si la derrota estaba cantada de antemano por el desequilibrio de las armas en las batallas: la palabra, la razón y el coraje contra la fuerza bruta y la falta de escrúpulos. Bien sabido es que los gobiernos despóticos, y hasta algunos que no lo son tanto, suelen ser particularmente feroces con esos organismos que son el espejo en que ven su feo rostro y el altavoz que nombra sus delitos.
Entre tantos se subrayará el nombre de Rocío San Miguel, por muchas razones. Ante todo porque el campo de acción sobre el cual trabaja es el de nuestras fuerzas armadas y meterse con gente armada, poco dada a las complejidades democráticas y con una larga tradición de prepotencia e impunidad, no es sencillo. Y ella lo ha hecho con una constancia, un valor, una seriedad y un conocimiento de causa realmente admirables.
Ya le pasaron la segunda factura la primera fue la desincorporación de su esposo de la Fuerza Armada. Ahora juegan más alevosa y cruelmente. Con el más desmedido uso de la fuerza, atropellando todas las formas y derechos procesales, con saña, han detenido a su cuñada, médico, que laboraba en las cercanías de Miraflores, sobre la que lanzan la estrafalaria acusación de atentar contra la seguridad y defensa de este país, delito que tiene penas de prisión entre 7 y 10 años. Que una dedicada servidora de la salud que trabajaba atendiendo básicamente damnificados, desde hace doce años además, pueda tener acceso a materiales o información secreta, capaz de poner en peligro la estabilidad nacional, suena con toda evidencia a artimaña barata y, por supuesto, a una acción cuya clara finalidad es agredir y atemorizar a la digna luchadora por el noble ideal de unas fuerzas armadas que acaten la constitución y las leyes y ejerzan sus funciones con probidad y honradez.
Como quiera que este diario tiene el enorme orgullo de ser el vehículo más constante de sus escritos, insuperables en la materia, no puede hacer otra cosa, no quiere hacer otra cosa, que ponerse a su lado irrestrictamente y luchar junto a ella para impedir semejante tropelía. Así lo haremos, aquí todos hacemos uno con su dignidad y altivez y no cesaremos un instante en la defensa de su causa que, repetimos, es la nuestra.
Y le recordamos a sus sicarios, que deben ser muy de arriba, lo que decíamos al principio: todo pasa y a la larga o a la corta la historia sabe jerarquizar los valores cívicos. Y los de la doctora San Miguel prevalecerán, no lo duden.
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lunes, 9 de julio de 2012
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