ALONSO MOLEIRO - Tal Cual
Las obligaciones cívicas del Bicentenario, y un probable sentimiento de culpa ante un abandono que luce intencionado, pusieron a trabajar a las autoridades metropolitanas y al gobierno central, controlados por el chavismo, para que Caracas emprendiera un tímido pero más o menos apreciable proceso de recuperación.
El centro de la ciudad, con el trabajo sobre sus fachadas incluido, presenta en este momento su mejor aspecto en años. Se elaboran trabajos de mantenimiento y paisajismo el Los Ilustres; los Próceres, Sabana Grande y la Plaza Venezuela. Se recuperaron las plazas Caracas y Diego Ibarra, el Teatro Municipal, y se han acondicionado algunos edificios emblemáticos de la caraqueñidad, abandonados a su suerte hace mucho tiempo atrás, como el Teatro Principal, y, muy especialmente, el Teatro Junin, esa joya arquitectónica que con tanto acierto encarna aquella sensación de utopía extraviada a la que hiciera referencia Federico Vegas.
En todo este proceso, que ha costado dinero, y algún mérito tiene, más allá de lo aportado por las alcaldías, hay que conceder un mérito especial a Pdvsa La Estancia. Uno de estos extraños "outsiders" administrativos que, de cuando en cuando, emana la impredecible administración pública venezolana similares al Centro Simón Bolívar o al programa Un Cariño Para mi Ciudad vigentes décadas atrás.
Beatrice Sansó parece tener una formación intelectual y sensibilidad artística que la distingue y la aleja de los estúpidos estereotipos vigentes en algunas esferas del chavismo, según los cuales el paisajismo, las Bellas Artes o la actividad museística en general forman parte de la cultura burguesa y que por lo tanto no tienen valor alguno. Postulado de una escasez de criterios sobre la cual no es necesario agregar mayor cosa, salvo que ha hecho suficiente para que la mayoría de los museos de la ciudad, alguna vez patrimonio y orgullo colectivo, hoy estén, también, en la ruina. Hay cierto tipo de imbéciles que se defienden de la realidad así: colocándole apellidos a las circunstancias que no comprenden.
Gracias a eso fue que se salvó la esfera de Soto del distribuidor de Santa Cecilia, obra de arte de carácter universal que es un bien inapreciable de toda la nación; se restauraron trabajos de Carlos Cruz Diez que este gobierno había dejado en el abandono, como su fisicromía de la Plaza Venezuela, y se adelantan interesantes proyectos, como el mural de Mateo Manaure de la avenida Libertador. Siendo caja de resonancia de una inusitada cantidad de artistas contemporáneos universales, podría Caracas, siguiendo la maravillosa estela ejemplar de la Ciudad Universitaria, algún día, ser apreciada como uno de los nichos naturales del cinetismo y otras expresiones artísticas de la contemporaneidad. Que vuelva a ser el arte contemporáneo, como una vez fue, el hilo conductor de sus expresiones de urbanismo.
Nada de esto nos impide afirmar que todavía, y como nunca antes, vivimos en una ciudad infernal y caótica, que sigue ocupando la cola de Sudamérica en casi todos las mediciones que calibran la fisonomía de las ciudades. Los breves logros enumerados líneas atrás lo único que nos indican es la profundidad de la fosa en la cual están hundidas todas las ciudades venezolanas en manos del chavismo. Ojalá el asunto fuera un mérito trámite estético y arquitectónico.
El deterioro de Caracas, como el de todo el país, es mucho más que formal: es técnicamente molecular. Toca su estructura constitutiva; sus estamentos de relación cotidiana y sus flujos de desplazamiento. Es imposible que una ciudad con la tasa de homicidios que presenta Caracas sea un ejemplo digno para exhibir, salvo para hablar de lo que no se debe hacer en materia de gobierno.
No hay parroquia en Caracas Santa Teresa, El Junquito, Caricuao, Coche, El Recreo, Petare, Altagracia, o Baruta- en la cual alguno de sus habitantes pueda afirmar a plena conciencia que vive mejor ahora que hace 15 o 20 años. Muy al contrario: en todos estos lugares se agrava el hacinamiento, crecen las invasiones, se hace imposible tomar un autobús pasadas las siete y media de la noche; se acumula la basura y falla el alumbrado eléctrico. El Metro de Caracas, aquel modelo de gerencia pública que tanto nos enorgullecía, hoy es una auténtica vergüenza y no existe política alguna en materia de transporte superficial.
Caracas sigue siendo un lugar no apto para extranjeros inocentes: completamente impredecible y hostil; con servicios públicos de escala tercermundista y en la cual no existe disposición legal que no se viole.
Entre otras cosas, porque cuenta con un gobierno que se siente facultado para violar la ley cada vez que lo necesita y tiene consolidadazo un estado general de lenidad y desorden entre los ciudadanos con el objeto de aprovecharlo para sus propios fines. Una entidad jurídica parcelada; dividida en dos, sin criterios administrativos coherentes, sin autonomía presupuestaria. Donde, desde el Palacio de Miraflores, se orquestan planes para sabotear la gestión de cualquier alcaldía que no se les pare firme.
Por eso todas las tardes el tráfico es la puesta en escena del infierno; y existen urbanizaciones tan aridas y amenazadas como El Llanito; y tan apertrechadas y ausentes para el peatón como Los Chorros.
Por eso sigue siendo esta la única ciudad de toda Sudamérica en la cual el personal de las líneas aéreas que toca Maiquetía tiene completamente prohibido salir a la calle en las noches.
No pueden estar bien las ciudades de un país si el país no lo está. Cambiar de gobierno constituye el paso número para consolidar un verdadero proyecto de reconstrucción urbana.
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