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sábado, 23 de junio de 2012

Outs sin reglas


GREGORIO SALAZAR - Tal Cual

No he encontrado quien me explique el origen de lo que por décadas fue un verdadero ritual del beisbol venezolano: pitar a los árbitros apenas pisaban el terreno de juego. Supongo que aparte de expiar en "los hombres de azul" del día los viejos yerros de generaciones enteras de sus colegas, pudiera también tener implícito el conocido espíritu de provocación a la autoridad que el monstruo de las mil cabezas lleva por dentro.

Me cuentan que esa sana tradición ha ido cediendo, pero creo que nadie negará su carácter democrático, ni osaría privar de ese derecho al pueblo. Silbatinas y chiflidos eran impersonales, no llevaban carga de odios ni de rechazos y enseguida se transformaban en aplausos cuando el principal cantaba la esperada voz de play ball! Cuentan que Roberto "Tarzán" Olivo, considerado el mejor de nuestro beisbol profesional, oía respetuoso y con majestad la bulla de las gradas y sabía hacer mucho más imponente su elevada su figura y su autoridad en el campo.

Lo que sí está fuera de toda duda es que no hay mejor señal de que los umpires están cumpliendo con total idoneidad su papel que cuando pasan inadvertidos en el terreno de juego, cuando todo se desarrolla como guiado por una autoridad invisible que sin embargo está allí para sentenciar con imparcialidad y justicia.

Ojalá fuera siempre así no solamente en el caso de estos respetables personajes que forman parte imprescindible del deporte espectáculo, sino también para quienes tienen a su cargo decisiones de las cuales dependen la custodia y garantía de los derechos ciudadanos.

Pero me temo que si alguna de las tres representantes del denominado Poder Moral, a quienes algunos llaman "Las previsibles", se atrevieran a ir a un partido de beisbol, la silbatina y las rechiflas durarían todos los nueve innings y, al final, hasta tendrían que sacarlas con resguardo del estadio.

Las críticas generalizadas contra los despachos que dirigen se alternan dependiendo del desaguisado de ocasión.

A menos que otro ente pase a ocupar el rol estelar, como está ocurriendo con el Poder Electoral. Las quejas se están acumulando e incluso han surgido de uno de sus propios miembros, vox clamantis en el directorio y que por minoritario viene siendo como el umpire de la raya de cal del left, que no decide ni sobre bolas ni sobre strikes.

Sin embargo, asumió la responsabilidad institucional y ciudadana de reclamarle en persona al "candidato-dueño" su abuso de los medios públicos y las cadenas presidenciales en violación de la ley electoral. La conducta de quien recibió la observación lo dibuja de cuerpo entero y por lo pronto, ciertamente, no tenemos el Aló, Presidente, pero el lunes vimos el "Aló, Candidato", el martes "Aló, Aspirante", el miércoles "Aló, Abanderado", el jueves "Aló, Postulado", el viernes "Aló, me da la gana" y el sábado "Aló, les doy la ñapa". Todo con su respectiva cadena. Y si eso es insólito, también lo es que la jefa del equipo arbitral no saque la mano ni mueva la cabeza para explicarnos porqué ese bateador se da la lija de tomar su turno cada vez que quiera y exige que lo ponchen con cinco strikes.

Ni se diga del malestar que están ocasionando en las graderías las trabas para los conciudadanos que deben ejercer su sagrado derecho al voto en el exterior, donde cada consulado hace lo que le da la gana. Y sobre todo la decisión de mandar a votar a los electores de Miami a Nueva Orleans, después del arbitrario cierre del consulado en esa ciudad. Tendrán que viajar catorce horas y el gasto por persona supera los 500 dólares. Lo que faltaría es que ahora a los votantes de Nueva Orleans los manden a votar a Miami y cuando les pidan a las rectoras una justificación, digan lo mismo que aquel español que pedía como última voluntad que si moría en Sevilla lo enterraran en Madrid, y si moría en Madrid lo enterraran en Sevilla. Respondía el fulano: ­¡Por joder, hombre, por joder...! Hasta aquí nos han traído con el cuento de que antes, en la funesta Cuarta, "acta mataba voto". De que se sisaban votos, se sisaban, que vivos siempre los hay cuando la oportunidad la pintan calva. Pero visto lo que ha pasado con gobernadores y alcaldes electos en estos años y a los cuales se les despoja, como en el caso de Ledezma, de las atribuciones, el presupuesto, el personal y las infraestructuras, tendremos que convenir en que si aquellos votos morían a bayoneta calada, a los 722 mil del alcalde metropolitano les lanzaron la bomba H, hache de Hugo, que no de hidrógeno.

No pretendo restarle confianza al mecanismo electoral venezolano, pregonado como el mejor del mundo. Méritos los tendrá a borbotones si con él hemos sido capaces de ganarle dos partidas muy importantes a quien actúa, según el lugar común, como dueño de los guantes, los bates, las pelotas, cuarto bate y novio de la madrina.

Los árbitros del CNE levantan demasiados gritos y murmullos en las gradas y actúan ante los reclamos tan indiferentes como el inolvidable Gualberto Acosta, la vez que César Tovar le reclamaba vehemente un desbol, con el índice puesto en el antebrazo.

Cónfiro, Gualberto, ¡pero no ves el morao! Y el umpire: ­Déjate de vainas, Pepe Burra, que tú naciste así...

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