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martes, 12 de junio de 2012

La ciudad y los barrios


MARCO NEGRÓN - Tal Cual

En días recientes una muy estimada colega afirmaba que los barrios, a los que ha dedicado buena parte de su talento, constituyen una forma obsoleta de urbanización. Mi respuesta es que siempre, desde el primer día lo fueron.

En sentido estricto no hay mérito en ellos sino en sus habitantes, empeñados es alcanzar el estatus de ciudadanía aun sobre un soporte físico tan precario.

Las culpas recaen sobre los gobiernos y los profesionales de la arquitectura y el urbanismo, que tardamos demasiado tiempo en entender el fenómeno no sólo dejándolo crecer, también creando inconscientemente las condiciones para que alcanzara la desproporcionada dimensión actual.

Por eso una responsabilidad esencial en los tiempos que corren es impedir que se siga extendiendo, pero no como inútil e injustamente se ha intentado hasta ahora, obstaculizando el acceso a las ciudades a los más pobres, sino desarrollando políticas urbanas integrales, donde lo primero es garantizar que la economía metropolitana sea capaz de absorber dignamente los nuevos contingentes de la fuerza de trabajo, y luego garantizar una adecuada oferta de viviendas o al menos de terrenos equipados, insertos plenamente en el tejido urbano, donde también los que apenas llegan a la ciudad puedan levantar su primer refugio pero, a diferencia de lo ocurrido hasta hoy, en un espacio seguro y digno.

Pero aunque se logre frenar su expansión, los barrios, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, seguirán ahí: porque en ellos está sembrado el patrimonio de la mitad de las familias venezolanas y porque son el pivote de todos esos sistemas de relaciones que les han permitido acceder, así sea precariamente, al estatus de ciudadanía. Por tanto, por mucho que su reproducción no sea deseable, tampoco es posible hacer como si no existieran: ellos deben ser objeto de programas de habilitación integral, no sólo física, aunque muchas veces esta pueda ser el detonante de los procesos de mejoras.

Esto exige dejar de ver a los barrios como una singularidad, terreno reservado a los "barriólogos", para pensar la ciudad en su integralidad, con sus urbanizaciones, centros históricos, zonas industriales, áreas de expansión y también sus barrios, que deben llegar a ser tan ciudad como el resto para que sus habitantes puedan disfrutar de una ciudadanía plena.

No es una tarea imposible, pero requiere de mucha lucidez, visión de futuro y voluntad política. El mundo profesional venezolano ha demostrado estar listo para la tarea, pero durante la última década quienes han tenido en sus manos la dirección del país han revelado una pertinaz ceguera y hasta desdén frente al tema.

Es evidente que la transformación de los barrios en ciudad seguirá siendo una ilusión evanescente mientras no ocurra un reenfoque político radical.

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