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martes, 8 de mayo de 2012
POMPEYO
ENRIQUE OCHOA ANTICH - Tal Cual
eochoaantich@gmail.com
@EOchoaAntich
Pertenezco a esa generación de jóvenes venezolanos que allá por los comienzos de los años 70, adolescentes aún, comenzamos a hacer política en lo que entonces fue un proyecto deslumbrante: el MAS. Así que para todos nosotros, en el acuerdo y en el desacuerdo, la presencia de uno de sus principalísimos fundadores, Pompeyo Márquez, de su acción, de su pensamiento, pero en particular de su estilo político, de su tolerancia y de su buen trato, constituye una huella imborrable.
Llegó a nuestras vidas con el hálito de una leyenda.
Ese personaje con el que a veces compartíamos reuniones interminables -allí, sentado en el presidium, humano y tangible- era nada más y nada menos que el Santos Yorme al que nunca la dictadura pérezjimenista pudo capturar. De aquellos años 50, admirábamos su determinante participación en la forja de la unidad nacional que logró el derrocamiento de la tiranía (experiencia aun útil en nuestros días); y nos fascinaba saber que Pompeyo había estado de cuerpo presente en el Congreso del PCUS durante el cual Kruchev había denunciado los crímenes de Stalin (el MAS se definía en buena medida por su condición anti-stalinista), así como mirar una y otra vez sus fotos departiendo nada más y nada menos que con Mao Tse-Tung. Y, claro, el túnel del San Carlos (junto a Teodoro y Guillermo García Ponce), sus peripecias increibles para lograr construirlo con paciencia de topógrafo, y la resulta política de aquel escape: la estrategia del llamado repliegue táctico con el que el PCV regresó a la democracia y sin el cual el MAS habría sido impensable, poseían para todos nosotros ribetes portentosos de acontecimiento histórico.
Como he dicho, el nacimiento del MAS marcó nuestras vidas. Y entre tantos y tantos eventos trascendentes que componen su origen, uno nos emocionaba de manera especial: cuando de Moscú vino la orden, publicada en Pravda, de expulsar de las filas del PCV a Teodoro por sus críticas no sólo a la invasión soviética a Checoeslovaquia sino al modelo de sociedad y el pensamiento comunistas en sí mismos, Pompeyo, que no comulgaba con buena parte de lo que él opinaba, se opuso rotundamente a esa inquisición antidemocrática. Nos recordaba a Voltaire, de quien dicen que dijo: "Detesto lo que escribes, pero daría mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo".
Por años gozamos -literalmente- de esa escuela de libertad intelectual, osadía, e imaginación que fue el MAS de sus primeros años. No pocas veces estuvimos colocados en posiciones adversas a las de Pompeyo, pero puedo testimoniar con legítimo orgullo que honra nuestra amistad, que él fue un ejemplo de tolerancia y que nunca temió al debate de ideas sino que antes por el contrario lo estimuló siempre, procesándolo por vías democráticas. Así que en sus 90 años, reciba Pompeyo mi homenaje sentido, que no es sino el de uno de los miles de jóvenes que cuatro décadas atrás nacimos a la vida política con su ejemplo.
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