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martes, 22 de mayo de 2012
El sueño adeco
JULIÁN MARTÍNEZ - Tal Cual
A mi Comandante le gusta decir que ¡no volverán! Pero la frase suena paradójica: ¿Alguna vez se fueron? Yo diría que se quedaron y se hicieron más fuertes.
Cambiaron la franela blanca por una roja y se volvieron todavía más adecos, más astutos. De hecho uno tiende a pensar que lo que está ocurriendo en el país es el sueño adeco, la tierra prometida del clásico criollo sin escrúpulos.
En primer lugar ya no tienen que negociar con la oposición. Poseen tanto poder, son tan dueños de todo, que hasta se libraron de aquellos copeyanos con los que antes se repartían el país. Ahora no hay que compartir las ganancias del saqueo. Casi todo es del partido de gobierno, del administrador caudillo (que no tiene que rendirle cuentas a nadie). Y si alguna vez la Fiscalía aquí puso preso a algún presidente, hoy está a años luz de meterse con el cabecilla de turno. Lo mismo sienten sus secuaces.
Amparados en la más descarada impunidad hacen y deshacen. Eso sí, en nombre del pueblo soberano.
Se trata de un negocio multimillonario llamado Venezuela. Un país repleto de dólares donde la robadera, el guiso y el chanchullo están a la orden del día. El sueño adeco. Una nación paradisíaca donde, por ejemplo, las instituciones nacionales y locales plantean dos maneras de cobrarle a los contribuyentes: el camino "legal" y la vía de la corrupción. El camino legal puede incluso pulverizar a una empresa pequeña, de esas que dan empleo a siete personas, cuyas ganancias equivalen al dinero que los nuevos adecos llevan en el bolsillo para pagar el café en algún lugar de la revolucionaria Altamira. Si la pequeña empresa está al día con casi todas las cargas tributarias pero no pertenece a la banda de El Padrino, siempre podrán multarla por no haber pagado el impuesto al segundo eructo de la abuela del conserje de un edificio ubicado en un lugar de La Mancha (de cuyo nombre nadie logra acordarse).
Por supuesto la multa puede ser como para comprarle una nueva camioneta último modelo al capo neo-adeco que dirige la oficina. Y como eso es demasiado dinero para una pequeña empresa, ellos mismos te plantean la posibilidad de cobrarte la mitad, para contribuir con los panas. Una especie de "algo pa’l refresco". Un "algo" de varios miles de bolívares fuertes.
Sin embargo los peores cómplices de esta gente son los ingenuos y los paranoides. Algunos de ellos gente buena y de buenas intenciones, que creen en crucigramas conspirativos, en revoluciones bonitas y en caudillos salvadores y honrados, sin importar lo que diga la realidad. Siempre ha sido así: nada es más peligroso que un creyente a toda prueba. Está dispuesto a justificarlo todo, echando mano de cualquier cosa por muy absurda que sea. Hasta que, un buen día, le toca a él o a ella sufrir la injusticia de la Revolución. Y a veces ni así dejan de creer.
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