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sábado, 21 de abril de 2012

Mi reino por un elefante


GREGORIO SALAZAR - Tal Cual

No se necesita una investigación muy exhaustiva sobre el uso de las redes sociales para saber que tuitero venezolano que se respete dedica cada fin de semana no menos de 8 a 10 horas a estar pegado de esa pantallita luminosa, de apenas 3,5 X 5 centímetros, a través de la cual se puede averiguar casi todo cuanto ocurre en el universo y el vecindario.

Pero el sábado 14 de abril se trataba de un día especial para fisgonear en la red, sobraban atractivos para ello. En mi caso particular me dispuse a seguir la cuenta @TitanicRealTimes en la que tuits imaginarios posteados a nombre de la tripulación y pasajeros del malogrado buque hacían un recuento milimétrico del desastre ocurrido el 14 y 15 de abril de 1912.

Un segundo atractivo, además de un nuevo viaje presidencial y un ex magistrado debutando en el bel canto, era el desarrollo de la Cumbre de las Américas, cuyo resultado era tan previsible como el naufragio virtual y centenario y, en efecto, terminó chocando con sus respectivos escollos en medio del mar, Cuba y Las Malvinas, aunque valga decir que al menos las pérdidas no fueron totales.

LLevaba rato pegado del smartphone, embelesado con la sucesión de mensajes, cuando me dio por pensar que informativamente el Twitter funciona un tanto como aquella aleación mimética o de metal líquido del cual estaba hecho el prototito T-1000 de Terminator II. Recuerden la escena cuando el robot malo es bañado con nitrógeno, se congela y se va fragmentando hasta volverse añicos. Después, bajo calor, comenzaron a aparecer las peloticas como de azogue que se van juntando, llega una, llega otra y otra y otra ñinguita, y así apareció el dedo gordo del pie, los jarretes, las canillas, la cintura, el robot entero y de nuevo se arma la sampablera.

Así es el Twitter. La cosa comienza por un rumor, un datito, una ñinguita de información, otra y otra y al cabo de media hora tiene usted armado un torrente de azogue y un zafarrancho con gente halándose por las greñas digitales porque en el TW, como todo en la vida, nunca hay unanimidad.

Ese sábado apareció una migajita de esa clase azogue, un tuit dando cuenta que el rey Juan Carlos de Borbón había sido operado de una fractura después de un evento con elefantes en Bostsuana, que como usted perfectamente sabe queda en el sur del África. De primera mano, imaginamos que un tuit así en España no causaría extrañeza. Allá cabe figurarse al monarca en la cercanía de un elefante, que es el símbolo por excelencia del conservacionismo, porque desde 1968 el monarca preside honorariamente Adena, la filial española de World Wildlife Fund (Fundación para la Conservación de la Vida Silvestre).

Aquí en Venezuela, donde el Rey por razones harto conocidas tiene numerosos fans, la bandada de trinadores comenzó sus especulaciones. "Debe ser que lo arrolló un paquidermo", tuiteó uno. "Qué terrible, seguro se cayó del lomo del animal", especuló otra. "Pobre Rey, a esa edad embestido por esa bestia". Pero las alarmas se encendieron cuando alguien retuiteó a un medio hispano: "Escándalo: el rey Juan Carlos se fractura la cadera en una cacería de elefantes". Aun así, hubo quien le dio el beneficio de la duda: "Es que una lucha cuerpo a cuerpo con esos animales es muy desigual".

La tormenta se descerrajó cuando un gorjeador bajó de la web de la empresa Rann Safaris, organizadora de la jornada de caza real, y colgó la foto del presidente honorario de Adena, con una escopeta terciada en el pecho y teniendo como fondo la mole desgonzada y con los ojos en blanco de un trompudo ejemplar.

Y así como pasa con el Terminator de aleación mimética, fue apareciendo, tuit a tuit, el dedo gordo, el jarrete, la canilla, hasta mostrarse la pata entera de Don Juan Carlos metida hasta la cadera y ésta, además, con fractura múltiple. Ni qué decir cuando se supo que la lesión no ocurrió en un intrépido lance selvático, sino cuando bajaba de madrugada las escaleras de su bongalow para ir a la necesaria, como decían antes.

A nadie que vaya contra las leyes de la cordura puede irle bien. España enfrentando la mamá de todas las crisis, la Corona en la picota por corrupción y desavenencias familiares y el Rey disparando su escopeta con su amiga la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, cuando se suponía que debía estar, al menos, pendiente de la Cumbre de la Américas, cuyos temas caen dentro de su responsabilidad constitucional. Otros estuvieron dispuestos a cambiar su reino por un caballo, Don Juan Carlos ha puesto a trastabillar el suyo por un elefante.

Al desfile de abundantísimas críticas muy razonadas y justificadas, yo voy a agregar sólo dos preguntas: ¿Qué hace un caballero de 74 años, en vez de estar en su casa jugando scrabble con sus nietos, cazando elefantes, una vaina para la que ni siquiera hay que agarrar puntería? Cazar elefantes debe ser lo más parecido a batear con una puerta. Otra: estando las monarquías y los elefantes en vías de extinción, ¿una cacería como esa no es una competencia desleal? Y ya que toqué el tópico beisbolero, ¿viste, Ozzie?: a quien le toca la política la puso inmensa por irse a la jungla tras un elefante. Y tú, que trabajas en la mayor jungla anticastrista del planeta, te ponchaste haciendo swing por un dinosaurio.

Son de esas cosas que, ya nos había anticipado el señor Quijano, veríamos.

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