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lunes, 26 de marzo de 2012

Dos campañas

Tal Cual Digital

A un lado del escenario está el envejecido y enfermo patriarca de una revolución que no fue, de una esperanza traicionada. Al otro un ágil y joven candidato elegido por el voto de millones. Se le ve sano, jovial. Patea ­como dice la jerga­ barrio a barrio la extensa geografía nacional

ENRIQUE OCHOA ANTICH

Es, en cierta forma, la escogencia, la alternativa que los venezolanos tienen por delante. Cada una de ellas encarna dos proyectos, dos países.

A un lado del escenario está el envejecido y enfermo patriarca de una revolución que no fue, de una esperanza traicionada. Pesado, lento, televisivo, rodeado de un enjambre de guardaespaldas cubanos, separado de su gente, allá arriba, encerrado en una torre de hierro (que no de marfil), atrincherado en el Palacio del poder. Tiene respaldo, a no dudar, pero formalmente fue designado candidato por su propio dedo inapelable.

Al otro un ágil y joven candidato elegido por el voto de millones. Se le ve sano, jovial. Patea ­como dice la jerga­ barrio a barrio la extensa geografía nacional, se embarra los zapatos, estrecha las manos de los humildes y sencillos de esta tierra escarnecida, le da la cara a la gente, oye sus problemas, dice sus ideas, formaliza compromisos. Es decir, dialoga.

Allá un conglomerado rojo, unívoco. En efecto, es eficaz esa disciplina militar, esa coherencia, o lo sería, si Venezuela fuese un cuartel y no la sociedad libertaria que es, que quiere ser, cuyo origen como nación anda emparentado precisamente con una generación definida por el sueño de la libertad (no por azar a Bolívar se le dio el título de Libertador).

La otra campaña es, como se sabe, tricolor, plural, diversa. No siempre es fácil su desempeño, desde luego, pero encarna el futuro de tolerancia que los venezolanos nos merecemos. En ella caben todos, incluso los rojos. Se respeta, no se sanciona la disidencia.

Chávez plantea una fractura: ricos y pobres, patriotas (supuestos) y vasallos del Imperio, izquierdas y derechas. Roja cicatriz que afea el rostro de la patria.

Capriles propone la reunificación del país, la reconciliación de sus partes. Unidad semejante a la que, entre aristócratas y pardos, en el siglo XIX consiguió la independencia. Igual a la que, entre izquierdas y derechas, derrocó la última dictadura del siglo XX y levantó la armazón democrática más perdurable de nuestra historia (54 largos años).

Uno es el candidato del gobierno (de uno que, como ha dicho Petkoff, es su propio gobierno anterior, dos gobiernos anteriores, para ser exactos), y representa lo peor de nuestro pasado, populista, autocrático. El otro es el candidato de los ciudadanos, de una alianza de los partidos democráticos con la sociedad civil, del pueblo. Es futuro, posibilidad.

La campaña de Chávez intenta defender el ruidoso fracaso de una década perdida. La de Capriles propone una oportunidad cuya concreción dependerá de todos (en octubre y más allá).

En aquella campaña abundan los insultos. A Chávez se le observa como un perro rabioso echando espumarajos por la boca, peleando con su propia sombra. En esta hay alegría, serenidad. A Capriles se le ve tranquilo, propositivo, carcajeándose de los desesperos del otro.

Campaña roja versus campaña tricolor. Democracia o autocracia, progreso o atraso, cambio o más de lo mismo, respeto o insulto, unidad o fractura, paz o violencia, civilización o barbarie. He aquí la bifurcación de esta historia que nos toca escribir.

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