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sábado, 18 de febrero de 2012

Por qué la victoria es una victoria

ALONSO MOLEIRO - Tal Cual Digital

La oposición tiene un líder, que se dieron los ciudadanos, y se llama Henrique Capriles Radonski RENIER OTTO/TALCUAL

Luego de una larga travesía en el desierto, improvisando políticas, dividida en el diagnóstico, errando en todos los escenarios posibles, la oposición venezolana coronó, con la cita del pasado domingo, una brillante estrategia, de enorme peso cualitativo, para colocar sobre la mesa un candidato fruto de la voluntad ciudadana y exhibirle a quien quiera verlo su legitimidad social y su poder de convocatoria.

Un éxito que no es el fruto de un relámpago inspirador, una maniobra milagrosa o un golpe de suerte: es el resultado directo de una secuencia de decisiones acertadas y responsables, expresadas en la concreción organizativa de los organismos funcionales de la MUD; en su consecuente capacidad para maniobrar tomando en cuenta el largo plazo y en el compromiso ante la palabra empeñada ante el país.

Han rodado por los suelos todas las falacias estructuradas en torno a las fuerzas democráticas por parte de ciertos charlatanes mediáticos amigos del gobierno, que con frecuencia quieren hacerse pasar por imparciales en sus análisis.

Un año tras otro, con la involuntaria colaboración de cierta gradería inocente y desprevenida que le hacía el juego de forma involuntaria, sobre las fuerzas democráticas se tejieron toda suerte de acusaciones, con mucha frecuencia injuriosas e injustas.

Llevamos años escuchando que la alternativa democrática no tiene un líder, y que así las cosas será imposible enfrentarse con éxito a la poderosa maquinaria del gobierno. No es cierto: tiene uno, que se dieron los ciudadanos, y se llama Henrique Capriles Radonski. Un dirigente joven, exitoso en su gestión de gobierno, que ha triunfado con una contundente votación, gracias, entre otras cosas, a una inteligente estrategia de comunicación con las masas y un carisma imposible de soslayar.

Se dijo que la unidad era un artificio y una quimera imposible de cumplir, y que sus dirigentes eran los ocultos protagonistas de una mezquina e hipócrita pelea por posiciones de poder: la foto final de la jornada del domingo desmiente desde raíz la especie. La MUD es una institución fortalecida, con reglas que todo el mundo ha aprendido a respetar, en la cual la unidad es un preciado tesoro de carácter estratégico, concebido, por cierto, para durar varios años.

Se acusó a la oposición de portar una preocupante flacidez programática, de no tener proyecto político, de vivir exclusivamente para presenciar, sin más, la salida inmediata del actual Presidente. Falso: la Unidad pudo presentarle un brillante acuerdo programático, moderado en lo ideológico y de enorme densidad, el más importante en la política venezolana en décadas, fruto de un paciente tejido de dos años de consultas y discusiones. Cuestionado apenas por algunos mentecatos aislados en el Twitter.

Se estigmatizó a la dirigencia opositora por ser renuente a renovarse, por no darle paso a nueva generaciones y gestar todos sus acuerdos en conciliábulos de espaldas a la ciudadanía. Pues lo que vimos la semana pasada es la consolidación definitiva de nuevos protagonistas: dirigentes jóvenes, fruto de una nueva voluntad en amplísimos sectores del país, que ejercen con absoluta pertinencia y legitimidad su derecho a hacer efectiva la alternabilidad política y que le inyectan nuevas perspectivas a la dinámica pública nacional.

En estos días, cierta gradería académica amiga de la causa del continuismo le brindó a la prensa británica el más flamante de todos los análisis: la alternativa democrática no tiene arraigo social, está en contra del empoderamiento popular y permanece de espaldas al país. Lo que vimos el pasado domingo es el mentís más acabado a esta conclusión antojada y superficial. Queda claro que lo único que no debería hacer el gobierno y sus amigos en esta hora es desdeñar la pertinencia social y el anclaje de las fuerzas que le adversan.

Tal como, desde esta acera, nadie niega la carga popular del gobierno, aun con su torpísimo y extremadamente mediocre proceder.

La propaganda oficial disfruta mucho retratando a sus adversarios como un pequeño atajo de privilegiados enemigos de la causa nacional, aislados ante la voluntad de las mayorías, que esperan las órdenes de oscuras fuerzas internacionales para complotarse contra ese heraldo de los arcángeles que se supone es Hugo Chávez Frías.

En su ceguera ideológica, expresada en ese fanatismo mezquino, se saltan la más elemental de todas las evidencias: que el candidato electo no es hijo del antojo de ninguna potencia internacional, sino el fruto de una consulta hecha a los venezolanos, que la atendieron concurriendo a votar de forma multitudinaria para otorgarle una legitimidad y un peso específico imposible de obviar.

Eso lo saben perfectamente en los dominios del Palacio de Miraflores. Por eso han protagonizado esa reacción virulenta y nerviosa: temerosos de confrontar su propio fracaso, y no teniendo conspiración política ni componenda internacional a la cual hacerle frente, agotadas, de forma reiterada, todas las idioteces que repitan como supuestos inconmovibles, han procedido de forma desordenada y alternativa a cuestionar el resultado, insultar a sus adversarios y aludir ­otra vez­ a las ya remotas circunstancias del año 2002.

Eso es lo que más los despeina: la terca respuesta de la realidad ante esa postura obcecada y cruzada por toda suerte de simplezas que sirve de soporte al gobierno y sus, a ratos, patéticos dolientes en los medios de comunicación.

La serena respuesta ciudadana ante el insulto, la procacidad y las amenazas.

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