Gracias a Maye Primera y a Editorial Alfa publicamos una de las últimas entrevistas -si no la última- concedidas por el historiador Manuel Caballero y que aparece publicada en el recientemente bautizado libro La República alucinada: conversaciones sobre nuestra independencia. (Editorial Alfa)
Por Maye Primera | 13 de Diciembre, 2010
Cortesía: PRODAVINCI
Si bien la República venezolana nació en el siglo XIX, la política y la paz que permitieron que Venezuela se consolidara como nación no se «inventaron» sino en el siglo XX. En el calendario de Manuel Caballero, la Batalla de Ciudad Bolívar, de 1903, selló la culminación de un proceso guerrero que comenzó en la segunda década del XIX con el conflicto de Independencia y que él ha llamado el de «las guerras de Independencia». A partir de entonces se instauró la paz, y por ella los venezolanos pagaron el precio del autoritarismo. Sin embargo, también ocurrió durante el siglo XX la «invención» de la política: gracias a ella, los adversarios políticos dejaron de ser considerados enemigos mortales, como ocurría en el siglo XIX. ¿Pero acaso esos caminos aprendidos de la política comenzamos a desandarlos en el siglo XXI?
¿Por qué se establece el 19 de abril de 1810 como la fecha en que nació la Independencia, cuando lo que ocurrió ese día fue la reacción de Caracas contra las fuerzas napoleónicas que estaban en España? ¿Por qué la historiografía oficial escogió esa fecha y no otra?
El 19 de abril es un acontecimiento bastante confuso. Tanto así que Arístides Rojas, por ejemplo, lo calificó de día español por excelencia. Si en esa lucha que se inició el 19 de abril hubiese triunfado la monarquía en lugar de triunfar la República, ese sería celebrado como el día inicial de la monarquía. Porque lo que se hizo fue constituir una Junta Conservadora de los derechos del rey Fernando VII. Curiosamente, se trataba de los derechos de un rey que no había reinado nunca, un rey que no existía. La celeridad con que se producen los sucesos que llevarán al 5 de julio de 1811, el cambio de visión y de actitud de los sectores dirigentes del 19 de abril de 1810, que los lleva a declarar no solamente la Independencia sino la República en 1811, puede indicar que la fidelidad a la Corona no era tan firme como se pensaba. Por lo tanto, entre quienes protagonizan el 19 de abril había mucha gente que no era partidaria de Fernando VII sino todo lo contrario, pero que aprovecha la coyuntura para acelerar el proceso de acuerdo con el plan republicano que tenían. Sin embargo, el mote que se le dio a Fernando VII era «El deseado». Había esperanzas, sobre todo porque podía resultar el símbolo de la unidad de España frente al invasor extranjero, y cuando hablo de España no me estoy refiriendo solamente a la península. Ese no es un proceso extraño en la historia. El papa Pío Nono, por ejemplo, fue tomado como bandera por los liberales italianos y como símbolo de la unidad de Italia en un momento determinado, y en toda crisis se dan esos momentos de confusión. Hay otro elemento muy importante y es la opinión del Libertador. Simón Bolívar dijo que el 19 de abril nació Colombia, y su opinión se tomó siempre como palabra de evangelio: si el Libertador lo dijo, tenía que ser así, aunque en aquel momento hubiera sido un disparate que ese fuese el arranque de la Independencia frente a la monarquía española; ni siquiera de Colombia, que sólo estaba en los sueños de Francisco de Miranda. Otra de las cosas que todo este proceso muestra, y que va a rematar el 5 de julio, es que no se trata solamente de la Independencia de España, sino que lo fundamental es el rechazo de la monarquía y la preferencia por el régimen republicano.
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¿Qué tanto hay de mito o de realidad en la idea de que, entre las provincias de América, Venezuela era «un cuartel» y nada más?
Hay un movimiento de ideas de primera importancia en toda América Latina, y en ese contexto Venezuela surge con mucho brillo. Juan Germán Roscio, por ejemplo, se adelanta mucho a pensamientos posteriores, como el de Tocqueville, al darle basamento al liberalismo en la religión cristiana; combinar esas dos cosas que aparentemente aparecen como enemigas mortales es un rasgo de sutileza y de inteligencia de primera categoría. Durante un tiempo se tuvo la idea de que Venezuela era el país o la colonia más atrasada y pobre de España en América Latina. Eso partía de la base siguiente: la fuente que utilizaban los historiadores eran los archivos de Indias. Y efectivamente, el comercio de Venezuela con España era muy pequeño y muy pobre, en relación con lo que podían ser los grandes virreinatos de Nueva España y de Perú. Pero resulta que a partir de cierto momento queda claro que la principal ruta de comercio exterior de la colonia venezolana era México, no España; y en realidad Venezuela era la tercera potencia de América Latina, detrás de México y Perú. Eso asombra, pero es así. Esa élite económica se acompaña de un desarrollo y una preocupación intelectual. Por otra parte, por la cercanía con Europa, la Ilustración llega a Venezuela en los barcos españoles. Hay un libro famoso de Ramón de Basterra que se llama Los navíos de la Ilustración donde se cuenta esto. Otros autores también decían que los venezolanos eran «los franceses» de América Latina, porque eran los que más relación tenían con las ideas francesas. La gente más pudiente podía adquirir esas ideas. Incluso se sabe que muchas de esas corrientes subversivas, de ese pensamiento, vino a través de los jesuitas, que habían sido execrados; ellos se convirtieron, curiosa y paradójicamente, en agentes de las ideas nuevas. Pese a todas las barreras, esas ideas se introducían en la sociedad, en el habla venezolana y en los sectores intermedios, que son los que van a estar en contacto más directo con la base. El historiador que se ocupó de este problema con mayor profundidad fue Luis Castro Leiva. Él elaboró un locucionario con las palabras más empleadas y sus diferentes significaciones durante el proceso que va entre 1790 y 1810, que es el proceso de fraguado de la crisis. Castro Leiva constató que en el habla corriente usada por curas, boticarios, médicos, funcionarios, habían permeado, de una forma muy sutil pero muy evidente, toda una serie de ideas reprimidas y prohibidas. Es decir, en el lenguaje corriente se expresaban ideas que en principio no eran permitidas porque eran subversivas, y que sin embargo ya habían entrado en el lenguaje común. Hay un ejemplo de esto que a mí me llama la atención, que es la evolución de la palabra «Constitución» entre 1790 y 1810. En 1790 esta palabra se refería al cuerpo, a lo físico, a la constitución de una persona. Eso va evolucionando y ya en 1810 «Constitución» tiene el significado político que le damos todavía.
A pesar de que en el siglo XIX Venezuela nació como República, es durante el siglo XX cuando al fin se consolida el ejercicio republicano y la conciencia nacional de los venezolanos. ¿Cómo fue el proceso para llegar esto?
Porque se forma, primero, el Estado y después, la nación, que comienza a existir cuando es reconocida por todo el mundo. A partir del momento en que el Estado deja de ser un conjunto de organizaciones gubernativas y comienza a ser visto como una cosa donde puede y debe participar todo el pueblo, ya ese es el comienzo de la nación. A partir del 14 de febrero de 1936, cuando nace la democracia, se comienza a percibir que existe un país llamado Venezuela del que somos todos miembros; todavía no ciudadanos, porque lo seremos a partir del 18 de octubre de 1945. Los problemas entonces dejan de ser sólo de Estado para convertirse en problemas nacionales. La prueba es que esta es la primera vez, después de la muerte de Gómez, que se comienzan a plantear con tanta acritud los problemas de fronteras. Se va formando el concepto de nación a través de la democracia, primero, porque los problemas se plantean en un ámbito mayor y puede y quiere opinar todo el mundo. Yo digo que a partir de 1936 Venezuela comienza a ser democrática y nunca ha dejado de serlo. Y entonces me preguntarán: «¿y Pérez Jiménez fue democrático?». No, yo no estoy hablando de gobiernos democráticos sino de una sociedad democrática. Que eso sea así es muy bueno, pero no en todos los casos: yo no soy de esos que creen que el pueblo nunca se equivoca; es decir, la democracia ha sido positiva y también tiene sus aspectos negativos. Fue la democracia la que llevó a Chávez al poder, por ejemplo. No es verdad que la democracia se derrumbó con Chávez; lo que pasa es que mostró su peor cara, que es la tendencia a convertir la democracia en la dictadura de la mayoría. La política está por encima de eso. Para mí la democracia no es la sucesión de gobiernos democráticos, sino la toma de conciencia popular, masiva, de calle, de su propia fuerza, capaz de hacer cambiar de rumbo a un gobierno por diferentes vías: la manifestación popular, la insurrección popular o el voto.
¿Y la unificación nacional cómo se logra?
A partir de la unificación territorial, de la conformación del Estado gomecista, que es la concentración del poder. Gómez intentó aplicar dos consignas del siglo XIX: población y caminos; fracasó en lo que tuvo que ver con la población del territorio, pero tuvo gran éxito en la construcción de caminos.
Usted ha preferido hablar siempre de «las» guerras de Independencia y no de «la» Guerra de Independencia. ¿A qué se refiere con esto?
Sí, lo que he dicho es que existe un continuo que va desde1810-1811 hasta 1903; por eso hablo en plural de «las guerras» de Independencia. En realidad es José Gil Fortoul el primero que habla de «las guerras federales», que van desde 1859 hasta el final del siglo. Yo, sencillamente, alargo ese período hacia atrás porque es un solo proceso guerrero el que arranca el 19 de abril de 1810 y termina el 23 de julio de 1903, con la Batalla de Ciudad Bolívar. Ese tiempo conoce muy pocos momentos de tregua, y prácticamente se pelea entre la misma gente; lo que pasa, claro, es que nadie puede vivir un siglo. Pero por lo menos desde la Guerra de Independencia hasta la Revolución Federal actúa la misma gente, y luego empuñan las armas los descendientes de aquellos. La prueba es que en la Revolución Libertadora el estratega militar que muere es Domingo Monagas. Ese proceso se cierra en 1903 en Ciudad Bolívar, en la batalla que comanda precisamente Juan Vicente Gómez y que pone fin a la última de las guerras civiles, de las guerras de a caballo que hasta ese momento había vivido el país. Por eso es que suelo decir también que en ese año Venezuela «se baja del caballo». Así es como se cierra un ciclo de cuatro siglos de historia venezolana, donde el caballo era el arma principal de la guerra.
Y durante el siglo XIX la guerra era la forma de hacer política, según también ha dicho usted.
Durante todo el siglo XIX no se concebía otra cosa, a pesar de que la política y la guerra son dos cosas absolutamente contradictorias. Es la idea que trato de desarrollar en mi libro Historia de los venezolanos en el siglo XX. No comparto la máxima aquella de Clausewitz, que dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La política y la guerra son incompatibles. Esa manera de hacer política ha dado lugar a una tensión, tanto colectiva como individual, no sólo en Venezuela. A mí suelen preguntarme siempre, al final de mis conferencias, por qué los venezolanos tenemos esa tendencia al autoritarismo. Y yo respondo que ese no es un problema de los venezolanos particularmente; en todas partes del mundo ocurre eso. ¿Acaso Jean Marie Le Pen no estuvo a punto de ser Presidente de Francia? ¿El pueblo más filosófico de Europa no tuvo a Hitler? ¿El pueblo del Renacimiento no tuvo a Benito Mussolini? ¿La democracia latina más avanzada no tenía un Perón que arruinó a Argentina? La lucha entre la política y la fuerza es permanente, en todas partes del mundo. Eso nunca cesa, a Dios gracias, porque si no viviríamos en una sociedad muy aburrida. Es lo que Maquiavelo ha llamado el vivere politico que él contraponía a la sociedad absoluta.
Simón Bolívar dijo alguna vez: «Hemos conquistado la Independencia, pero no la libertad». ¿Cómo alcanzaron los venezolanos esa libertad durante el siglo XX?
No me gusta invocar el argumento de autoridad, pero creo que en este caso Bolívar tiene razón. Ha habido un largo proceso desde la Independencia hasta ahora por conquistar esa libertad. Hay quienes piensan, Carrera Damas entre ellos, que se trata de un combate simultáneo por la libertad y por la igualdad. Sin descartar eso, que es cierto, yo lo veo de otra manera. Hay dos maneras de buscar la libertad. Una es la que consumió todo el siglo XIX, que es por medio de las armas, detrás de un caudillo carismático; la característica de esa lucha por la libertad era que se excluía a la multitud y se la sustituía por el caudillo. Eso no ocurre solamente durante el siglo XIX, después de la Independencia: eso ocurre también durante la Independencia. Los fulanos patriotas, los llaneros, en realidad a quien seguían era a José Antonio Páez, como antes habían seguido a José Tomás Boves. ¿Cuál es la consecuencia de esto? Ninguna: sangre, desorden, ruina y la desaparición muy cierta de Venezuela como nación. Eso se vio en 1902: con el bloqueo a las costas venezolanas, Venezuela estuvo a punto de desaparecer y de convertirse en un protectorado de las naciones europeas. El país logró salir de eso, no por el patriotismo de los venezolanos, sino por la intervención de los Estados Unidos. Hay otra característica: que es que se atraviesa un período que se puede hacer arrancar desde la Batalla de Ciudad de Bolívar, en 1903 hasta la creación de la Academia Militar, en 1910. ¿Cuál era la libertad de la que se gozaba en el siglo XIX? La libertad de alzarse. Cuando se crea el Ejército profesional como realidad fáctica a partir del 5 de julio de 1910, como parte de las celebraciones del centenario, se crea una organización que va a asegurar la paz en Venezuela. Entonces, es mentira eso que está como eslogan de la Academia Militar: que el Ejército venezolano era forjador de libertades. Esa es una mentira grandísima como un templo. Es mentira que al Ejército venezolano actual lo fundó Bolívar; aquella horda harapienta no tenía nada que hacer con este Ejército. El creador del Ejército venezolano se llama Juan Vicente Gómez y lo fundó, no para crear libertades, sino para acabar con las libertades. No lo digo por antimilitarista; es que las libertades no tenían nada de bello: la libertad era el derecho de alzarse a cada rato. A partir de allí se instala la dictadura de Juan Vicente Gómez. Sus opositores, que no eran sino el mismo Gómez pero con otra cara, intentan volver a la lucha permanente del siglo XIX y fracasan. No logran absolutamente nada, Gómez es inamovible. Ellos tenían la misma formación de Gómez tanto en lo teórico –todos eran liberales– como en los procedimientos. La gente no le daba ningún respaldo a esas intentonas hasta que, en 1928, se inventa la política. Aquella multitud que había sido excluida de la historia y sustituida por el caudillo, esta vez se reintroduce a través de la política, primero, y luego a través de la democracia. La política es mucho más importante que la democracia, que la contiene, porque ya hemos visto que la democracia puede llegar a ser la dictadura de las mayorías. La política es más importante porque es el abandono de las soluciones de fuerza y la tendencia a dejar de considerar al adversario como enemigo mortal. Eso poco a poco va a hacer aparecer a la multitud, cuya característica principal es que no tiene cara ni caudillo; tiene líderes, pero que representan a un colectivo, siguen a una idea o a un partido. Esas son las dos maneras de luchar por la libertad. Eso se debe a muchas cosas, pero en primer lugar, a la urbanización del país. «Política» viene de «polis», de ciudad, y precisamente surge con el cambio de escenario de las luchas sociales, del campo a la ciudad.
Usted de hecho ha señalado que de la violencia campesina del siglo XIX, Venezuela pasa a la violencia callejera del siglo XX. ¿En qué se diferencia la violencia de la guerra de la violencia de la paz?
En primer lugar, aquella es una violencia aceptada, cuyos jefes son conocidos y glorificados, y hasta tienen representación parlamentaria. Y la otra, la del siglo XX, es una violencia anónima, rechazada y perseguida, cuyos jefes no tienen nombres o no los muestran. En segundo lugar, se diferencian en el hecho de que esta segunda violencia es una amenaza contra la sociedad, pero no necesariamente es una amenaza contra el gobierno. Aquella violencia del siglo XIX podía tumbar gobiernos. Otra diferencia es que aquella era una violencia de a caballo y esta es una violencia de a pie.
En este siglo XXI ¿estamos desandando la «invención de la política»? Tal y como ocurrió durante el período de Independencia, los adversarios han vuelto a ser enemigos mortales a quienes no se les reconoce y se les combate.
Absolutamente. Pero esto pasó por una etapa de transición que yo llamo «la agonía de la política», y que está representada en la reelección en la Presidencia de Rafael Caldera y de Carlos Andrés Pérez. Con su segundo período de gobierno, ellos dejaron de ser líderes políticos e históricos para convertirse en políticos iguales a los otros, que lo que querían era hacerse del poder a como diera lugar y, sobre todo, destruyendo los partidos políticos que habían construido ellos mismos con tantísimo trabajo. En su asunción al poder, ambos destruyeron sus propios partidos: Carlos Andrés Pérez lo hizo contra la voluntad de su partido y ayudó a destruirlo; y Caldera, desde 1936 a 1993 fue construyendo el partido «de Caldera», que luego botó por la ventana para fundar un partido «calderista», que es Convergencia. Al hacer eso, ellos les dan la razón, les sirven de coartada y de pretexto a quienes decían que los partidos y la política eran cosa de ambiciones personales. Dejan la mesa servida para la solución que conocemos: el personalismo llevado a su extremo. El liderazgo personalista es monoteísta. Este lenguaje de ahora, donde el que está con el gobierno está haciendo patria y el que no lo hace es un traidor, es el mismo lenguaje de Juan Vicente Gómez.
¿Cómo se puede retomar el camino de la política? ¿Cómo puede reinventarse?
Insistiendo. Yo creo que la política ya la estamos reinventando. El resultado de las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre de 2010 es el triunfo de la política sobre la politiquería, que es la marca del gobierno actual.
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