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lunes, 13 de diciembre de 2010

"He querido hablar de los venezolanos"

Tal Cual 13/12/2010 11:49:38 a.m.

Sempiterna boina azul, las canas al aire, ojos enormes que dan con la verdad. En la sesera lúcida de Manuel Caballero están estas señas y, a buen resguardo, el archivo histórico de la nación

Por: Faitha Nahmens

El más reciente libro de este autor Historia de los venezolanos del siglo XX ha convocado conversatorios, peñas, jaleo mediático y a los estudiosos que creen que este trabajo de más de 400 páginas es poco menos que la brújula que debe guiar a todo aquél que quiera entender la centuria anterior y sus consecuencias, o sea, entenderse.

"Debería, aunque no estoy segura de que la escuelas públicas lo considerarían, ser texto de consulta obligada en bachillerato", pontifica Ana Teresa Torres. Es que desmonta mitos y polemiza. Y lo hace desde un estilo narrativo fluvial, de cuento.

Historiador, ensayista, columnista, escritor ateo y devoto de la Divina Pastora, fanático de las acemitas, en estas páginas reveladoras está todo y un poco más.

—No es la historia del país sino de los venezolanos ¿es exactamente lo mismo?
—Más que analizar sucesos, quería registrar cómo se ha construido la política y, desde ella, la democracia; porque una es el contenedor y la otra el contenido, no al revés. He querido hablar de los venezolanos, y no por el afán de procurar cultos y devociones, faltaba más, sino para dar cuenta de la gestación y acendramiento en el siglo XX de los partidos políticos y de la generación del 28, por ejemplo, un grupo de hombres de convicciones no exactas ni mucho menos, y cada uno con nombre propio que compartió un proyecto inédito común, nunca el de imponerse como caudillos uno por encima de los demás.

Quise contar la historia de los tiempos de paz, que son los tiempos de crecimiento de los pueblos, y no apenas demográficamente. Cuento desde que depusimos las armas. Desde que nos bajamos del caballo, pues. Yo nunca me he montado en uno, y eso, en un país de caudillos y balaceras al galope, debe significar alguna cosa.

—¿Dice que depusimos las armas?
—Sí, hay violencia en la guerra y también en la paz, pero en el siglo pasado comenzó a colarse el sentido de institucionalidad y sumando los alzamientos y montoneras de todo el siglo XX, los desmanes gomecistas y la guerrilla, se cuentan menos bajas que las producidas durante la guerra independentista, de 1810 a 1824.

—Se dice que no es inocente su inclusión en el libro de la cita de Vallenilla Lanz que refiere que la guerra de independencia fue una guerra civil.­
—Sí, porque el adversario estaba lejísimo, aquí nos estábamos matando los venezolanos. Pero en el siglo XX ocurre que el adversario, que está en casa, deja de ser considerado enemigo a aniquilar, deja de excluirse y comienza tomarse como interlocutor. Aquel con el cual llegar a un acuerdo, negociar e incluso conciliar.

—Cosa que en el siglo XXI se desmonta. ¿Por qué el bis? ­
—Dicen que la historia se repite pero que va en un espiral de avanzada, yo opino que en nuestro caso incluye además un retroceso feroz.

—Y es que vuelve a hablarse en términos de guerra y enemigos y a exaltarse lo militar y sus próceres.
—Y no es nada inocente esa estrategia, cuando ahora se invoca a Bolívar y la épica independentista se hace para vincular con este caos a aquéllos héroes militares, para que se asocien todas las charreteras y con ellas una supuesta aura de orden, se confundan y uniformen. Y éstas, empacadas con un barniz añoso y ajeno, se ubiquen por encima de lo civil.

—Es el siglo XIX en el XXI.
—Sí, y la verdad es que me he especializado en el siglo XX, esa bisagra de tiempo que es la fuente más próxima en la que podemos beber; el lapso que contiene el germen y el crecimiento de la no del todo destruida democracia. Esa tarea de revisar tampoco es inocente, permite aceitar el forcejeo que damos a favor de que prevalezca un sistema de vida que nos convierta de nuevo en ciudadanos, mejores si queremos optimizar el modelo, pero no en soldados.

Aunque la democracia puede ser la tiranía de las mayorías no me cabe la menor duda de que el mejor gobierno militar es peor que el peor gobierno democrático.

—Ha dicho que somos de talante respondón y autoritario ¿Está ahí el caldo de cultivo de la tentación militarista? ¿Es un rasgo arquetipal? ¿Es nuestra identidad? ¿No dizque estaba perdida?
—La identidad es variable y voluble y todos los pueblos buscan constantemente la suya, no es verdad que los venezolanos no tenemos identidad, por ejemplo, nadie podría prever que el pueblo donde florecía la filosofía y estaba poblado de intelectuales produjera un Hitler.

—¿Se odia más que nunca ahora?
—Los odios son los odios, los ha habido antes, son iguales. Y los hay aquí y en la Cochinchina. Ni mejores ni peores, lo que sí observo es que la mayoría hemos demostrado una convicción democrática que yo no esperaba tan acendrada, cuando a decir verdad la cultura democrática es adquisición reciente, y no suma demasiado: 70 años de los 500 de nuestra historia. Claro, no faltará un quien diga que se ha hecho poco, pero no se puede complacer a todo el mundo.

—¿Es optimista?
—Ni pesimista ni optimista, sino todo lo contrario. En realidad soy escéptico. Pero la historia no es todo o nada, el término medio es importante, si no vas a estar en permanente déficit.

—¿Ya tiene en mente un nuevo libro? ­
—¿Uno? ¡Tengo como tres borradores! Yo no paro de escribir, Teodoro Petkoff, dice que más bien soy grafómano. No he parado de hacerlo desde que tengo 14 años, comienzo a eso de las cinco y hago la primera pausa a las diez. Luego depende. Será por eso que la señora que nos asiste en las labores domésticas dijo el día del bautizo del libro que era lógico que al menos publicara porque yo no hago nada más en todo el día que leer y escribir, o sea, no hago nada.

—¿Satisfecho?
—No, jamás. El día que esté satisfecho me muero.

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