Daniel Pardo
BBC Mundo, Isla de Margarita
10 mayo 2016
Son las seis de la tarde de un fin de semana largo en la zona comercial de la Isla de Margarita, el epicentro turístico de Venezuela, y si hay algún caminante por ahí, me dicen, ha de ser sospechoso.
Las tiendas cerradas, los semáforos apagados, los casinos desocupados.
"¿Será porque es domingo?", les pregunto una y otra vez al taxista, al vigilante, al vendedor ambulante de café.
"No", reiteran uno a uno. "Es la crisis, la inseguridad, el racionamiento de luz y agua", coinciden.
"¿Tú sabes lo que solía ser esto en este fin de semana?", me preguntan retóricamente, en referencia al 19 de abril, la fiesta nacional de independencia en Venezuela, que siempre es feriado.
Las estadísticas parecen corroborar lo que dicen: la ocupación hotelera en esos días fue del 30%, la misma cifra que ha promediado este año, según la Cámara Hotelera de Margarita.
Antes, no hace más de tres o cuatro años, la media de camas reservadas era del 80%.
Pero mientras recorro estas calles despobladas, hay un lugar de la isla que está repleto, lleno de sonidos, colores y sabores: los restaurantes.
Margarita –una isla en el Caribe con 600.000 habitantes– parece decaer con la tragedia económica y de seguridad que enfrenta Venezuela, pero hay un sector de sus habitantes que le quiere decir al resto del país que la solución está ahí, a la vuelta de la esquina.
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