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miércoles, 20 de abril de 2016

Sofía Imber: “Lo que estamos viviendo no tiene nombre, pero sí culpables”

Runrunes
Por Diego Arroyo Gil
Fecha: 19/04/2016
@diegoarroyogil


Foto Archivo: El Nuevo Herald
Parece implacable, y quizá lo sea, pero en el fondo lo que hay en ella, de veras, es la necesidad de no quebrarse, de mantenerse en pie. Lo dijo ya una vez y nadie le creyó: “Yo no soy fuerte. Yo soy débil”. Es Sofía Imber, y esta semana recibe un homenaje en Miami a cargo del Pérez Art Museum, asentado en esa ciudad. A propósito de ello, en Runrun.es decidimos hacerle una entrevista, pero una entrevista del tipo que ha cultivado con merecido éxito nuestro colega Jolger Rodríguez, en el diario El Nacional: una entrevista ping-pong, un toma y dame de preguntas y respuestas rápidas, breves, inmediatas. A quemarropa. Además incluimos, al final, un fragmento de La señora Imber. Genio y figura, un libro que está por aparecer con el sello de la editorial Planeta y en el cual Sofía cuenta, como nunca antes, toda su vida. ¡Habrá sorpresas!

–Lo primero que quiero aclarar –dice– es que estoy harta de hablar de mí. No entiendo a qué se debe que me busquen tanto.

–El personaje despierta mucha curiosidad.

–No me explico por qué, si soy de lo más normal.

–Tanto como “de lo más normal” no será. De usted se dicen grandes cosas.

–Es verdad. Buenas y malas.

–¿Qué es lo mejor que se ha dicho sobre Sofía Imber?

–Que soy una gran trabajadora, lo cual es enteramente cierto.

–¿Y lo peor?

–No tengo memoria para esas cosas. Como no soy de guardar rencores, me olvido con rapidez de frases que pudieron haber sido dichas con la intención de herir.

–¿Ningún rencor, ni hacia Chávez?

–¿Vas a empavar la entrevista mencionando a ese sujeto?

–Y usted, ¿no ha herido?

–Desde luego que sí, y también he sabido disculparme.

–Tenía fama de agresiva como entrevistadora.

–No era tanto agresividad como exigencia de precisión. Si hacía una pregunta, esperaba que el entrevistado me la respondiera. Siempre me ha chocado mucho que la gente se vaya por las ramas. Me gustan las personas directas y que van al grano.

–En otras oportunidades ha contado que se levantaba a un cuarto para las 5:00 de la mañana y se iba a la cama a medianoche. Trabajaba como una fiera: en la televisión, en el Museo de Arte Contemporáneo, en El Universal, en la radio. Todo eso el mismo día. ¿Qué la motivaba?

–La necesidad de hacer bien las cosas, el deseo de perfección, aunque la perfección es inalcanzable.

–¿Nunca nada le quedó perfecto?

–Siempre todo puede quedar mejor que como quedó.

–Pero eso es una tortura. ¿Quién puede vivir así?

–No es una tortura. Es un pensamiento que obliga a ser eficiente, cosa que por cierto necesita Venezuela. Este es el único país del mundo que está arruinado en el que se le ordena a la gente que no trabaje. A mí me dan esa orden y me sublevo. Tal como están las cosas, aquí deberían ser laborables incluso los domingos. Yo jamás falté al trabajo y no me hacían ninguna gracia los días feriados.

–¿No faltó ni por una gripe?

–La manera más efectiva de cortar una gripe es ponerse en marcha.

–Vive usted diciendo que está desempleada.

–Porque es verdad, pero por lo visto creen que lo digo por decirlo y no para que me den algo que hacer. Quiero que sepan que estoy buscando empleo.

–¿Alguna vez pensó que Venezuela se destruiría de esta manera?

–¿Por quién me tomas? Soy pesimista, pero no obscena. Y te advierto que la crisis va para peor. Hoy tú y yo todavía podemos darnos el lujo de comer. Llegará el día en que no podremos. Y de la escasez de medicinas ni me hables. Todo eso es adrede. Parece un proyecto de exterminio.

–Hay que darle un espacio a la esperanza.

–¿A cuenta de qué? ¿Es que acaso se lo merece?

–Está usted brava.

–¡Por supuesto que lo estoy, como todo el país! Hace años yo me di cuenta de que tengo en el cuerpo un órgano que se llama Venezuela y cada día me duele más. Lo que estamos viviendo no tiene nombre, pero sí culpables. Ningún error que hayamos cometido en el pasado justifica este horror. Ninguno.

–¿En qué fallaron los de su generación?

–En no haber actuado a tiempo por estar hablando tanto.

–¿Y usted?

–Probablemente en no haber defendido mi puesto las veces que me lo quitaron.

–¿No cree que la gente reconoce su labor?

–Sí. Me abruma salir a la calle y que se me acerquen jóvenes a darme besos y abrazos. No me importa si aún hay quienes me odian. Me bastan los que me quieren.

–¿Cuántos homenajes se merece usted?

–Todos los que me han dado y los que me darán. No por mí, yo no importo nada, sino por el trabajo realizado.

–¿Por qué es tan polémica?

–Supongo que porque no sé llevar la corriente. Nado en sentido contrario.

–¿Y el ego? ¿Se considera egocéntrica?

–Yo no me propuse tener un ego, pero está claro que lo tenía. Sin embargo, nunca me he sentido una mujer importante.

–Me huele a que eso no es verdad. Usted siempre ha sabido muy bien quién es.

–Puede que en mi vida no lo haya dicho todo, ni siquiera a mí misma, pero no practico la mentira como profesión. Además del periodismo, la profesión que mejor me define es la mendicidad.

–¿La mendicidad?

–Sí, la mendicidad. Yo todo el tiempo estaba pidiendo plata, sobre todo durante mis años como directora del museo. Para comprar las obras que compré tuve muchas veces que convertirme en mendiga.

–Y conseguía el dinero.

–¡Cómo no, si yo era un pelito ‘e tuna! Cuando me parece que algo vale la pena, lucho hasta alcanzarlo. No soy persona de rendirse con facilidad.

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