Abogada y madre de dos muchachos, Susana Rojas no pensó jamás visitar a su hijo en un calabozo, cercado por ratas, olores nauseabundos y amenazado por delincuentes, además de escuchar a sus espaldas la burla de los funcionarios policiales. Para que esta injusticia no se repita, crearon el Frente por la libertad de los estudiantes y presos políticos
ELIZABETH ARAUJO/ FORO JOSÉ MIGUEL MENESES
“Esa tarde el mundo se me vino abajo”. Inquieta, Susana Rojas enjuga las manos, la mirada perdida y un silencio que vale todo lo que dice. Abogada y madre de dos muchachos, ella cambió la rutina de sus días a las 2:30 de la tarde del sábado 26 de abril cuando le informaron que Luis, 22 años, había sido apresado en Chacao, junto a otros jóvenes, en la “memorable batalla” de la Guardia Nacional y Policía Bolivariana contra los “campamentos de la libertad”, que semanas antes habían levantado los estudiantes en Caracas y otras ciudades.
“Luis y yo tenemos un lema diario: decirnos te amo, como una competencia que nos hacemos por celular para ver quién lo dice primero. Llamó para decirme que estaba en la marcha de Bello Monte a Chacao, y que ya habían terminado, pero que veía mucha tensión por la cantidad de guardias y policías que los rodeaban… entonces se acordó: te amo”, señala Susana, al enhebrar los hechos que precedieron al arresto. Recuerda que almorzaba con Carlos Luis, el otro hijo, de 16 años, cuando recibió la llamada de un sobrino: “A Luis lo agarraron”.
“Para Luis, el 12 de febrero fue determinante porque vio mucha represión y lo que detonó su participación en las manifestaciones fue el asesinato de Bassil Dacosta. Como cualquier otro estudiante, marchaba para protestar y reclamar por la libertad de los primeros detenidos”
DÍAS TERRIBLES
Susana Rojas retiró el plato de la mesa. Se dijo “calma y respira”, y cinco minutos después emprendía la carrera hacia ese terreno cenagoso y hostil al que se ingresa el ciudadano común cuando se devela el país de la represión. Una veintena de guardias y policías motorizados acosaban todavía con bombas y perdigones a los jóvenes que había culminado la manifestación.
De hecho, Luis estaba en un edificio, cuando fue inmovilizado por una mano de un guardia nacional y luego un puñetazo. “Yo creía que, a partir de los hechos del 12 de febrero, las mamás cuyos hijos van a las marchas, nos habíamos preparado para afrontar esos momentos, pero es mentira. Son nuestros hijos, y dos semanas antes le había dicho: me preocupan dos cosas, tu vida y tu libertad”.
Cuenta que entonces se dirigió hacia el piquete de la GN, y uno de los efectivos que participaban en las detenciones, la miró y se echó a reír. “Entre la ira y desconcierto le pregunto “¿hijo, de que te ríes?” y la respuesta, casi automática del sujeto que llevaba uniforme militar fue: ‘si su hijo está preso, ojalá se lo cojan’. Entonces, otro funcionario que estaba mandando mensajes, sin dejar de ver su celular, me dijo en un tono confidencial: señora, búsquelo en Catia”.
La travesía de Susana para encontrar a Luis emula el viacrucis de las madres que en dictaduras no quieren perder un segundo por temor a que sus hijos sean vejados y hasta desaparecidos. Si aparecen, salen golpeados, afectados sicológicamente y presas de miedo.
“Como habían ocurrido tantos asesinatos, como el de Génesis, Geraldine, Bassil y otros chicos, empecé a preocuparme más por su vida que por su libertad. Soy abogada y conozco la situación de las cárceles venezolanas. Estar preso es como estar muerto en vida”.
LAS MADRES DE MAYO
Pronto, comprendió que no estaba sola. Con un aplomo sacado de no se sabe dónde para soportar las inclemencias de esa nueva realidad, Susana entró en contacto con otras madres, cuyas conversaciones giraban en torno a las condiciones de detención, aislamiento, maltratos y amenazas de juicios penales.
Ese gotear silencioso de sus miserias tuvo sin embargo una respuesta solidaria de la gente del Foro Penal, Provea y Cofavic, entre otras organizaciones no gubernamentales, quienes les pusieron la mano sobre el hombro y les prometieron cruzar juntos el laberinto de los recintos policiales, de la sorna de los fiscales del Ministerio Público, el cinismo de la Defensoría y la inclemencia de los tribunales.
"Porque hemos tenido a nuestros hijos presos, hemos creado el Frente por la libertad de los estudiantes y presos políticos. Nuestro objetivo es sacar a los estudiantes presos que solo han manifestado por sus ideas. Lo conformamos en mayo unas 30 mujeres, quienes nos hemos comprometido solidariamente con el drama del otro, independientemente de que nuestro hijo haya recobrado su libertad. Seguiremos esta lucha, porque no son 6 presos, como ha dicho la Fiscal; son más de un centenar, y nosotros no vamos a estar ni adelante ni atrás de nuestros hijos, vamos a estar al lado de ellos. Siempre he luchado contra las injusticias, y este es mejor momento para demostrarlo. Aquí todavía hay desaparecidos, pero algunos no denuncian porque aplican el psicoterror".
hasta ahora, este es el balance según las ONG: 3.225 detenidos solo por manifestar, 74 estudiantes aún encarcelados, más de 93 con régimen de presentación, 46 asesinados e incontables torturados y desaparecidos.
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25 DÍAS EN EL INFIERNO
Ese día salí de la universidad, porque había repasado una materia y me uní a la marcha. La agarré en Chacao y ya a la altura del Sambil, empezó la corredera, porque vinieron guardias y policías a reprimir. Cuando iba por la vía del San Ignacio con mi novia y mis primos, me agarraron, ellos lograron huir.
A mí me agarró un pelotón de policías y guardias como si yo fuera un narcotraficante o un delincuente. Me montaron esposado en una jaula y a través de la rejilla, di el teléfono de mi mamá, mientras la guardia me golpeaba y me decían “cállate”, pero yo no me callaba y gritaba. Entonces llegaron 6 policías y se me montaron arriba y me pusieron la camisa en forma de capucha, para que no hablara y me taparon la cara. Dieron varias vueltas.
Me daban golpes en la cara y por las piernas y pude ver a través de una rejilla que llega un oficial superior y manda a bajar a los otros policías y se queda con un solo policía, y me dice “bueno, ¿a ti no te gusta guarimbear?”. Me dieron patadas. Fueron minutos intensos de golpiza e insultos.
Seguimos rodando y cuando paramos, me bajan y me montan en uno de los machitos y allí los oficiales se portan un poco mejor. Luego me llevaron a un módulo del Cicpc en la avenida Baralt. De ahí a la morgue para que me hicieran el chequeo correspondiente y solo me dijeron “levántate la camisa” y me ven el pecho solamente y yo tenía los golpes en la cara, que estaba toda ensangrentada y golpes en las piernas. No tomaron en cuenta eso. Por eso en el expediente no salen los golpes que me dieron.
Me trasladan al módulo de Catia y de ahí a La Yaguara. Allí pasé 25 días. Me metieron en una celda con presos comunes, atracadores, homicidas y narcotraficantes. Pasé tres días en esa celda tipo 4x4. Cuatro estudiantes y 26 presos comunes, quienes eran que dirigían el sitio y decían quien dormía y quién no.
Tuvimos que dormir parados, otro día acurrucado y algunas horas nos turnábamos. Había una poceta en donde todos los excrementos estaban ahí y el olor era peor que amoniaco. Lo que le cuento es mínimo a lo que viví. Comíamos y salían ratas y cucarachas que recorrían nuestro cuerpo, la cara. Los olores eran nauseabundos.
Estábamos descalzos y sin camisa. Si eso no era el infierno, tenía que parecerse. Cumplí los 23 años ahí. La primera vez que vi a mi mamá le puse mi frente con la de ella y le dije bajito: sácame de aquí. Me llevaron varias veces al tribunal y al final me imputaron y me levantaron cargos que no existían, con régimen de presentación cada 8 días.
Relato de Luis Pérez. Estudiante de Comunicación Social. Universidad Santa María y preso en los calabozos de La Yaguara


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