Edmundo F. Felipe V.
Maracay, 26 de febrero de 2014
En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo.
Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado.
Benito Mussolini
Fundador del fascismo
Fundador del fascismo
Simbolos del Fascismo en Europa |
A Mussolini se le hacía llamar “El Duce” o “Gran Duce”, con el significado de líder o gran líder, término usado repetitivamente en la retórica oratoria de la propaganda fascista. Siguiendo este ejemplo, sus principales aliados políticos se hicieron llamar de forma parecida. A Adolfo Hitler, el abominable y criminal dictador, máximo líder del “nazismo” se le llamaba “El Führer”, que es una traducción al alemán de “El Duce”. A Francisco Franco, el férreo dictador español, se le dio el título de “El Caudillo”. Todos ello fueron dictadores militares. La idolatría del líder máximo fue factor común en los regímenes fascistas europeos, así como la tendencia a establecer partidos únicos. Ejercieron un fuerte dominio de las instancias organizativas de la vida civil, concentrando los poderes del Estado en un gobierno fuertemente centralizado. Llevaron a cabo un constante acoso y violenta represión contra sus rivales políticos, quienes eran considerados y tratados como verdaderos enemigos de la patria.
En el proyecto político original del fascismo se pretendía imponer un corporativismo estatal de corte totalitario, con una economía dirigida por el Estado. En la práctica, se promovía un sistema de gobierno en el cual se ejercía un fuerte control de los sectores económicos, lo que en ciertas circunstancias históricas derivó en una economía centralizada, en la que el gobierno, a nombre del Estado, controla los mecanismos de producción y distribución. Las leyes se hacían a la medida y conveniencia de la ideología y del partido de gobierno.
Las circunstancias históricas en que se desarrolla la geopolítica europea de entonces, la base ideológica del movimiento político y la orientación de sus líderes, imponen en la práctica la sumisión del razonamiento y la discusión de las ideas a la voluntad de los grandes jerarcas del fascismo, con el fin de unificar pensamientos y acciones para dominar a las grandes masas populares. Se promueve un patriotismo extremo, que unido a un manipulado sentimiento de víctimización y señalamiento de supuestos culpables de los males de los países dominados por el fascismo, terminaron por fomentar y justificar la violencia extrema, liberada de sentimiento de culpa, en un desenfreno revanchista contra los supuestos enemigos de la patria.
Esta violencia era llevada a cabo por militantes adoctrinados, mediante bandas armadas, grupos paramilitares y diversas instituciones del Estado, que actuaban impunemente contra adversarios políticos a quienes el líder supremo y los principales jerarcas del partido único señalaban como responsables internos y externos de las penurias de la patria y su pueblo. Consideraban que tenían el derecho de poder castigar física o moralmente a cualquiera que se opusiera a su manera de pensar. También se instituyeron planes de adoctrinamiento masivo de niños y jóvenes, mediante el uso del sistema de educación formal y con el apoyo de distintas organizaciones. Todo esto fue impulsado por una bien estructurada campaña propagandística, con el dominio y uso intensivo de los medios de comunicación. La máxima expresión de violencia la constituyó el establecimiento, por parte del nazismo, de grandes centros de concentración y exterminio de grupos étnicos, políticos, religiosos y de otros tipos, considerados como indeseables.
En América Latina hemos tenido no pocos gobiernos con comportamientos de corte fascista. En nuestro caso, cabría plantearse si se puede establecer alguna semejanza o paralelismo entre las creencias y métodos utilizados por el fascismo y las del actual gobierno de Venezuela y su principal partido oficialista. ¿Podría decirse, como en la aclaratoria de algunas obras literarias, y sin temor a equivocarse, que: “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”?
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