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miércoles, 6 de marzo de 2013

POSCHAVISMO y el papá de Gulliver

ANGEL OROPEZA |  EL UNIVERSAL
miércoles 6 de marzo de 2013  12:00 AM

Aunque hay varias que le pelean el título, quizás la característica más resaltante del chavismo histórico siempre ha sido la mitomanía, esa tendencia psicológica recurrente y patológica a la mentira y a la pseudología fantástica. Su fundador y máximo líder fue siempre un maestro en el lamentable arte del fingimiento, la fabulación y el torcimiento de la realidad a su favor. La lista de sus invenciones y farsas es tan larga y tan florida, que no solo se ha ganado con sobrados méritos el triste calificativo del gobernante más mentiroso en la historia republicana venezolana, sino que su tendencia al engaño y a un constante teatro del disimulo han sido además objeto de estudio en investigaciones de Psicología Social contemporánea.  Quizás por esta razón, el poschavismo –actualmente en el poder- en ese afán porque los propios los perciban como herederos legítimos del padre ausente, ha tratado no solo de copiar sino de maximizar los rasgos paternales y el resultado ha sido desafortunadamente un liderazgo chapucero y mendaz.

La mentira de los gobernantes y poderosos ha sido ampliamente analizada por la Psicología Política. Desde "La República" de Platón, pasando por Maquiavelo ("el Príncipe no puede ni debe mantener fidelidad en sus promesas cuando ella redunda en su propio perjuicio"), y Joseph Goebbels ("una mentira repetida suficientes veces acaba convirtiéndose en una verdad"), hasta los trabajos de Hannah Arendt sobre el uso de la mentira en la manipulación de las masas.

En 1733, el autor de "Los Viajes de Gulliver", el escritor irlandés Jonathan Swift, elaboró una interesante clasificación en su obra "El Arte de la mentira en Política". Para Swift, existen 3 grandes tipos de mentiras: la de aumento, la de maledicencia y la de traslación. La primera consiste fundamentalmente en asignarle a un gobernante o líder político mayores cualidades y virtudes de las que realmente tiene; la mentira de maledicencia, de detracción o mentira difamatoria, es la que arrebata a una persona –por razones de venganza o cálculo político- la reputación que se ganó justamente, mientras que  la mentira de traslación es la que transfiere falsamente  el mérito de una buena acción de un hombre a otro, o por la que se quita el demérito o responsabilidad de una mala acción a quien la cometió, para transferirlo a otro, de nuevo por razones de conveniencia política.  Aunque el padre de Gulliver no llegó nunca a conocer a Maduro ni a ninguno de los oligarcas del poschavismo, su tipología describe con asombrosa actualidad y vigencia las formas preferidas de relación y comunicación de nuestra clase política gobernante.

La mentira no es solo un intento de ocultar las propias debilidades y carencias. En política, la mentira es un acto de corrupción. Al ocultar o falsear la verdad, el poderoso agrede al ciudadano porque le impide la información que necesita para planificar su actuación social y para conducirse como homo politicus, -esto es, en su relación con otros y con al poder- sobre criterios de equidad y veracidad. En este sentido, como afirma el periodista y escritor español Xavier Caño, la mentira en política es una degeneración de la democracia, porque trunca el derecho del pueblo a decidir sobre lo político con justicia, discernimiento y acierto.

Es una conseja común que nunca segundas partes fueron buenas. En el caso de la oligarquía venezolana en el poder, esta versión poschavista nos está resultando no solo increíblemente peor que la anterior dirigida por el líder ausente, sino que se empeña con los días en reforzar las lamentables cualidades de mentira y corrupción que caracterizaban a aquel. Se vuelve a demostrar, para quienes pensaban que era casi inimaginable, que peor que peor siempre es posible.

@angeloropeza182

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