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viernes, 8 de febrero de 2013

Obreros ante chantaje

Tal Cual

Ciudad Guayana sigue siendo una especie de Brasilia venezolana, con sus edificios modernos y sus avenidas amplias. Allí hay un grupo de periodistas que ha tenido que vérselas con el chavismo puro y duro, entre ellos, Damián Prat

SEBASTIÁN DE LA NUEZ

Tomar un avión de una línea aérea nacional es una aventura. Puede que te toque un piloto de Aeropostal que va indicando por dónde vas. Formado sin duda en alguna escuela americana, da detalles del tiempo y te hace confiar en que todo irá bien, de modo que te relajas y comienzas a mirar con lascivia a la aeromoza, deporte muy entretenido.

Pero puede que, de regreso, te toque en la misma línea un piloto muy criollo que de repente anuncia que el tipo que debía enganchar el aparato a un remolque, para echar hacia atrás el avión y ponerlo en posición, “peló el gancho” y al parecer le hizo pupa al tren de aterrizaje.

El piloto cuelga el teléfono y se sienta en cabina de pasajeros a esperar a que revisen el tren. Parece un chofer de autobús, pero mejor educado que Maduro. Al rato se sentó en su sitio y manejó el jet como los dioses deben volar aviones, aunque al final lo dejó caer sobre Maiquetía, en lugar de aterrizarlo.

En todo caso, Aeropostal sale; no como Aserca, que vuela cuando le da la gana. Y uno no toma las aerolíneas estatizadas porque, si funcionan como los centrales azucareros, puede que salgan pero no lleguen.

LAS MARRAMUCIAS DEL OFICIALISMO

En Puerto Ordaz se comenta que el alcalde chavista de Almacaroní lo ha hecho más o menos bien, y que Clemente Scotto, que era buena persona, desapareció políticamente del mapa cuando se le ocurrió quitar la cerveza de los juegos de beisbol.

En Ciudad Guayana la gente tiene mejor calidad de vida que en Caracas: puede irse a casa a comer al mediodía y regresar a su trabajo a tiempo. Sin traumas. Pero lo palpable de Ciudad Guayana es la actividad sistemáticamente depredadora del chavismo. Como en ningún otro sitio, aquí se constata que el Gobierno bolivariano usa a la clase trabajadora, la manipula o la extorsiona, pero jamás se ha preocupado por ella.

Los lugareños también dicen que Rangel Gómez y su camarilla son ajenos al socialismo, más capitalistas que Wall Street. En cuanto Chávez desaparezca definitivamente, se van a frotar las manos.

La historia del chavismo destruyendo a Ciudad Guayana está contada en buena medida por el periodista Damián Prat en Guayana: el milagro al revés (editorial Alfa, 2012). Prat se conoce al dedillo las industrias básicas, la CVG y las relaciones entre la oposición, el chavismo y los sindicatos. Se sabe todas las historias. Por eso, quizás, le quitaron el programa que tenía todas las mañanas en un circuito nacional cuyo nombre es mejor omitir.

Lo mejor de Prat son sus cuentas, y las cuentas dan que el chavismo anda de capa caída ante los trabajadores. En el estado Bolívar, ¿dónde ganó el oficialismo el 7-O? En el municipio Angostura ganó, pero resulta que en los dos grandes centros de votación de Ciudad Piar, donde vota la mayor parte de los ferromineros, Capriles arrasó con 70 por ciento. ¿Dónde perdió? En las zonas rurales.

En El Callao, donde viven los trabajadores de Minerven, ganó Capriles; en Unare (sobre todo en una zona parecida a Caricuao, con muchos bloques y algunas urbanizaciones) ganó Capriles. En varios centros con 70 por ciento. En la parroquia Cachamay ganó Capriles en todos lados; en suma, allí donde se concentra un alto porcentaje de ferromineros, ganó Capriles. En la mayor parte de esos sitios, en 2006, había ganado Chávez.

Por otra parte, Rubén González, luego de 17 meses preso, le ganó las elecciones al Gobierno en Ferrominera; el sindicato de Alcasa también lo ganó la oposición, así como el de Carbonorca. Este último caso es interesante: era un sindicato que controlaba la oposición, pero el chavismo hizo varias triquiñuelas y, tres días antes de las elecciones, obligó a la plancha oficialista a retirarse, empujando a un juez para que declarara ilegales las elecciones.

Aun así, las elecciones se hicieron fuera del recinto laboral, bajo amenaza de despido para quien votara, ¡y votó 80 por ciento de los trabajadores!. Esa es la realidad: ante toda presión o extorsión de un Gobierno cuyo cometido principal es permanecer en el poder haciendo uso de las herramientas democráticas pero vaciándolas de razón y contenido, el trabajador raso se revela.

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